Mujeres de la Montaña
de Guerrero
La región de la Montaña de Guerrero, situada en la parte sur oriental de dicha entidad, está modelada por los pueblos nahua, mixteco y tlapaneco que dibujaron sus principales características culturales y sociales. Esta región contiene diferencias naturales y productivas; algunas zonas tienen una gran diversidad y otras en cambio, sostienen sólo una agricultura de auto subsistencia cada vez menos eficiente por situarse en suelos que se deterioran rápidamente por el uso intensivo, la rapiña sobre sus bosques y por el empleo creciente de agroquímicos. Este déficit productivo ha ocasionado
la incorporación de las mujeres indígenas a la economía
monetaria a través de su participación en los mercados
laborales, la producción agropecuaria y artesanal, la industria
a domicilio, el comercio, el servicio y el trabajo por cuenta propia.
Las mujeres de la Montaña realizan diversas labores en el hogar, el traspatio y la parcela que no son retribuidas pero que constituyen un apoyo indispensable a la economía familiar. También obtienen ingresos de pequeños negocios y de las transferencias provenientes de instituciones oficiales, vía las becas del Programa Oportunidades, los apoyos del Procampo y principalmente de las remesas. La mujer de la Montaña mantiene una doble relación con la migración ya que por un lado, sale cada vez con mayor frecuencia y por otro, sufre las consecuencias de la migración de los hombres hacia los Estados Unidos. Los principales destinos de la migración de las mujeres indígenas de la Montaña son el estado de Morelos, el Estado de México, el Distrito Federal, Acapulco, Sinaloa, Sonora y Baja California. En los primeros sitios de destino las mujeres realizan estancias en lugares cercanos conservando el contacto comunitario y buscando al mismo tiempo establecerse vía las redes fijadas entre paisanos. El objeto de esta migración es la búsqueda de trabajo, pero también de vivienda y de otros servicios. En los sitios del noroeste, básicamente en Sinaloa, se trata de una migración cíclica anual con traslados temporales. Las mujeres se van en familia o solas y después de seis meses de trabajo, la mayoría regresa a sus comunidades mientras que una proporción más pequeña continúa por otros sitios del noroeste hasta llegar a Baja California donde se establecen en espera de cruzar la frontera. Establecen poco contacto con la sociedad de destino donde viven en una situación de marginación y discriminación. La proporción de mujeres en dichos campos agrícolas ha rebasado el 45 por ciento. Para las madres solas esta migración es la única posibilidad que tienen de obtener ingresos por lo que tienden a migrar a destinos donde se les acepta sin escolaridad ni calificación y donde el trabajo infantil es permitido. Los trabajadores indígenas en gran parte de estos campos sufren el incumplimiento de mínimas condiciones laborales y de vida. Si bien para las familias montañeras la migración femenina es indispensable, la condición de género hace a las mujeres más vulnerables, sobre todo si viajan embarazadas o con niños chicos, sabiendo que no tienen derechos mínimos que las protejan y que no existen los servicios adecuados para que su situación sea menos difícil al tener que laborar alrededor de 18 horas diarias en los campos agrícolas y en la vivienda. Si bien, la presencia de la mujer en los campos permite ahorros a la familia, ya que es ella la que hace la comida, asea la casa y lava la ropa, la intensificación de su esfuerzo ha ido en detrimento de su salud por las largas jornadas que realiza. En la Montaña de Guerrero la migración forma parte de la vida cotidiana de sus comunidades. El núcleo familiar se organiza en torno a esta posibilidad que se ha convertido en la estrategia más importante para sobrevivir y seguir siendo montañeros. Los cercanos regresan mensualmente y traen o mandan dinero para sus fiestas y para la familia, así como víveres y ropa de la región en donde radican. Son recibidos en las ciudades por sus paisanos donde forman colonias e incluso se incorporan a los mismos oficios. La migración hacia Estados Unidos implica ausencias prolongadas, inclusive definitivas, que si bien son paliadas por la posibilidad actual de la comunicación y el envío de remesas, significan abandono y mayores esfuerzos para las mujeres que se quedan y tienen que encabezar a la familia frente a la comunidad y asumir nuevos roles. Si bien implica un sustantivo cambio económico y una mejoría en la satisfacción de las necesidades familiares, significa también inestabilidad, incertidumbre y temor ante la vida “allá” y el posible regreso de los migrantes. Sin embargo, las mujeres se han convertido también en migrantes internacionales. Las mujeres con migración internacional conforman el 25.4% a nivel nacional, en tanto que en Guerrero constituyen el 28.3%. (INEGI, 2000). Las mujeres que se quedan viven una
situación compleja. Tienen que atender la casa, el traspatio,
la parcela, la artesanía o el comercio, educar, cuidar a los
hijos y representar a la familia ante la comunidad. Expuesta a chismes
de allá y de acá, bajo la estricta vigilancia de la suegra
y de la familia del esposo ausente, su vida cambia y la mujer tiene
que fortalecerse para salir adelante, a veces por varios años,
a veces, para siempre. Cuando se van las mujeres, se van acompañando
al marido o se van solas y allá encuentran marido o algún
acompañante. Las mujeres indígenas manifiestan cambios a partir de la migración, pero éstos son más importantes cuando migran solas o cuando lo hacen hacia espacios tan amplios como la ciudad donde quedan atrás las cargas, deberes y obligaciones con la familia o la comunidad. A partir de la intensa dinámica
económica, social y cultural a que ha estado sometida esta región,
la mujer ha cobrado mayor presencia por su incorporación a los
mercados de trabajo, a la economía, pero también a propuestas
organizativas promovidas desde instancias gubernamentales, organizaciones
gremiales mixtas, la iglesia, los partidos políticos y organizaciones
sociales de distinto tipo con fuerte presencia local. En la región de la Montaña
se han dado diversos procesos organizativos: unos tienen que ver con
labores que desde tiempos remotos ha venido realizando la mujer como
el oficio de partera, el trabajo agrícola o bien el artesanal,
como las tejedoras y bordadoras de ropa o las tejedoras de artículos
de palma. Otra vertiente que ha dado pie a la constitución de organizaciones y de dirigencias indias entre las mujeres guerrerenses, ha sido su participación en procesos nacionales y regionales como el movimiento indio y los procesos electorales federales, estatales y municipales. El espacio comunitario ha sido en el que preferentemente participa la mujer indígena, ámbito importante ya que en él se recrean las relaciones de parentesco, se garantiza la reproducción de la comunidad, se controlan los recursos, se lucha por servicios básicos, se toman las decisiones fundamentales para la comunidad y se administra la justicia. Si bien sobre las mujeres indígenas pesa el rol que les han asignado ancestralmente la familia y la comunidad, la continuidad de su cultura no depende ya de la continuidad de una normatividad que le limite toda posibilidad de participación: los usos y costumbres han ido cambiando y pueden seguir cambiando en beneficio de las mujeres sin que necesariamente se desintegre la comunidad. Esta intensa participación ha
llevado a la creación de espacios propios y ha propiciado el
desarrollo de un movimiento que conjunta una gran diversidad de experiencias
organizativas, regionales y nacionales como la Coordinadora Nacional
de Mujeres Indígenas, donde mujeres de la Montaña tienen
un papel destacado.
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