Irak, las elecciones y Orwell
Las elecciones iraquíes ųcomo antes lo hicieron las afganasų
ilustran la neolingua impuesta por el Big Brother orwelliano para
afirmar su dominación, borrar la memoria histórica, reconstruir
la identidad de las víctimas de una dictadura totalitaria. La ocupación
militar colonialista, en el lenguaje de Estados Unidos, se presenta en efecto
como democracia; el régimen cuyo primer ministro interino fue
puesto por Washington y escogido entre los ex agentes de la CIA aparece como
liberador, y quienes luchan por la libertad de su país ocupado
y colonizado son en cambio terroristas que quieren impedir la expresión
de la voluntad popular... pero del millón y medio de iraquíes
en el extranjero, fuera del radio de acción de los cuchillos, los fusiles
y los coches bomba de los resistentes, sólo ha votado menos de un cuarto
de millón de personas, ya que no es lógico y es repugnante elegir
cuál de los servidores del ocupante perpetuará y legalizará
la destrucción y la depredación de un país orgullosamente
nacionalista.
Las iraquíes son elecciones donde la tinta para identificar a los votantes, la papelería y las urnas son provistas por los soldados extranjeros, ya que nadie es voluntario para un trabajo electoral; son comicios bajo el fuego constante de los ocupantes, con zonas donde éstos ni se aventuran, y en las que la prensa sólo puede observar cómo se votará en una zona adinerada sunita, en las zonas kurdas y en una franja chiíta.
En este supuesto cambio de poder, el Parlamento que será elegido no tendrá ningún poder y se limitará a elaborar una Constitución repudiada por la mayoría de la población. No podrá disponer de los recursos naturales ni fijar la política: el único poder es y seguirá siendo el ejército estadunidense, el de las torturas en masa, el del saqueo de los tesoros artísticos milenarios, el del bombardeo a las poblaciones civiles.
Según sondeos poco atendibles (Ƒquién le confesará a los periodistas del invasor que no va a votar?) sufragarán menos de 63 por ciento de los iraquíes (y no se dice qué escribirán en su voto) pero la votación libre de los iraquíes en el exterior no llega a la mitad de esa cifra. Seguramente sí votarán los kurdos, que buscan una autonomía que ni Estados Unidos ni Turquía quieren, y que sostienen que las estratégicas y petroleras regiones de Mosul y Nínive son también kurdas, aunque el gobierno fantoche en Bagdad se niegue a aceptarlo. De modo que su voto creará nuevos problemas a los ocupantes y a los servidores locales de aquéllos. Votarán también, aunque menos, las zonas chiítas, deseosas de sentar bases locales para el acercamiento a Irán, que para Estados Unidos integra el llamado eje del mal, y también en este caso el nuevo peso que obtenga el clero chiíta creará problemas a Washington y a su sirviente laico pero de origen sunita en Bagdad.
Pero las elecciones no arreglarán nada: ni la paz, ni la reconstrucción nacional, ni una relación con Estados Unidos que está ya comprometida por varias generaciones, ni la inestabilidad en la región. Los marines seguirán muriendo todos los días, todos los meses, todo el año, y los liberadores seguirán bombardeando en una guerra cuya única salida sensata es la de los franceses en Argelia, y éstos y los estadunidenses en Vietnam: la retirada. La operación de propaganda que el gobierno de Bush está realizando con esta farsa electoral, a corto plazo se revertirá en su contra, tornando aún más injustificable la ocupación. Pero Bush necesita la guerra para sostener al dólar y atraer inversiones hacia Estados Unidos, de modo que es difícil que pueda tener la sabiduría de un De Gaulle, padre de la llamada paz de los bravos entre los colonialistas en retirada y los resistentes que conquistaron su independencia. De modo que corresponderá a los iraquíes, al pueblo de Estados Unidos y a la opinión pacifista mundial la dura tarea de imponerle la razón.