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México D.F. Lunes 4 de octubre de 2004
Javier Oliva Posada
La hora del aficionado
No es la primera vez que me ocupo en este espacio de algunas precisiones conceptuales respecto de la jerga y términos que utiliza la mayor parte de nuestros políticos, comunicadores y, extrañamente, no pocos académicos.
Nuevamente, la referencia a la gobernabilidad "democrática" ha ocupado espacios y propiciado propuestas en torno a la forma de encarar y apuntar algunas metas en lo que se considera necesidad impostergable de reformar el sistema político mexicano. Sin embargo, cuando no se sabe qué camino tomar, como en Alicia a través del espejo, lo mismo da cualquiera, pues no se conocen procedimientos ni acuerdos ni metas intermedias. La utilización de conceptos ambiguos, vacíos de contenidos, conduce a confusiones y, por supuesto, a decisiones erráticas. En suma, nada que objetivamente contribuya a abordar lo que se quiere resolver.
El concepto de gobernabilidad fue utilizado por vez primera en un documento de la trilateral (en aquel entonces Comunidad Económica Europea, Japón y Estados Unidos). Firmaron como redactores Michael Crozier, Joji Watanki y Samuel Huntigton (sí, el mismo de ƑQuiénes somos?, de editorial Paidós, intelectual destacado del conservadurismo y la derecha antimexicana) el artículo "La gobernabilidad de la democracia", publicado en español en 1978 (en inglés en 1975), hace apenas 29 años. Ahora, en nuestro país pareciera que se trata de la aportación más fresca, objetiva y útil para modificar desde sus cimientos al sistema político. Pero es muy preocupante, como ha sido signo distintivo de esta administración foxiana, recurrir a la grandilocuencia conceptual para intentar, por lo menos en ese terreno, marcar una diferencia, un antes y un después en la historia de México. Por eso, sin empacho ni rubor, se habla de transición y no de alternancia; se habla de reforma del Estado y no de reforma del aparato administrativo y gubernamental; se habla de gobernabilidad y no de acuerdos o pactos; y, finalmente, de gobernabilidad "democrática" y no de la construcción de la democracia. Ojalá y la mera intención conceptual y analítica bastara para lograr buenos resultados, pero no sucede así.
Volviendo al artículo de la Trilateral se precisa que dentro de sus disfunciones se encuentra: "La búsqueda de virtudes democráticas de igualdad e individualismo ha llevado a la ilegitimación de la autoridad en general y a la pérdida de confianza en el liderazgo (...) La competencia política, esencial para la democracia, se ha intensificado, llevando a la disgregación de los intereses y a una declinación y fragmentación de los partidos políticos". Esto significa que mientras no existan acuerdos sobre los temas nacionales en una sociedad existe la posibilidad de una crisis estructural que colapse las libertades y deje libre el paso al autoritarismo. Pues sí, sólo que en el caso del México del naciente siglo XXI son precisamente algunos de los principales actores políticos los que han conducido a semejante situación. Gran paradoja.
Por supuesto, no entraré al ámbito de clasificar y calificar las posturas de la Trilateral ni los efectos de sus documentos respecto de la situación de las democracias latinoamericanas en la década de los 70 (proliferación de golpes de Estado y dictaduras militares, endurecimiento de las políticas de gobernanza, entre otras medidas). Parece entonces indispensable recordar que los conceptos en la política denotan intencionalidad o, por lo menos, una percepción determinada de la realidad. A estas alturas, con amplia experiencia en el quehacer político, en el conocimiento científico y comparado de la teoría y la práctica, todo indica que nos encontramos en el punto cero. Estamos igual que antes... pero peor. Peor porque han pasado varios años sin que se creen los escenarios ni se establezcan claramente cuáles y por qué son las prioridades, ni con quiénes habrá de trabajarse para alcanzarlas.
José Vidal-Beneyto publicó un interesante artículo en dos partes: "Gobernabilidad y gobernanza. Las palabras del imperio" (El País, 12/4/02), en el que realiza un pormenorizado seguimiento de las posturas de los intelectuales estadunidenses para marcar, resaltar y utilizar como armas de debate a las ideas. Pero hay una conclusión que es muy importante considerar respecto del asunto y concepto de gobernabilidad: "... De aquí que la solución consista en disminuir la participación ciudadana, en tecnificar la conducción de la sociedad y confiarla a los actores sociales (empresas, asociaciones, grupos de interés) y a unas pocas instituciones que, al enmarcar sus interacciones, les permitan conciliar más fácilmente sus antagonismos y resolver sus conflictos..." Es decir, ni más ni menos, que en la aplicación de la gobernabilidad (de lo democrático ya ni referirse, como si existiera la gobernabilidad autoritaria) la propensión a conferir la observancia de conductas democráticas y la formulación de acuerdos será materia exclusiva de aquellos que tengan influencia, incidencia y, en resumen, que impliquen intereses y tengan por sí mismos acceso a espacios en medios o tribunas, para opinar, argumentar y señalar que los hacen en nombre de la sociedad.
De continuar por este camino, el tiempo, que es el principal recurso en la política, se agotará dejando su lugar a opciones siempre riesgosas como son los personalismos o la improvisación, que entre ambos conducen al agotamiento y debilitamiento de las instituciones y del Estado de derecho. [email protected]
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