México D.F. Sábado 23 de octubre de 2004
Howard Zinn
Nuestra guerra contra el terrorismo
Le llamo "nuestra" guerra contra el terrorismo porque quiero diferenciarla de las guerras de Bush, Sharon o Putin contra el terrorismo. Esas guerras tienen en común que se basan en un enorme engaño: persuadir a los pueblos de sus países de que pueden lidiar con el terrorismo mediante la guerra. Estos gobernantes dicen que se puede poner fin a nuestro miedo al terrorismo -a los ataques perversos, mortales, repentinos-, un miedo nuevo para los estadunidenses, trazando un enorme círculo en torno al área del mundo de donde provienen los terroristas (Afganistán, Palestina, Chechenia) o puedan trazarse sus conexiones (Irak), para después enviar ahí tanques y aviones que bombardeen y aterroricen a todos aquellos que vivan dentro de dicho círculo.
Dado que la guerra en sí misma es la forma más extrema del terrorismo, una guerra contra el terrorismo es profundamente contradictoria en sus términos. ƑNo es extraño que ninguna figura política importante haya señalado este punto? ƑO es normal?
Queda claro que aun con su limitada definición de terrorismo, los gobiernos de Estados Unidos, Israel y Rusia están fracasando. Conforme escribo esto, a tres años de los sucesos del 11 de septiembre, el número de bajas de soldados estadunidenses en activo ya sobrepasó mil, más de 150 niños murieron en un secuestro terrorista a una escuela, Afganistán vive en el caos y el número de ataques terroristas significativos creció a 20 en un año, en 2003, según cifras oficiales del Departamento de Estado. El muy respetado Instituto de Estudios Estratégicos en Londres informó que "más de 18 mil terroristas potenciales andan sueltos y se acelera su reclutamiento por cuenta de Irak".
Ante un fracaso tan obvio, y cuando el presidente se tropieza con sus propias palabras y finge que no (el 30 de agosto dijo: "No pienso que puedan ganar", y al día siguiente: "Que les quede claro, estamos ganando"), sorprende que las encuestas muestren que una mayoría de estadunidenses piense que el presidente "hizo un buen trabajo" en la guerra contra el terrorismo.
Pienso que hay dos razones para esto.
Primero, la prensa y la televisión no han dado lata ni han alertado a la gente. En una sociedad cuya doctrina fundamental es la democracia (revisen la Declaración de Independencia) los medios no pueden brindarle un respaldo ciego al gobierno. Pero no han dejado claro para el público (de forma vívida, dramáticamente clara) cuáles han sido las consecuencias de la guerra en Irak.
No me refiero sólo a las muertes y las mutilaciones de los jóvenes estadunidenses, sino las muertes y mutilaciones de los niños iraquíes. (Estoy leyendo acerca de un bombardeo estadunidense a un grupo de casas en la ciudad de Fallujah, que tuvo como saldo cuatro niños muertos, y los soldados de ocupación afirman que el ataque fue parte de "un golpe de precisión" a "un edificio usado con frecuencia por los terroristas".) Pienso que la natural compasión del pueblo estadunidense saldría a flote si en verdad entendiera que estamos aterrorizando a otros pueblos con nuestra "guerra contra el terror".
Una segunda razón para que mucha gente acepte el liderazgo de Bush es que no existe contrargumentación alguna del partido de oposición. John Kerry no ha puesto en duda la definición de terrorismo invocada por Bush. No ha sido directo. Se escabulle y finta, diciendo que Bush emprendió "la guerra incorrecta en el lugar y el tiempo erróneos". ƑHay alguna guerra correcta, un lugar y un tiempo acertados? Kerry no ha hablado claro, ni valientemente, de modo tal que apele al sentido común del pueblo estadunidense, siendo que cuando menos la mitad de éste se opone a la guerra, y que mucha gente busca las palabras sabias que un verdadero líder proporciona. No ha puesto en duda la premisa fundamental del gobierno de Bush: que la violencia masiva de la guerra es la respuesta apropiada ante la clase de ataques que ocurrieron el 11 de septiembre de 2001.
Empecemos por reconocer que los actos terroristas -la matanza de personas inocentes para lograr un objetivo- son moralmente inaceptables y deben repudiarlos y oponerse a ellos todos aquellos que afirmen preocuparse por los derechos humanos. Los ataques del 11 de septiembre, los bombazos suicidas en Israel, el secuestro de rehenes como hicieron los nacionalistas chechenos, todos rebasan los límites de los principios éticos.
Esto debe enfatizarse, porque tan pronto uno sugiere que sería importante considerar respuestas que no impliquen una represalia violenta, lo acusan de simpatizar con los terroristas. Es una manera mediocre de terminar una discusión sin examinar alternativas inteligentes a las políticas actuales.
Entonces surge la pregunta: Ƒcuál es la forma apropiada de responder ante estos horribles actos? Hasta el momento, la respuesta de Bush, Sharon y Putin ha sido la acción militar. Contamos ahora con evidencia suficiente que nos muestra que eso no frena el terrorismo; de hecho, provoca más, y al mismo tiempo conduce a la muerte de cientos y hasta miles de personas inocentes por ser vecinos de los supuestos terroristas.
Cómo podemos explicar que estas respuestas, obviamente ineficaces, contraproducentes, tengan el respaldo del pueblo ruso, israelí o estadunidense.
No es difícil imaginarlo. Es el miedo, profundo, paralizante; un pavor tan hondo que distorsiona las facultades racionales normales, de tal modo que la gente se pliega a políticas que tienen una sola cosa en su favor: hacen sentir que algo se está haciendo. En ausencia de opciones, ante un vacío de políticas, llenar éste con un acto decisivo parece aceptable.
Y cuando el partido de oposición y su candidato presidencial no pueden ofrecer nada que llene ese vacío, el público siente que no tiene otra sino aceptar lo que se está haciendo. Satisface emocionalmente, aun cuando el pensamiento racional sugiera que no funciona y no puede funcionar.
Si John Kerry no puede ofrecer opciones a la guerra, entonces es responsabilidad de los ciudadanos presentar una alternativa al pueblo estadunidense, allegándose todos los recursos posibles.
Sí, debemos intentar protegernos, en todas las formas posibles, contra futuros ataques: brindar seguridad a los aeropuertos, a los puertos marítimos, a los ferrocarriles y otros centros de transportación. Sí, podemos intentar la captura de los terroristas conocidos. Pero ninguna de estas acciones conseguirá ponerle fin al terrorismo, porque sucede que millones de personas en Medio Oriente y en otras partes están furiosas por las políticas estadunidenses, y de estos millones provienen quienes llevan su furia a extremos fanáticos.
El más antiguo analista de la CIA en cuestiones de terrorismo, que escribiera un libro firmado "Anónimo", ha dicho abruptamente que las políticas estadunidenses -respaldar a Sharon, emprender guerras en Afganistán e Irak- "están completando la radicalización del mundo islámico".
Siempre viviremos atemorizados a menos que rexaminemos nuestras políticas: nuestro acuartelamiento de soldados en unos cien países (recuérdese que el acuartelamiento de militares extranjeros fue uno de los agravios invocados por los revolucionarios estadunidenses), nuestro respaldo a la ocupación de tierras palestinas, nuestra insistencia en controlar el petróleo de Medio Oriente. Si anunciáramos que estamos deseosos de reconsiderar esas políticas y comenzáramos a cambiarlas, podríamos comenzar a secar la enorme reserva de odio de donde brotan los terroristas.
Quien quiera que sea el próximo presidente, es responsabilidad del pueblo estadunidense exigir que comencemos a reconsiderar valientemente el papel que debe jugar nuestro país en el mundo. Esa es la única solución posible a un futuro de temor incisivo e interminable. Esa sería "nuestra" guerra contra el terrorismo. Traducción: Ramón Vera Herrera
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