Número 113 | Jueves 1 de diciembre de 2005
Director fundador: CARLOS PAYAN VELVER
Directora general: CARMEN LIRA SAADE
Director: Alejandro Brito Lemus

 

Violencia y violación
La violencia sexual es el extremo de una práctica social que subordina, somete y devalúa a las mujeres. Una violación es la afrenta más dolorosa, no sólo por el daño físico en sí mismo, sino por las secuelas psicológicas que provoca. En este texto se explora el sentir de las víctimas de violación dentro de una sociedad en que dominan la impunidad y la desigualdad de género.

Por Noemí Ehrenfeld *

 

La violencia sexual es uno de los problemas de salud más graves a nivel mundial, reconocida por Naciones Unidas como “todo acto de violencia de género que resulte en, o pueda resultar en daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico de la mujer, incluyendo la amenaza de dichos actos, la coerción o la privación arbitraria de la libertad, tanto en la vida pública como en la privada”.

En 1995 se realizó una investigación en el Hospital General Manuel Gea González con sobrevivientes de violación, referidas por el Centro de Terapia y Atención a Víctimas de Delitos Sexuales de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal para su atención.

En las entrevistas, las mujeres manifestaron que el miedo permea todas las ideas, expresiones y actos de sus vidas, produciendo consecuencias graves, desde fobias hasta la decisión de abandonar el trabajo (91 por ciento), a pesar de ser su único sustento. El miedo a la repetición del hecho provoca una necesidad de huir, tanto de la memoria de la violación, como de otro evento, percibido como probable y amenazante. Las mujeres refieren la imperiosa necesidad del anonimato y de ocultar socialmente el haber sido violadas; todas tienen la sensación de “estar sucias” y sienten la necesidad de bañarse una vez que sobreviven al hecho violento. Expresan una necesidad emocional y psicológica de quitar todo tipo de rastros del violador. Incluso una de las mujeres solicita: “Que me abran la vagina y me limpien de toda la porquería que echó ése... ¿se puede?”.

Quién provoca la violencia
La culpabilidad producto de una violación va más allá del hecho en sí, se acentúa desde las relaciones afectivas y familiares, hasta las relaciones sociales.

Se trata de una percepción intensa y constante que se genera sobre la idea de que la mujer violentada pudo “hacer algo para evitar la violación”, que a su vez se vincula con la fantasía de “haber hecho algo para provocar la violación”. Este nudo emocional refleja, con toda su fuerza, el problema de género de la violación: el mito de que la mujer que no quiere realmente ser violada puede o tiene la capacidad de rechazar al violador e impedir el hecho. La ideología, el discurso y las acciones de una sociedad que contiene una concepción del mundo en el cual las relaciones y posiciones de poder hombre/mujer son de dominación/subordinación están profundamente incorporadas en las mismas mujeres.

En la práctica, la violencia contra la mujer, sea niña, adolescente o adulta ha sido asociada con su condición de subordinación al varón o, dicho de otro modo, a la dominación masculina. Toda su vida –su papel social, su identidad, su cualidad reproductora– está atravesada por una valoración centrada más que en su sexualidad, en su sexo, en su genitalidad.

Cuando los hombres dicen a las mujeres: “no vales nada”, “esto es lo que necesitas”, “te lo mereces”, las mujeres piensan: “ahora ya no valgo nada”. La victimización que sienten las mujeres violadas es uno de los modos más detestables de la subordinación que la sociedad produce en las mujeres.

Cuando las mujeres violadas relatan y reflexionan sobre su experiencia, también rememoran los sucesos que el hecho desató en su vida afectiva de pareja. Una mujer dice: “después de unos meses empezaron los problemas, él me dijo ‘hubiera preferido que me engañes y no que ese tipo te haya hecho eso’”. El discurso del varón es que otro hombre le quitó lo suyo y no admite o reconoce a la mujer su derecho y el control sobre su propia sexualidad.

Las mujeres entrevistadas expresan una intensa devaluación de su ser como personas. El acento, sin embargo, está en el sexo, en la sexualidad: “yo ya no valgo”, “nunca voy a ser la misma como mujer”. Clara expresión de la brutal reducción que muchas mujeres sufren desde niñas en la construcción de su identidad, ya que su valor está centrado en su genitalidad y, para muchas de ellas, en su virginidad. La violación les expropia un bien invaluable: su pureza, su “pertenencia” a un hombre: su valor como mujer en una sociedad de relaciones casi obligatoriamente heterosexuales.

Tan común que ni preocupa
A pesar de que se han hecho importantes modificaciones en las leyes que castigan los delitos sexuales, las mujeres siguen siendo presa frágil de los resquicios que deja la ley, así como de la interpretación y valoración de un o una juez. Si el universo de mujeres que denuncian el delito de violación es de diez por ciento, 90 por ciento quedan impunes. Si se pudiera estimar la magnitud de otros delitos sexuales contra la mujer como el abuso sexual, la violación entre cónyuges, la coerción, la violación equiparada, así como los delitos sexuales contra los menores, se podría tener una aproximación más cercana a la realidad de esta violencia de género y una idea acerca de cuán violenta es esta sociedad para con las mujeres.

Si bien es ya un lugar común el decir “vivimos en la impunidad”, esto es una realidad para las mujeres en su conjunto y el hecho de ser mujer se convierte en un riesgo. Esta percepción genera miedo: de salir a determinada hora, de viajar en transporte público o sola, en el sitio de trabajo, de vestir de cierto modo, de expresarse, de lo impredecible. Este miedo, enraizado en el pensar y en el actuar, limita las expresiones de las mujeres, de su condición de ciudadanas.

Si bien las instituciones que trabajan a favor de la mujer y en la atención de la violencia sexual han contribuido para crear conciencia entre grandes sectores de la población y numerosas instancias gubernamentales, es necesario un cambio profundo. Los esfuerzos, incluyendo el sector de varones más progresistas, son por ahora insuficientes.


* Profesora e investigadora de la UAM-I. El texto es una versión editada del artículo “Violencia y violación. Una reflexión sobre las mujeres jóvenes y la impunidad”, publicado en la Revista de Estudios sobre Juventud, año 3, no. 8, enero-junio 1999.
Te aguadas o te carga

En el origen de la violencia sexual contra las mujeres está la construcción de la masculinidad como un evento de constante demostración frente a los otros de la hombría, como muestra el testimonio de un violador que presentamos aquí.


Relaciones de miedo

El 70 por ciento de las mujeres violadas tienen entre 12 y 19 años.
La violación siempre estuvo acompañada de amenazas, sea en contra de las mismas víctimas, sus hijos o familiares. Cuando el violador es un desconocido, siempre la amenaza de muerte.
El 70 por ciento de los violadores es un desconocido en la muestra de mujeres víctimas.
Una de cada cinco mujeres queda embarazada como consecuencia
de la violación (20 por ciento).
Fuente: Investigación del Programa de Atención a la Víctima de Violencia Sexual, UAM-I y Hospital General Dr. Manuel Gea González.