Usted está aquí: jueves 27 de julio de 2006 Cultura El oeste solitario

Olga Harmony

El oeste solitario

Es muy bueno que el teatro Casa de la Paz de la Universidad Autónoma Metropolitana haya vuelto a abrir sus puertas y es muy bueno también que acoja a grupos jóvenes junto a otros de mayor trayectoria. En el primer caso estaría esta escenificación de El oeste solitario, de Martin McDonagh, bajo la dirección de Aarón Hernández Farfán con variados patrocinios (La compañía perpetua, dirigida por Rodrigo Johnson, Teatro ruta 3 y La bodeguita de en medio, entre otros) y en traducción de Andrés Montiel. El director todavía no es muy conocido, a pesar de diferentes intervenciones en el teatro y haber ganado el año pasado el premio de ensayo en el certamen La discriminación en México, convocado por la UNAM y el Conapred, pero en este montaje tiene una participación aceptable, más como director escénico que como actor.

Del dramaturgo irlandés Martin McDonagh conocimos con anterioridad en México El teniente y lo que el gato se llevó, nombre con el que se presentó su farsa en contra del terrorismo (El teniente de Inshimore) impostada casi en cómic por el director José Caballero, aunque tuvo mayor fama y fortuna La reina de Leenane que dirigió Iona Weissberg. Tanto La reina de belleza de Leenane como El oeste solitario forman parte de La trilogía de Leenane junto a El cráneo de Conewara y muy posiblemente sea el texto que dirigió Hernández Farfán el final de la trilogía, puesto que hace referencias a los crímenes cometidos en la aldea irlandesa, uno de los cuales es sin duda el de la vieja Mag a manos de su hija Maureen de La reina... y el otro el de la obra que no conocemos, sin contar el perpetrado por Coleman contra su padre que ocurre antes de la acción dramática del texto que nos ocupa e incide en ella. Existe una versión de esta obra hecha por el jalisciense Miguel Lugo con el título de Solitarios perdedores que se aparta poco del original de McDonagh.

Si en La reina de Leenane el horror de la convivencia y de los sucesos que se dosifican poco a poco hasta el tremendo final se ofrece con cierta comicidad debida al ingenio malicioso y las actitudes de la madre y sabemos de antemano que Maureen padece una enfermedad mental, en El oeste solitario lo tremendo se presenta como algo cotidiano, en que las disputas entre los hermanos Coleman y Valene -que resultan casi monótonas por reiterativas- acerca de la propiedad de una estufa o una bolsa de papitas van develando tanto el parricidio cometido por Coleman como la extorsión de Valene a su hermano para quedarse con la exigua herencia. Junto a la pequeña Girleen, que contrabandea licor para tener dinero con que comprar pequeñas boberías, posiblemente la actitud de los hermanos -que se detestan y probablemente terminarán matándose- puede significar la intención del autor de denunciar lo monstruoso de la sociedad de consumo aunque de una manera un tanto tremendista. La figura del padre Welsh, alcohólico y corroído por la culpa de no haber sabido conducir a su rebaño, no es suficiente contraste ante la enormidad de lo que se nos relata.

En la escenografía de Vanessa Hernández, consistente en un cuadrilátero de tablones en el que se ubican los elementos necesarios y que gira para dar lugar a las diferentes escenas, el director mueve a sus actores con un buen trazo escénico, inclusive en las escenas de violencia, y un buen ritmo que alterna los momentos de aparente calma y quietud con las vociferaciones y la lucha física entre los hermanos. Andrés Montiel encarna a un Coleman Connor muy violento y desagradable, retador constante de ese hermano, interpretado por Antonio Vega, tan poco inteligente y puerilmente aficionado a coleccionar figuritas de santos y cuya avaricia lo convierte en cómplice del hermano parricida. Sophie Alexander-Katz es quizás la que tenga mejor desempeño como la enamorada sin ventura Girleen, tan apegada a menudencias. En cambio, Aarón Hernández Farfán no logra, por lo menos no lo logró conmigo, proyectar el terror íntimo que el conocimiento de la verdad le produce (''Dios no tiene jurisdicción en este lugar", llega a decir) ni la culpa por ser un alcohólico no tan diferente de los pobres a los que debería conducir en ejercicio de su ministerio. Complementan la escenificación la música original de Aram Hernández y del propio director, el vestuario de Beatriz Ayala y Myriam del Pilar Medina y un extraño crédito de director de arte para Benjamín Urtiz.

 
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