La agrupación cubana se presentará el próximo 22 de marzo en el Auditorio Nacional
Buenavista Social Club, fenómeno cultural que ya terminó: De Marcos
Intelectuales blancos de clase media de Europa occidental los llevaron a lugares insospechados, opinó el músico y promotor
El éxito se debió a lo atractivo de ver a unos viejitos ejecutar su trabajo, consideró
La Habana, 19 de marzo. A Ibrahim Ferrer se le pusieron vidriosos los ojillos la noche del primero de julio de 1998, cuando el Carnegie Hall de Nueva York se rindió a los pies de esos músicos cubanos que salieron del retiro para repicar las campanas de la fama mundial.
Pero Buenavista Social Club ya terminó, dice a La Jornada el promotor musical de ese fenómeno, Juan de Marcos González. "Fue un hecho cultural y los hechos culturales tienen un momento histórico. Para mí, Buenavista es algo que ya terminó.
"Lo que hemos hecho después son varios conciertos, como homenaje de recuerdo", dice González, quien estará con otras figuras del conglomerado en una de esas actuaciones, el próximo miércoles 22, en el Auditorio Nacional, en la ciudad de México.
Hace exactamente 10 años, durante cinco días de marzo de 1996, se grabó en La Habana A toda Cuba le gusta. Era el primer sencillo de una banda reunida por Juan de Marcos bajo el nombre convencional de Afro Cuban All Stars, para el sello World Circuit, del empresario británico Nick Gold.
De inmediato siguieron Buenavista Social Club y Presentando a Rubén González, primer trabajo como solista que este virtuoso del piano grabó a los 77 años.
Más tarde se sumaron los otros tres títulos que pueden considerarse dentro de la serie, dice González: los primeros de Ibrahim y de Omara Portuondo, que llevan sus nombres en el título, y el segundo de Rubén, Chanchullo.
En total fueron más de 12 millones de copias. Sólo Buenavista vendió más de 8 millones de ejemplares y ganó el Grammy en 1997. Dos años después, el cineasta alemán Wim Wenders hizo un documental que multiplicó el impacto mundial del fenómeno. "Todavía hay gente en la India o en Islandia que regala discos de Buenavista en las fiestas navideñas."
Las claves
A finales de los años 70 ya se había hecho en Cuba un todos-estrellas (Las estrellas de Areíto), y unos 10 años más tarde Pablo Milanés repitió la experiencia con otro diseño, en la serie Años, con tres sencillos.
¿Por qué no tuvieron el éxito del fenómeno Buenavista?
"Fueron dos proyectos muy válidos", dice Juan de Marcos. Pero apunta que Estrellas... no se basó en la unión de artistas de la tercera edad; más bien era una forma de contraponer la música tradicional cubana a la influencia de la salsa neoyorquina, agrupada entonces en el sello Fania.
Años "tiene similar o superior calidad a Buenavista...", pero Juan de Marcos cree que el súbito viaje de sus discos al cielo se explica por un racimo de factores a partir de la crisis económica que estalló en Cuba tras el derrumbe de la Unión Soviética y las reformas que abrieron el paso en la isla al turismo y a la inversión extranjera.
En ese momento, explica González, los visitantes redescubrieron la música cubana. Llegaron bandas locales a tocar en centros turísticos para auditorios extranjeros. El colapso del socialismo real hizo que el mundo observara a Cuba de cerca.
Además contó el caso, rarísimo para los europeos (no para los latinoamericanos), de que un puñado de viejitos jubilados volviera a ejecutar su trabajo.
Hubo un atractivo más: la unión de cubanos y estadunidenses. El californiano Ry Cooder se unió al proyecto como músico y productor, enviado por Gold.
Cooder le puso un valor agregado, dice Juan de Marcos. Al hacer las mezclas buscó un sonido como el de una fiesta casera o el de una mujer que canta mientras está cocinando.
"Es una onda muy retro. Ese sonido ya no se escucha, porque es de cuando se grababa con dos micrófonos, en estudios con paredes, porque no se conocía bien la influencia de las reflexiones del sonido ni había cámaras de reverberación. Se grabó con tecnología contemporánea, pero tratando de reproducir una época.
"Buenavista es un caso puntual dentro de la historia de la música cubana -señala Juan de Marcos-, en el cual un disco de tributo a una época tiene un éxito que lo lleva a convertirse en un fenómeno pop.
"Eso no ocurrió en México, porque ustedes son parte de la tradición sonera. Este no es un disco para los mexicanos. Lo han disfrutado mucho porque aman la música cubana, pero para ustedes no es nada extraño ver a un viejo tocando Lágrimas negras.
"Esa es la música que cantan todos los días en muchos antros de México. Todo mundo la sabe. Tienen cantantes excelentes. Es una cosa normal. El disco estaba dirigido fundamentalmente a un público consumidor de world music: intelectuales blancos de clase media de Europa occidental. Ese es el público, el mismo de Ry Cooder, y es el que aupó a Buenavista a niveles insospechados."
Diez años
Diez años después de aquellas grabaciones ya desapareció parte de la primera fila del conjunto: Rubén González, Ibrahim Ferrer, Compay Segundo y Manuel Puntillita Licea.
Los que quedan siguen sus carreras como solistas, como Omara Portuondo, Eliades Ochoa, Barbarito Torres, Amadito Valdés, Jesús Aguaje Ramos, Manuel Guajiro Mirabal y el propio González.
Cuenta Juan de Marcos que todo empezó cuando quiso rendir un homenaje a su padre, el cantante Marcos González, veterano de las grandes bandas de mediados del siglo pasado, amigo de personajes como Rubén, Compay, Puntillita o Pío Leyva, y quien falleció en 1990.
A principios de los 90, Juan de Marcos trabajaba con Sierra Maestra, conjunto que quiso reanimar el son tradicional en Cuba, y por esa vía conoció a Gold.
Ambos se asociaron para producir dos discos del recuerdo. El cubano tenía los contactos y el británico podía conseguir el dinero. Harían uno con el sonido de las grandes orquestas de la isla de los años 50 y otro basado en el son del oriente de Cuba.
Gold quiso inyectar el ambiente de world music al proyecto; mandó a Cooder y buscó a otros dos músicos africanos, que nunca llegaron.
"Yo estaba limpiando zapatos -recuerda Ibrahim en el documental de Wenders- cuando vino Juan de Marcos a llevarme a una grabación."
El viejo cantante santiaguero dice a la cámara que no quería salir de su retiro, de su oficio de bolero. Pero González le insistió y se lo llevó así como estaba, con manchas de grasa de zapatos.
En los estudios Egrem, en el barrio bravo de Centro Habana, estaban Eliades, Compay y Rubén. Tocaban Candela, típico son con tumbao (estribillo corto), e Ibrahim se puso a cantar.
"No es nada que asombre a los cubanos", dice Juan de Marcos, hablando del impacto marginal que ha tenido aquí la saga de Buenavista. "Es la música con la que siempre hemos vivido, e inclusive pertenece a periodos ya pasados."
Además, "creo que Buenavista se ha visto un poco como algo ajeno a Cuba. Por lo menos ésa fue la interpretación que le dio mucha de la gente vinculada a puntos neurálgicos de la cultura cubana, hasta que después trataron de recuperarla y empezaron a darle los valores que tiene".
Los discos no se venden aquí, pero un salón del legendario hotel Nacional lleva el nombre de Compay Segundo, donde cada semana tocan para los turistas algunos integrantes del agrupamiento.
El Club Social Buenavista existió en realidad, así en español, en un barrio del mismo nombre, en la zona oeste de la capital de Cuba. En la estratificada sociedad de la primera mitad del siglo pasado, era un salón de baile para negros pobres.
El segundo disco de la serie tomó el nombre de un danzón del contrabajista Orestes López Cachao. La pieza fue incluida en el álbum a sugerencia del hijo del autor, Orlando López Cachaito, quien ejecuta en el conjunto el mismo instrumento.
"Una historia personal..."
Coincidiendo con el décimo aniversario de las grabaciones y el concierto de homenaje, aparecerá en México un libro del periodista cubano Orlando Matos, quien toma el caso de Buenavista como parte de un amplio repaso a la música popular de la isla y su fonografía en el siglo XX.
El texto se llama Amadito Valdés, las baquetas de oro de Buenavista Social Club: una historia personal de la música cubana, y tiene como eje una conversación del autor con el timbalero del conjunto, quien también estará en el concierto del Auditorio Nacional.
"Los músicos de Buenavista... -dice en el prólogo el musicólogo Leonardo Acosta- nada le deben a una supuesta 'nostalgia del pasado'. En primer lugar, porque los públicos internacionales que los han aclamado, viejos o jóvenes, nunca habían oído esa música, ya que entonces la música cubana que les llegaba era preferentemente la de Xavier Cugat o los Lecuona Cuban Boys de Armando Oréfiche, no la de 'los barrios', ni la que se bailaba en aquellas eufemísticas 'sociedades de color' que marcaban la pauta en nuestros ritmos.
"Pensamos que si existe nostalgia será del presente, y responde a una inconformidad con el presente, con la música que hoy predomina, cuya hazaña principal parece ser el exceso de decibeles", escribe Acosta.
Matos concluye que "la publicidad que acompañó a los primeros discos, y a los subsiguientes, de la marca de fábrica Buenavista Social Club, indujo a muchos errores e inexactitudes, no sólo con respecto a este fenómeno, sino en relación con la música tradicional cubana que aparecería como descubierta por algunas personalidades que, de la misma, si acaso conocían la mitad".
Aunque el punto de partida es una biografía comentada de Amadito, el texto de Matos registra semblanzas, datos y fechas de personajes y discos.
El diálogo está apuntalado por 70 fotografías, desde los años 20 hasta la actualidad, y la memoria privilegiada del timbalero, quien además ha tenido la disciplina de llevar un diario de trabajo. Por ello, el libro resulta un material de consulta sobre la música popular cubana.
El documental de Wenders alzó la polémica, porque su estética narrativa (baches, apagones, carros viejos y paredes descascaradas) se articula con el mito del occidental descubriendo a los viejitos, una noción influida por el alto perfil que concede a Cooder.
Sin embargo, la cinta recoge testimonios significativos e imágenes de dos de los conciertos más relevantes de Buenavista: el del 11 de abril de 1998 en Le Carré, de Amsterdam, primera actuación del conjunto en un teatro, y el del Carnegie Hall.
En Nueva York se reunió el elenco más numeroso que haya representado al grupo. Ibrahim iba de saco rojo, camisa floreada y su eterna gorra de visera. Cuando el teatro se vino abajo, con una ovación interminable, el viejo cantante santiaguero sólo tragó saliva y achicó los ojillos vidriosos.