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E C O N O M I A
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México D.F. Lunes 4 de octubre de 2004

León Bendesky

El FMI no aprende

Se ha dicho que en los asuntos económicos surgió una especie de pensamiento único que imponía un carácter lineal a la gestión del conjunto de los asuntos públicos. Que sea único hace ya bastante menos meritorio cualquier vínculo con el pensamiento. Este exige un tratamiento complejo que vaya más allá de la simplificación que mutila el conocimiento y su aplicación práctica, como en política económica.

El pensamiento único es aún más nocivo cuando se hace automático. Con ello pierde más la capacidad de dialogar y hasta negociar con eso que llamamos la realidad, que no es ni única ni se comporta de forma automática. El Fondo Monetario Internacional (FMI) sigue mostrando las grandes limitaciones que acarrea pensar en automático las cuestiones económicas de países como los de América Latina.

Hace un par de meses reconoció públicamente que su intervención en las pautas con las que se administró la crisis argentina de principios de esta década había contribuido a agravarla y a acrecentar no sólo los costos económicos que provocó, sino el profundo deterioro de las condiciones sociales de aquel país.

De ese mea culpa parecía que se harían menos rígidas las condiciones de la gestión fiscal de esa economía, que enfrentaba fuerte carencia de recursos para que operara el gobierno y enormes exigencias de los acreedores privados. Fue claro en ese periodo el enfrentamiento del presidente Kirchner con las autoridades del FMI en cuanto a la prioridad que su gobierno daría al destino de los fondos públicos.

Pero el pensamiento único y automático no se lo sacuden fácilmente los políticos y los burócratas y es muy resistente en los organismos financieros internacionales. Así aparece en las declaraciones recientes de los funcionarios del FMI. Tanto el nuevo director gerente del organismo, Rodrigo Rato, como el director del departamento del Hemisferio Occidental, Anoop Singh, llamaron la atención sobre las políticas de gestión económica en esta región.

A Argentina le advirtieron que rebasa los límites fijados para el déficit fiscal que se mide antes de considerar los pagos que hay que hacer por la deuda pública. El argumento es que con ello se pierde la "confianza de los mercados" y se agranda la pobreza. El gobierno dice que en lugar de ahorrar tiene que usar los recursos para hacer más inversión social.

Hablar de la confianza de los mercados a los ciudadanos argentinos es ya más que un eufemismo, parece cosa de mal gusto. Mientras las políticas del gobierno de Menem favorecieron la rentabilidad de los negocios y la especulación, se atrajeron fuertes inversiones externas y la confianza era desbordada; luego, cuando el esquema se hizo insostenible, se fueron con todo.

Decir, igualmente, que el reducido déficit fiscal promueve el crecimiento y con ello eventualmente mayores recursos para el Estado, con los cuales invertir más en infraestructura y en gasto social es un asunto que no ha probado su validez. Esto es bastante claro en México, ahora que se debate el nuevo presupuesto federal.

El señor Rato fue más claro cuando dijo que la meta de ahorro del gobierno argentino para 2005 no era suficiente para sostener el pago a los acreedores por más de 100 mil millones de dólares en títulos que están en suspensión de pagos desde 2001. Hay que apreciar su franqueza con respecto a las prioridades del mercado. Kirchner no tendría por qué cambiar su forma de relación con el FMI y puede hacer algún servicio moviendo el patrón de las ideas dominantes del pensamiento automático.

A Brasil le reconocieron la expansión de las exportaciones que en el periodo reciente han crecido 50 por ciento. Pero también lo conminaron a controlar de manera más decisiva la inflación mediante medidas monetarias como las que han alzado las tasas de interés hasta 16.5 por ciento anual. De los salarios y las condiciones de empleo no se habla de modo directo, porque en el esquema predominante la sola estabilidad debe provocar, de modo automático, los beneficios sociales que habrían de ser la medida última de la eficacia de la política económica.

Finalmente, a México le dijeron que debía aprovechar los altos precios del petróleo y la estabilidad macroeconómica para movilizar las reformas en el sector energético, atraer inversiones y ampliar la competencia. El argumento no es nuevo y seguramente lo que tienen en mente en el FMI es un modelo similar al de Argentina en los años 90, motivo de las disputas señaladas. Una reforma energética-fiscal es necesaria, pero abrir los espacios en sectores estratégicos, suponiendo que toda inversión privada funciona mejor que la pública y que las condiciones generales del crecimiento mejoran a partir de ahí, es activar el pensamiento automático.

En todo caso, el consenso de Washington no está muerto, sino agazapado y se apoya cada vez más en el pensamiento automático. Este se aplica a economías en desarrollo, pero es mucho más flexible cuando se trata de naciones ricas, según se advierte en la gestión fiscal y los regímenes de propiedad de la Unión Europea.

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