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México D.F. Viernes 22 de octubre de 2004
Zedillo no debe dirigir la OEA
En
días recientes, en medios estadunidenses de prensa se ha empezado
a barajar el nombre del ex presidente Ernesto Zedillo Ponce de León
para ocupar la secretaría general de la Organización de Estados
Americanos (OEA) en sustitución del costarricense Miguel Angel Rodríguez,
también ex presidente, defenestrado luego de que el gobierno de
su país le inició un proceso legal por actos de corrupción.
Desde que terminó su sexenio, Zedillo se ha movido
en ámbitos empresariales y académicos de Estados Unidos,
así como en organismos internacionales, y ha logrado hacerse en
ellos una imagen de economista experto, de demócrata y de conocedor
de los procesos de globalización. Esas supuestas virtudes lo convertirían,
según algunos, en el candidato idóneo -también se
habla del ex mandatario brasileño Henrique Cardoso- para encabezar
la institución panamericana. Sin embargo, si se juzga desde la experiencia
reciente de México, el sucesor designado por Carlos Salinas de Gortari
carga con un pasado que lo convierte en políticamente impresentable
para la Secretaría General de la OEA.
Por principio de cuentas, habría que recordar la
crisis en la que se vio sumido nuestro país días después
de la llegada de Zedillo a la Presidencia, crisis en la que confluyeron
por partes iguales la perversidad de Salinas y la no menos vasta impericia
económica de su sucesor. Esa crisis tuvo para México un costo
incalculable en incremento de la miseria y la pobreza, en caídas
del nivel de vida del grueso de la población, en alimentación,
salud, educación y vivienda, en desempleo, en pérdida de
oportunidades y en la cancelación de esperanzas para millones de
personas. Lejos de distribuir en forma equitativa la factura de sus propios
errores -y de las maquinaciones y ocultamientos de la administración
previa-, el gobierno zedillista optó por abandonar a su suerte a
las clases medias y bajas, y por "rescatar" a un puñado de empresarios
tan ineficaces como corruptos que en el sexenio anterior se habían
hecho con la propiedad de bancos, carreteras e ingenios. Si Salinas privatizó
los activos de la mayor parte del sector social de la economía,
Zedillo socializó los pasivos de las empresas privatizadas y alentó
y ejecutó el mayor atraco a las arcas públicas de que se
tenga memoria: el "rescate bancario", legalizado en el último tramo
de su sexenio por priístas y panistas.
Además de ese despojo aprobado por el Congreso
de la Unión, el gobierno de Zedillo estuvo marcado por escándalos
de corrupción de principio a fin, por la impunidad ofensiva que
cobijó a los corruptos y por una generalizada inmoralidad en el
ejercicio de la función pública -hay que acordarse, como
botones de muestra, de Oscar Espinosa y del Pemexgate- que llegó
al colmo de inventar un "Registro Nacional de Vehículos" para colocar
en él al torturador argentino Ricardo Miguel Cavallo.
En la arena internacional Zedillo se presenta como el
gran democratizador de México por no haber impedido el triunfo electoral
de su sucesor, Vicente Fox, procedente de un partido que por entonces se
situaba, al menos en lo nominal, en la oposición. Es decir, el ex
presidente convierte el cumplimiento de una obligación legal común
y corriente en una hazaña y se arroga un mérito que pertenece,
más bien, a una sociedad movilizada desde décadas atrás
en aras de la democratización nacional, y que pagó un elevado
precio de vidas y sufrimiento en tal propósito. Pero lo más
grave no es la conversión de un acatamiento de la ley en gesta heroica,
sino el soslayamiento inadmisible del Zedillo represor y responsable político
último de masacres abominables como las de Aguas Blancas, Acteal
y El Charco. El gobierno del actual profesor de Yale ostenta, en su balance
histórico, manchas criminales inexcusables que no han sido cabalmente
investigadas y esclarecidas, las cuales lo inhabilitan moralmente para
ocupar cargos políticos internacionales.
Finalmente, al Zedillo globalifílico, el
servidor de los intereses financieros trasnacionales -Procter & Gamble,
Alcoa, Union Pacific- pueden pasársele por alto declaraciones pintorescas,
como ésa de que "la globalización es la mejor amiga de los
pobres", pero no habría que olvidar su militancia como defensor
de un modelo de capitalismo salvaje, corruptor y depredador que ya resulta
insostenible. En momentos en que diversos gobiernos latinoamericanos -Argentina,
Brasil, Venezuela- ensayan caminos alternativos a ese modelo, una OEA en
manos de Zedillo sería un factor de confrontación y faccionalismo
que llevaría al organismo panamericano a nuevas simas de devaluación
y desprestigio.
Al igual que su antecesor -quien recientemente fue desinvitado
a un acto empresarial en Perú, luego que el anuncio de su presencia
allí generó diversos actos de repudio-, Zedillo es una figura
indeseable en muchos ámbitos, incluso en sectores académicos
de Estados Unidos, como se puso de manifiesto en febrero pasado en la Universidad
de Berkeley, donde fue abucheado por estudiantes que le reclamaron su responsabilidad
por la represión de los indígenas chiapanecos. Después
de la amarga y bochornosa experiencia con el costarricense Ramírez,
sería contraproducente que una figura tan cuestionada y cuestionable
como Zedillo fuera designada al frente de la Organización de Estados
Americanos, y para muchos mexicanos sería, además, un agravio.
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