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México D.F. Lunes 11 de octubre de 2004 |
Afganistán: remedo electoral
El
sábado pasado las potencias ocupantes realizaron en Afganistán,
con la ayuda entusiasta de la ONU y de una miríada de organizaciones
internacionales, tanto oficiales como independientes, un simulacro de elecciones
orientado no a resolver la situación de pesadilla en la que vive
el pueblo afgano a tres años de la invasión estadunidense,
sino a ofrecerle a George W. Bush algo que pueda presentar como un resultado
positivo -al menos uno- de su política exterior. En ese afán
se pasó por alto que Afganistán sigue siendo un país
en guerra; que el actual presidente Hamid Karzai será el candidato
triunfador, independientemente de lo que hayan podido decir los votos,
porque es el hombre de Washington; que el padrón electoral empleado
era mayor, por mucho, a 100 por ciento de los ciudadanos aptos para sufragar;
que el gobierno afgano actual es una ficción, toda vez que apenas
controla zonas de Kabul y algunas otras ciudades; que los señores
de la guerra que detentan el control efectivo de los territorios afganos
"orientaron", a mano armada, la voluntad de los electores, y que en la
suma de todas esas circunstancias un ejercicio de democracia representativa
resultaba necesariamente irreal y vacío.
Es significativo que, mientras la ONU se declaraba oficialmente
complacida por la asistencia masiva a las urnas, sus funcionarios comentaban
en forma extraoficial y anónima a los enviados de prensa que los
comicios eran "un desastre".
Desde el día mismo de la jornada la mayor parte
de los candidatos presidenciales registrados -14 de 18, según la
mayoría de las versiones- optaron por desconocer la elección,
esgrimiendo que la tinta supuestamente indeleble empleada para identificar
a los que ya habían votado era fácilmente lavable con agua
y jabón, que los mecanismos de acarreo del voto a favor de Karzai
habían sido evidentes y que muchas personas votaron en repetidas
ocasiones porque disponían de varias credenciales de elector. Lo
que las agencias internacionales minimizaron como "irregularidades" fue,
en realidad, un fraude en el que lo único que no estuvo marcado
de antemano fueron los pulgares de los electores. Para colmo, se ha anunciado
que los "resultados" serán dados a conocer "dentro de dos o tres
semanas", lo que da un margen suficiente al actual gobierno y al embajador
de Estados Unidos en Kabul, Zalmay Khalilzad, ex promotor de los talibanes
en Washington, de arreglar las cifras de acuerdo con sus necesidades políticas
del momento.
No cabe dudar de la voluntad democrática de los
ciudadanos que acudieron por voluntad propia a las urnas y es cierto que,
como dijo la Organización para la Seguridad y Cooperación
en Europa (OSCE), es "injustificada" la demanda de la mayor parte de los
aspirantes presidenciales de anular la elección. Sí, como
dijo Karzai, muchos electores acudieron a votar, por primera vez en mucho
tiempo, de-safiando la lluvia, la nieve y las amenazas de los talibanes
de atacar las casillas. Pero, por desgracia, los anhelos democráticos
de esos afganos fueron un simple instrumento de los requerimientos de propaganda
de Estados Unidos y de sus socios en la invasión y ocupación
del martirizado país de Asia Central. Semejante manipulación
criminal fue avalada por la ONU y por varios gobiernos europeos.
Pero el remedo electoral no cambiará nada en Afganistán.
La guerra persistirá, el poder real seguirá definiéndose
en negociaciones entre la embajada de Estados Unidos y las mafias armadas
que ejercen el control territorial, la producción y el tráfico
de opio y heroína continuarán floreciendo ante las narices
de los soldados ocupantes, y los afganos tendrán que sufrir por
más tiempo la violencia cotidiana, la opresión fanática
y el caos, porque el propósito central de la invasión y la
ocupación de su país no fue llevar una democracia a domicilio,
como se intentó simular con los comicios del sábado, sino
dar una justificación a la "guerra contra el terrorismo" emprendida
por el grupo que controla la Casa Blanca, el cual, como se sabe, logró
hacerse con el poder no precisamente con respeto al voto popular, sino
mediante un sonado y documentado fraude electoral.
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