México D.F. Lunes 11 de octubre de 2004
León Bendesky
Legitimidad
Es un vicio que se pretenda tener respuestas hasta para las preguntas que no existen. Pero al parecer es así que se va creando lo que los medios de comunicación masivos llaman la opinión pública, cosa que les gusta mucho pues ellos mismos la forjan y luego la utilizan, en un proceso que se ha convertido ya en algo bastante pernicioso en México. A alguien hasta se le ocurrió decir que opinar es estar bien informado, lo cual no es más que una verdadera vulgaridad.
Se ha dicho que en el terreno del conocimiento es relevante tener buenas preguntas aunque no se tengan aún buenas respuestas. ƑPero es que la manera como se está tratando el desbarajuste político del país tiene algo que ver con el conocimiento y con la necesaria reflexión que debería derivarse de él? No parece ser el caso.
Los protagonistas de los acontecimientos políticos cuando menos en el último año, para concentrar un poco nuestra atención son, prácticamente todos, deplorables. Desde los más altos rangos de la jerarquía burocrática hasta los peones que se movilizan con el sólo chasquido de los dedos de los jefes de las distintas facciones.
Con esos hechos se llena el tiempo de los programas informativos, como si fuesen las páginas rojas de los diarios; con ello se lucra en detrimento hasta del espectáculo mismo que pretenden ofrecer al respetable público del que viven. Y de esos hechos, muy manipulados, de cualquier asunto que se trate, sea legal, político o económico, todos opinan con cada vez menos recato. El recato debería ser condición indispensable para confrontar lo que ocurre y eso porque surge de la sospecha. Pero, por el contrario, se dice de todo con la certidumbre del que todo ignora. La simplificación es la actitud más rentable.
Pero el caso es que en el desgastado ámbito de la política nacional no parece que pueda seguirse eludiendo una consideración que debe estar ya bien plantada en la cabeza de la mayor parte de la gente, independientemente de su posición social y sus filiaciones ideológicas. Esta pregunta puede formularse de modo tentativo de la siguiente manera: ƑCómo vamos a hacer para restablecer acuerdos políticos para mejorar las condiciones de vida, amenazada por las disputas burdas por el poder, la fragilidad económica y la persistente inseguridad pública?
Para eso es evidente que hay que ir a lo profundo del acuerdo social, el cual ya no funciona en el país. Y no funciona porque adjudica las pérdidas y ganancias de un modo que es cada vez menos sostenible, aunque evidentemente sigue siendo muy provechoso aun para ciertos individuos y grupos. El resto queda al margen. Con este acuerdo ya no se consigue aproximarse a esa máxima de la filosofía moral que proponía que la persecución del interés individual lleva al beneficio colectivo. Las bases para que ello pueda ocurrir son en todos los casos más o menos endebles, pero aquí son visiblemente inoperantes.
El único trabajo útil ahora es aquel que vaya reconstituyendo poco a poco, y sin las tentaciones del exceso de autoridad ni de la demagogia, los principios de la legitimidad que se asocia con cómo y por qué se hacen las cosas. La legitimidad está fuertemente cuestionada y eso erosiona el acuerdo social en sus muy diversas expresiones.
Este trabajo no se hace con normas cuyo alcance es limitado pues se asientan sobre bases débiles y, así, se cumplen a medias. Eso ocurre con un sistema electoral que parece cada vez más eficaz en términos de su forma, pero del que los votos que se emiten derivan en un esquema de representatividad trunca. Ocurre con las pautas de la transparencia o de la auditoría de las funciones de gobierno que no se expresan en un mayor control ciudadano de los asuntos públicos.
El orden político dividido formalmente en los tres poderes no está cumpliendo con lo que necesita la sociedad. Los espectáculos en el Congreso, las disputas legales, el desempeño de los partidos dan muestras de una incapacidad digna de un estudio de caso sobre la práctica del poder. El comportamiento de los líderes políticos que actúan sus papeles como meros actores de reparto es una muestra clara del retroceso.
Si la legitimidad del régimen político en la larga era dominada por el PRI había llegado a su piso y no pudo mantenerse, aquella que podría haberse derivado del cambio que se propuso a voz en cuello no se ha logrado. Esto ha sido un verdadero desperdicio, con un costo enorme del que todavía no se pueden sacar todas las cuentas.
Lo que se puede advertir del curso que siguen los asuntos públicos y de la actuación de políticos y grandes grupos económicos es que la legitimidad seguirá reprimida. La decadencia social sólo puede seguir su curso y la mayoría de la población se quedará mirando cómo se sigue deteriorando su seguridad. La atención sobre lo que pasa como forma de espectáculo de poca calidad, hace más impostergable pensar cómo es que se logra reconstituir el ámbito de la civilidad y rehacer la legitimidad que haga que cada uno acepte ceder parte de la libertad individual para poder vivir de manera colectiva. Hoy eso es más difícil, sin ello sólo queda el caos
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