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México D.F. Viernes 15 de octubre de 2004
Leonardo García Tsao
Perdidos en la niebla
La cosa empieza mal. Y se pone peor. Al inicio de La casa de arena y niebla, Kathy (Jennifer Connelly), una alcohólica abandonada por su marido, es embargada de su casa en la playa por no haber hecho un pago fiscal. Sucede que se trata de un error burocrático pero como la mujer no se molesta en abrir su correspondencia, no se enteró de la advertencia legal y no hizo nada para evitar el embargo aunque la casa es su única propiedad, herencia de su fallecido padre. Según dice el personaje "A mi papá le tomó 30 años pagarla y yo la jodí en ocho meses".
Eso sienta la tónica forzadamente deprimente de la opera prima de Vadim Perelman, realizador de origen ucraniano con experiencia publicitaria, que adapta el bestseller de André Dubus III, para asestarnos uno de esos dramones hollywoodenses, con aspiraciones de "cine de arte", que basa su supuesta intensidad en la acumulación de infortunios.
Para complicar el dilema de la protagonista, sucede que la casa titular es comprada, al subastarse en barata, por el coronel Berahni (Ben Kingsley), ex militar del Sha de Irán y exiliado en Estados Unidos con su familia. El hombre también tiene un pasado qué ocultar por lo cual trata de mantener un rígido control sobre su vida y quienes lo rodean. Su estrategia es darle una manita de gato a la casa y venderla cuatro veces más cara, para recuperar algo del estatus perdido. El único problema es la oposición de Kathy, quien ha recibido la ayuda no desinteresada del policía Lester (Ron Eldard) en tratar de convencer al iraní de que devuelva la propiedad a cambio de su costo original.
Lo que parece un drama sobre burocracia y bienes raíces intenta abordar la marginalidad entre los dos personajes antagonistas. Si bien Kathy se supone debe inspirar lástima -un diálogo la compara con "un pájaro quebrantado"- resulta exasperante por su actitud pasiva/agresiva. Más bien se trata de un ave de mal agüero que destruye a quienes entran en contacto con ella. Por otro lado, las manías y complejos de Berahni que, en un principio, parecen detalles reveladores de un estudio de personajes, acaban siendo meros recursos para volver más patética su inevitable demolición.
La habitual actuación de Kingsley, todo nerviosismo y aire autoritario, contribuye a esa impresión. Connelly le otorga la necesaria gravedad a Kathy pero su inocultable atractivo físico desmiente el estado de una mujer en sus últimas (ahora, también es cierto que si la hubiera interpretado Amanda Plummer, digamos, ni Lester le hubiera hecho caso por muy dañado que estuviera su matrimonio).
Filmada con las pausas significativas de rigor -de vez en cuando, Perelman muestra panorámicas de cómo la niebla invade la locación, para confirmarnos que esta es, en efecto, La casa de arena y niebla- la película llega a su trágica conclusión sin convencer de que eso ha sido consecuencia del peso inexorable del destino o el choque de prejuicios sociales, porque el componente fundamental de la tragedia ha sido la pendejez. Todo el tremebundo asunto se pudo haber ahorrado si la inútil de Kathy hubiera abierto su correo para aclarar el indebido cargo fiscal.
LA CASA DE ARENA Y NIEBLA
(House of Sand and Fog)
D: Vadim Perelman/ G: Vadim Perelman, Shawn Otto, basado en la novela de André Dubus III/ F. en C: Roger Deakins/ M: James Horner/ Ed: Lisa Zeno Churgin/ I: Jennifer Connelly, Ben Kingsley, Ron Eldard, Frances Fisher, Kim Dickens/ P: DreamWorks, Cobalt Media Group. EU, 2003. [email protected]
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