Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 25 de junio de 2006 Num: 590


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ANA GARCÍA BERGUA

LOS NEURASTÉNICOS DEL DOCTOR BAUMGARTEN

"El automovilismo no es ningún deporte porque en él no se trata más que de adquirir una verdadera maestría en el arte de conducir el auto, sin poner a contribución, ni fuerza corporal ni agilidad en el movimiento del conductor, las cuales resultan más bien menoscabadas por este ejercicio. Merece, en cambio, llamarse deporte la conducción de un tiro de cuatro caballos, porque en ella cada uno de los animales requiere ser tratado con pericia mediante las riendas que sujeta la mano del cochero, en tanto que para la dirección de un auto sólo necesita el conductor poseer cierto grado de habilidad técnica y saber calcular algo las curvas, corriendo todo lo demás por cuenta del chauffeur.

"Lo mismo que la neurastenia, la manía del automovilismo constituye, más que una enfermedad, una verdadera calamidad, que pone nerviosos no sólo a los que a él se entregan, sino también a los que tienen que soportarlo. Aconsejar a un neurasténico el deporte del auto, lo considero directamente peligroso. Sea como fuere, es indiscutible que la rapidez de la locomoción ha dado un paso formidable con la invención del automóvil."

Así consideraba las cosas el doctor Alfred Baumgarten en su pequeño tratado sobre la neurastenia (1909, Herederos de Juan Gil editores, Barcelona), sin imaginar, el inocente, la cantidad de neurasténicos sobre ruedas que llegaríamos a cruzar de un lado a otro las grandes ciudades del planeta. Sus neurasténicos, esos seres pálidos y agotados que se ponían a hablar de súbito con una locuacidad exagerada sobre temas que les provocaban morbo, como su propia enfermedad, aquellos que sufrían de manías curiosas, como ponerse nerviosos luego de haber llenado correctamente una gran cantidad de sobres y temer que alguno de ellos estuviera mal, o que llegaban a colocar cerca de su cama dos teléfonos de pared para escuchar las noticias, o que se obsesionaban con toda clase de pasiones. De haber vivido en este siglo, el doctor Baumgarten nos estaría acatarrando a todos con sus curativos chorros de agua helada, nos traería a todos calzados con sandalias y nos estaría indigestando con sus yemas de huevo cada dos o tres horas –indispensables, decía, para que el neurasténico no se desnutriera en medio de tanto desorden. El señor con los dos teléfonos negros de bocina en la cabecera nos parece hoy la cosa más tierna e inocente, un poco chusca incluso si le añadimos a la escena un camisón y un gorro de dormir, junto a nuestra colección de celulares y las noticias que nos saltan desde cualquier grieta de la pared aunque no queramos enterarnos de ellas. Y su reacción con el dedo levantado cuando presenció en un carruaje una conversación sobre novelas entre adolescentes fumadores –"¡precocidad preocupante!"–, una maravilla. Para colmo, las señoras neurasténicas se sentían de lo más interesantes con aquella enfermedad tan pintoresca. No les aconsejaba conducir, como vimos, pero sobre el ciclismo tenía otra opinión:

"El ciclismo constituye un movimiento muscular o un ejercicio corporal bastante monótono. Ofrece, sin embargo, al práctico en este deporte, ocasión frecuente de poner en actividad, juntos o por separado, la vista, las manos y los músculos y de regular el esfuerzo de estos órganos a medida de la voluntad. Júntase a todo esto la ventaja que tiene el ciclista de dejarse transportar por su caballo de acero al campo, libre de desligarse en cierto modo de toda dependencia de lugar y de tiempo, lo cual le da, al parecer, cierta superioridad sobre sus conciudadanos no ciclistas, superioridad que, aunque pequeña, ya se echa de ver en su porte, a menos que deba principalmente atribuirse a lo vistoso de traje y a lo flamante y ajustado de sus pantorrilleras… El ciclismo es de aconsejar siempre al neurasténico."

Hace días viajábamos por el periférico, a la mayor velocidad posible, un grupo de neurasténicos. Teníamos prisa por llegar a escuchar uno de tantos debates para saber por quién votar, tema que nos ha tenido con los nervios de punta en estas últimas semanas, muy alterados y necesitados de baños fríos y calientes, así como de tisanas. En medio de la multitud de autos y neurasténicos con y sin chauffeur, descendía de manera un poco brusca, debo decirlo, la delgada línea de aquella que llaman la ciclopista, vacía ella, frágil, solitaria, quizá con algún maleante esperando al neurasténico que hubiera seguido el consejo del doctor Baumgarten y se hubiera vestido con pantorrilleras ajustadas y flamantes. Seguro que no los hay tan despistados, porque ni uno solo apareció.