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México D.F. Miércoles 1 de diciembre de 2004 |
Ixtayopan: vergüenza creciente
A
una semana de ocurrido el linchamiento de efectivos de la Secretaría
de Seguridad Pública (SSP) federal en San Juan Ixtayopan, Tláhuac,
los gobiernos capitalino y federal persisten en atribuirse mutuamente la
responsabilidad de no haberlos rescatado a tiempo. Los titulares de Seguridad
Pública en ambos niveles, que por elemental decencia habrían
debido renunciar a sus cargos cuando más tarde al día siguiente
de los trágicos e indignantes sucesos, siguen trenzados en alegatos
e intercambios de descalificaciones que resultan ofensivos y exasperantes;
mientras Marcelo Ebrard, exculpado en forma improcedente y precipitada
por Andrés Manuel López Obrador, se empeña en afirmar
que la dependencia a su cargo hizo cuanto estaba a su alcance por salvar
a los elementos de la Policía Federal Preventiva (PFP), su contraparte
federal, Ramón Martín Huerta, indebidamente cobijado por
el presidente Vicente Fox, porfía en capitalizar el linchamiento
para golpear a las autoridades capitalinas y se da el gusto de señalar
que un elemento que incidió en el asesinato de los dos policías
y las graves lesiones sufridas por un tercero fue "la falta de atención
de algunas autoridades", como si él no fuera una de ellas.
En el Gobierno del Distrito Federal (GDF) sigue imperando
la política del avestruz: ante lo sucedido en San Juan Ixtayopan
"se hizo todo lo humanamente posible", pero el desenlace resultó
inevitable, y no hay responsabilidades oficiales que perseguir. En el equipo
presidencial puede percibirse, en forma cada vez más definida, el
afán de utilizar esos linchamientos para justificar otro: un nuevo
linchamiento judicial de funcionarios capitalinos. Con ese propósito,
la SSP federal difunde mentiras evidentes -"nos confundimos por los informes
del GDF", dice, como si hiciera falta una carta oficial para enterarse
de las atroces escenas que los televidentes estaban observando en tiempo
real-, altera sin rubor sus propios boletines de prensa y obliga al silencio
a los cientos de efectivos de la PFP que han señalado -a la opinión
pública y a sus superiores- las imperdonables fallas de juicio cometidas
por los mandos de la corporación en las horas críticas del
23 de noviembre. Enredada en sus propias contradicciones, la dependencia
federal no atina, hasta el momento actual, a explicar en forma convincente
qué hacían sus elementos en una misión que, a falta
de datos oficiales, parece haber sido diseñada entre la chapuza,
el encubrimiento y la provocación.
Por supuesto, la barbarie multitudinaria de la semana
pasada debe ser sancionada y los responsables de los homicidios deben ser
correctamente identificados, presentados ante los tribunales y sancionados
conforme a derecho, y otro tanto debe hacerse con los funcionarios públicos
responsables de omisión. Esa sería la materialización
de la promesa formulada por el presidente Fox a los familiares del subinspector
Víctor Mireles, uno de los asesinados, en el sentido de "llegar
hasta las últimas consecuencias". Pero la primera consecuencia tendría
que haber sido el cese o la renuncia -los formalismos son lo de menos-
de los encargados de Seguridad Pública de ambos gobiernos, no sólo
por decoro, como se ha dicho, sino también porque, a estas alturas,
resulta evidente que la permanencia de Ebrard y Martín Huerta en
sus cargos es un obstáculo evidente al esclarecimiento de los hechos
y al necesario deslinde de responsabilidades. En la medida en que los dos
funcionarios parecen haber quedado a cargo de conducir, en sus respectivas
dependencias, las pesquisas correspondientes, éstas no pueden ostentar
ningún grado de verosimilitud.
Lejos de disiparse con los días, la vergüenza
por ese episodio, en el que salió a relucir lo peor de las instituciones,
los funcionarios y la sociedad, se ha ido acrecentando con los duelos verbales
referidos, los intentos de manipular los hechos y las inaceptables violaciones
a las garantías individuales perpetradas en la localidad de Tláhuac
en el contexto de la cacería de los culpables: allanamientos
y cateos sin orden judicial, arrestos arbitrarios, maltratos diversos a
la población, todo ello seguido del más tradicional e indignante
"usted disculpe", que es una de las formas inveteradas de impunidad en
los atropellos a la ciudadanía en este país que, según
el discurso oficial, acaba de culminar "cuatro años de cambios".
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