Maquiladoras sobrexplotan a trabajadoras Las obligan a jornadas de trabajo de 10, 12 y hasta
26 horas seguidas Gaspar Morquecho En Chiapas, los “gobiernos del cambio” coincidieron en la tarea de “crear empleos” y a principios de sus respectivas gestiones se encontraron en San Cristóbal para inaugurar una fábrica de suéteres con la firma de Trans Textil International, S. A. de C. V. del “zar de la mezclilla” Nasik Kamel. Para tal efecto, el gobierno federal subsidió la “capacitación” de las/os trabajadores y el gobierno de Chiapas dotó de la infraestructura necesaria a esa empresa que pretendía contratar a mil 500 trabajadoras/es y que no tuvo más de 500. Al cuarto año de operaciones la fábrica se transformó en una “fábrica de ropa” con la firma Spintex Company, S. A. de C. V. En el sexto año, al parecer, se encuentra en una “etapa terminal” que coincide con la de los gobiernos federal y estatal. En su corta vida esa maquiladora -en esta región indígena y mestiza-, es un buen ejemplo de los “nuevos modos de producción globalizados”i que se han impuesto en muchas regiones del país, donde lo que no cambia es “la explotación salvaje de la fuerza de trabajo”. Con las “nuevas formas de producción y de pago” a las/os trabajadores se les imponen “metas de producción”, jornadas de trabajo extenuantes de hasta 26 horas seguidas y los salarios llegan a ser más bajos que en China. Un modelo de producción que recrea la vieja alianza “charro, gobierno y patrón” para la explotación de las/os trabajadores en su mayoría mujeres. Spintex Company ocupa un edificio que se construyó a principios de la década de 1970 y que a partir de 1976, albergó a diversas empresas textiles, en un proyecto de Luis Echeverría y Velasco Suárez para la “industrialización de Chiapas”. Tales firmas no soportaron los cambios y la competencia mundial. Sabino Cándido Pérez trabajó con esas firmas de 1976 a 1992, año en que: “La fábrica cerró pues la materia prima era muy cara, aumentaba el precio de la tela y venía mucha de Japón. No podíamos hacer nada, la empresa se declaró en quiebra y cerró”. Diez años después la historia se repitió. En 2002, Vicente Fox y Pablo Salazar inauguraron la “fábrica de suéteres” en San Cristóbal para “crear empleos y propiciar el despegue industrial en la entidad”. El gobierno de Chiapas compró y acondicionó el edificio y “hasta diciembre de 2004 la empresa no pagaba renta y adeudaba 60 mil pesos por el servicio de agua; no recibe el apoyo para la capacitación y, al parecer, está a punto de cerrar”, afirmó Enoc Hernández ex alcalde de esa ciudad. La fábrica y las cadenas de producción que encadenan Es domingo, son las 10:30 de la mañana. Flor nos recibió en su casa, sin embargo, al pedirle la entrevista con enfado dijo: “Acabo de llegar. Nos quedamos [trabajando] toda la noche. Mejor nos vemos más tarde”. En su rostro se notaba el cansancio. Esta obrera de la firma Spintex había trabajado 26 horas seguidas. Ese sábado entró a laborar a las 7:30 de la mañana y salió a las 9:30 horas del domingo. ¿Qué pasó? Le preguntamos por la tarde a Flor: “No salió la producción”. Ella contó que la cantidad de prendas a confeccionar depende del grado de dificultad, así que varía de 800 a mil 200 prendas diarias por módulo de producción, es decir, de 4 mil 800 a 7 mil 200 prendas por módulo a la semana. Según Flor, en cada módulo laboran, más o menos, 10 trabajadoras/res que perciben un salario de acuerdo con la antigüedad de cada uno de ellos y que va de 664 a mil 200 pesos por quincena, más un “incentivo por productividad” de 600 a 700 pesos a la quincena, en teoría, pues por lo general, a las/os trabajadoras/es solamente “les pagan la mitad del incentivo”. A partir de los datos que nos dieron algunas trabajadoras y ex trabajadoras resulta que la jornada promedio diaria de trabajo en esa empresa es de 12.30 horas. Los fines de semanas -ya sea de viernes a sábado o de sábado a domingo-, la jornada rebasa las 24 horas: “Los viernes o el sábado, coincidieron las trabajadoras, cierran las puertas para que no nos escapemos. Ahí nos amanecemos hasta acabar con la tarea. Hasta alcanzar la meta de producción”. Trabajadoras mexicanas que ganan menos que las chinas Analizando el tiempo de trabajo y los salarios podemos decir que, en esa empresa, a las trabajadoras con el salario e incentivo menores les pagan 5.32 pesos por hora de trabajo (menos del salario mínimo) y con el salario e incentivo mayores a 8.56 pesos por hora. Es decir, 51 y 83 centavos de dólarii respectivamente que, frente a los 68 centavos de dólar que se paga en China por mano de obra por hora -una de las mas bajas en el mundoiii-, significa que las trabajadoras de esta empresa con menor salario ganan 17 centavos de dólar menos que las obreras chinas, y que las de mayor percepción reciben apenas 15 centavos de dólar más por hora que en China. Las trabajadoras son conscientes de
que sus salarios y jornadas de trabajo son injustas pero, como dicen
ellas, “no queda de otra”, sobreviven en la pobreza y “hay
bocas que mantener”. Las mujeres con su salario cubren o complementan
el gasto familiar, situación que se torna más aguda para
las madres solteras. Para optimizar sus ingresos, algunas trabajadoras
alquilan en grupo una vivienda. Aun así, la renta les resta el
25 por ciento de su salario. Las madres solteras se apoyan en sus madres,
de otra forma tienen que dejar solos a sus hijos todo el día
en casa. Con la madre/padre “ausente”, las/os menores aprenden
a ocuparse de ellas/os mismos, hacen su comida y van a la escuela. Sólo
durante una parte del domingo o en vacaciones, la madre puede estar
con sus hijas/os: “Como trabajadoras no tenemos vida personal”,
aseguró Flor.
El “ingeniero” se encarga de echar andar las “cadenas de producción”, de acicatear a las/os trabajadores para alcanzar las “metas de producción” y así explotar al máximo la fuerza de trabajo. Dicho en el lenguaje de la modernidad: que las trabajadoras/es alcancen los “niveles de productividad en el marco de la competencia”, para lo cual, el ingeniero usa los arcaicos recursos de la amenaza y el grito: “Nos grita y regaña muy fuerte si ve que no se va alcanzando la meta”, afirmaron unas trabajadoras tzotziles. La médica, por su parte, impide que las/os trabajadoras/es acudan directamente al IMSS y consigan alguna “incapacidad”. Ellas tienen que pasar antes por su consultorio. “El de la CROM”, además de ser beneficiario de las cuotas sindicales -el uno por ciento sobre el salario-, amenaza a sus agremiadas/os con actas de “abandono del trabajo” si las/os obreros no se presentan los fines de semana para el encierro de “productividad” y hace caso omiso a las elementales demandas que levantan sus agremiadas/os: “salario base y horario fijo”. En cuanto a las condiciones de trabajo en la “fábrica de ropa” las trabajadoras dicen que sus asientos son cómodos, que hay luz suficiente, que beben agua de garrafón pero hay problemas en los sanitarios: “están sucios, dicen, pues a veces no hay agua”. Denunciaron que a las trabajadoras más hábiles las incorporan a los “módulos de producción” independientemente de que estén en el proceso de capacitación que “paga el gobierno”. Por su parte, José Antonio Ávila, delegado del Servicio Estatal de Empleo en Las Casas, afirmó que ex trabajadoras le han comentado que dejaron de trabajar ahí porque las habían despedido sin darles ninguna explicación y “que las trataban mal”, dijo también que cuando “[La empresa] nos pidió difundir 200 vacantes, a la gente le llamaba la atención [la oferta de trabajo] pero cuando se enteraban que se trataba de la fabrica de ropa nos decían ‘no muchas gracias’, que ya la conocían y no querían saber nada [de ese empleo]”. Más obreras que obreros
Capitalismo, ciudad, pobreza en el campo y mujeres
Sujetas a la tradición y a la costumbre las trabajadoras indígenas festejan al “santo patrón” del pueblo y hablan en su idioma materno. Las mujeres adultas difícilmente entablan una charla en la castilla, los niños se espantan frente al intruso caxlán (mestizo) y las jóvenes se esconden; sin embargo, disfrutan de los servicios del “desarrollo”: agua entubada, luz; una clínica rural, escuela y las calles están pavimentadas. Las hacinadas viviendas son de tabla, adobe o block de concreto y se llega a ellas por angostas callejuelas. Difícilmente se puede decir donde empieza o termina una propiedad. Una delgada losa de concreto o un tronco pueden servir de lavadero; un rincón para el gallinero o la conejera y pequeñas áreas cerca de la casa para plantar un frutal y sembrar algunas matas de maíz para la temporada de elote. Según María, una ex trabajadora tzotzil, las jóvenes salen del ámbito rural y se hacen obreras porque “quieren dinero”. Necesitan ingresos para mantenerse ellas o para complementar el ingreso familiar, sin embargo, hay ocasiones que el salario de una trabajadora indígena es el ingreso único y seguro para su familia ante la ausencia del padre. También puede ser un recurso adicional para pagar labores agrícolas. Son las/os pobres del campo. Las más pobres no cuentan con parcela, otros apenas con un cuarto de hectárea con la cual es imposible dar de comer a una familia. Los menos poseen dos o tres hectáreas y garantizan el maíz para todo el año. En estas condiciones, el salario de la mujer es significativo en economías marginales como la de las pobres del campo. Sin embargo, las mujeres indígenas tienen otras razones para “engancharse” en la maquila. Ellas dicen que van a la fábrica porque “quieren trabajar”, porque “no quieren estar en su casa”. No les gusta estar en su casa. Seguramente porque no es muy atractivo para ellas vivir en un pequeño poblado y pasarse los días produciendo algún textil para venderlo eventualmente en San Cristóbal, menos aún si ellas tienen que mantenerse y sufragar los gastos que toda joven mujer tiene: ropa, calzado, unos aretes, un prendedor, un reloj, una pulsera, un celular o algo de maquillaje. Entonces les resulta atractivo dejar la casa y salir de la comunidad para ir a la ciudad, trabajar en la fábrica y, así, garantizar un ingreso seguro sin importar las condiciones: “Me hace daño cuando trabajo de noche, siento que mi corazón me duele y mi ojo también. Cuando no sale el trabajo me preocupo, estoy piense y piense en que faltan como 2 mil prendas que son como dos días de trabajo”, afirmó Juana. - Entonces ¿ayuda o no la fábrica? “A veces, pues no pagan bien”, respondieron las trabajadoras. Estrategias para librarse de las cadenas En las obreras no todo es resignación y pasividad. Buscan alguna forma de evadir las jornadas injustas de trabajo y de cada en cuando dejan de ir a la fábrica los fines de semana para evitar “amanecerse trabajando”. A las trabajadoras indígenas les sale menos costoso que les descuenten un día de trabajo y los “incentivos” que presentarse a trabajar los fines de semana para “alcanzar la meta de producción”. Es muy sencillo que ellas se den cuenta de lo que les espera el fin de semana: “Hoy no fui a trabajar, faltaba mucho la meta de producción. Ahora me van a descontar el día y no van a dar el incentivo. Ahí en la fábrica no tratan bien y si no sale la meta entras el viernes en la mañana y sales a las doce o una de la mañana del sábado y cuando entras del sábado no sales de trabajo hasta el domingo pues cierran las puertas y no las abren hasta que se logra la meta. Además, entre semana tenemos que trabajar desde la siete y media de la mañana a las seis, siete u ocho de la noche. Por eso no dan ganas de ir a trabajar el fin de semana. Así, cuando no sale el trabajo digo: mañana no vengo”. A últimas fechas, los indicios de un probable cierre de la “fabrica de ropa” son más evidentes: se ha retirado la manta que colgaba de la fachada de la fábrica solicitando trabajadores, el ex alcalde de San Cristóbal, Enoc Hernández, habló de que el “cierre de la fábrica puede ser pronto” y a algunos trabajadores no se les permite ingresar a la planta con el argumento de “no hay trabajo”. Estamos pues, frente a la inseguridad del empleo, es decir, otra característica de las maquiladoras: cuando el capital y los patrones lo deciden cierran y se van. |