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México D.F. Viernes 22 de octubre de 2004

Soledad Loaeza

Igualito a Franklin Roosevelt

En el imaginario político mexicano existe la creencia de que los presidentes de Estados Unidos provenientes del Partido Demócrata han sido más benévolos, comprensivos y respetuosos hacia América Latina en general y hacia México en particular que los republicanos. Esta imagen -que no es otra cosa- nace de una lectura interesada de las sucesivas administraciones del presidente Franklin Roosevelt (relegido cuatro veces entre 1932 y 1945), que encuentra supuestas afinidades entre el intervencionismo estatal y el paternalismo cardenista, y las políticas rooseveltianas que trataban de paliar los devastadores efectos económicos y sociales de la severísima crisis que desencadenó el colapso de la bolsa de Nueva York en octubre de 1929. Asimismo, la política del buen vecino, cuya imagen de marca fue la no injerencia de Washington en los asuntos internos de los países de América Latina, representa para muchos la Arcadia de las relaciones hemisféricas.

No obstante, si se lee con cuidado la historia de las políticas de Roosevelt, lo primero que destaca es el extraordinario pragmatismo de un presidente que nunca dejó de ser un patricio, y cuyas políticas intervencionistas siempre fueron limitadas, sin perder de vista los principios fundamentales del capitalismo, en particular los intereses de los financieros y exportadores que apoyaron su candidatura, en oposición a la industria pesada que se mantuvo aliada a los republicanos. Sus compromisos políticos explican parcialmente su buena disposición hacia América Latina, que en el periodo anterior a la guerra de 1939 ofrecía la salida natural a sus exportaciones y compensaba el firme proteccionismo de los mercados europeos que dictaba el exacerbado nacionalismo de la época. Es decir, la buena vecindad de Roosevelt no nacía de la generosidad ni de una comprensión clara de los problemas de la región. Simplemente estaba inspirada por la defensa de los intereses de Estados Unidos en el contexto de la época, era una respuesta pragmática a las restricciones de la realidad.

La benevolencia de Washington hacia América Latina en esos años también puede explicarse por la propia debilidad. En 1939 había cerca de 12 millones de desempleados en Estados Unidos -cifra que para los críticos de Roosevelt era prueba del fracaso de sus políticas de gasto-, y las condiciones de miseria en que vivía un porcentaje importante de la población, así como la incapacidad de la economía para volver a la senda del crecimiento, ciertamente creaban una afinidad sin precedente entre Estados Unidos y sus vecinos al sur. Este paralelismo se extinguiría rápidamente, con el fenomenal estímulo a la economía estadunidense que impulsó la Segunda Guerra Mundial. En este respecto coinciden todos los historiadores: la recesión de Estados Unidos fue combatida no por las políticas de gasto público, que de todas formas no fueron muy ambiciosas, sino por la conversión a una economía de guerra.

El programa de política exterior que acaba de dar a conocer el jefe de Gobierno del Distrito Federal, Andrés Manuel López Obrador, hace una lectura muy interesante de Roosevelt. Retoma la creencia de que existía afinidad entre su administración y el gobierno cardenista, pero la lleva tan lejos que el presidente de Estados Unidos aparece como si hubiera sido un distinguidísimo miembro de la Internacional Socialista, cuando menos. El programa afirma que Roosevelt "... adoptó medidas que aumentaron en grado considerable la presencia e influencia del poder público en todos los ámbitos de la vida estadunidense..." Esta afirmación puede ser cierta si tomamos en cuenta que el punto de partida era cero o, por lo menos, muy pequeño. Pero esto no debe inducirnos a creer que Roosevelt era un convencido intervencionista ni mucho menos. Sólo sus adversarios, quienes lo acusaban de ser un rabioso bolchevique, lo pensaban. Sin embargo, entre los historiadores priva el consenso de que era un político pragmático, casi un oportunista, que sabía adaptarse a las exigencias del momento y responder a los intereses que le eran afines. Más todavía, respetó la decisión expropiatoria del presidente Cárdenas, pese a que afectaba a poderosos intereses petroleros, antes que nada por la inminencia de la guerra en Europa. Estados Unidos tenía interés en mantener la tranquilidad en el hemisferio, así como la certidumbre en el abastecimiento de petróleo. Roosevelt nunca simpatizó con las políticas expropiatorias. Tan es así que hasta los años 60 los funcionarios estadunidenses obedecieron la instrucción de Roosevelt de que el gobierno estadunidense no apoyaría de ninguna manera el desarrollo de la industria petrolera mexicana. Por esa razón desecharon todas las solicitudes de financiamiento que con ese fin hicieron sucesivos gobiernos mexicanos.

Más interesante que la lectura lopezobradorista de Roosevelt es su intención que, aunque no es explícita, es obvia. López Obrador parece dirigirse a Estados Unidos, a sus inversionistas y a su gobierno, para que no se alarmen con su candidatura a la Presidencia, porque, al igual que Roosevelt, en caso de ser presidente lucharía contra quienes se oponen a la intervención del Estado en la economía, pondría en práctica políticas asistenciales, pero haría todo esto "... sin afectar las bases de la economía de mercado..." ni las instituciones democráticas. Igualito, igualito, a Roosevelt.

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