Número
125 | Jueves 7 de diciembre de
2006 |
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Por Fernando Mino La mitológica Tijuana ha construido su prestigio en el hedonismo. La ciudad de los cruces y del pecado. Para pasar de la vieja ranchería de la Tía Juana, en el siglo XIX, a la ciudad que ahora sobrepasa el millón de habitantes hubo que valerse del olfato empresarial —gringo— que trajo los bares y los casinos del otro lado, donde estuvieron prohibidos de 1920 a 1933. Hoy en día, ya sin Ley Seca que impulse la economía de la ciudad, los cruces de estadounidenses ávidos de encontrar lo que les está vedado en su territorio perduran. No se trata de la visita a los bares y antros de la avenida Revolución, aún frecuentados por algunos gringos intrépidos, sino de la compra de medicamentos y el consumo de servicios médicos —para no hablar de drogas ilegales. Tijuana tiene quizá la concentración más grande de farmacias de ciudad mexicana alguna. La venta sin receta y los precios módicos de los servicios de salud, comparados con los precios de California, son la razón fundamental. Tal número de farmacias hace pensar que Tijuana es una ciudad muy sana. O una con múltiples enfermedades crónicas. Gabriela trabajaba hasta hace algunos años en esas calles. Desde niña supo que no era niño, como su imagen física sugería, así que decidió asumir un rol femenino. Por más de 20 años se dedicó al trabajo sexual, “así disfrutaba y ganaba”, comenta. Pero el ‘disfrute’ era cotidianamente opacado por el hostigamiento del corrompido cuerpo policiaco, otro de los elementos referenciales de la Tijuana negra. “Nos hostigaban, a veces nomás por estar maquillado. Y ningún derecho del ser humano. Nos orillan a que estemos fuera de todo, así no es posible convivir con otra gente, a fuerza nos tenemos que estar como ellos, rodeados de los puros malandros”. La policía, sospecha Gabriela, está coaligada con el narcotráfico —el factor de poder más importante de la región— en detrimento de quienes ejercen el trabajo sexual, que se vuelven clientela forzada de las numerosas ‘tienditas’ de la zona. “Los tenientes de los narcos son los que mandan a los policías. Cuando estamos consumiendo nunca hay broncas, pero qué coincidencia que cuando pasan tres semanas o un mes que no les compramos nos caen las redadas”. Pedro (o el Chango o el Chino, según el momento de la conversación) es uno de los malandros que deambulan por la zona norte. Muestra los tatuajes de su pecho: una Z y una N, manera de mostrar su arraigo, su pertenencia a la zona norte de Tijuana. Cuenta que hace de todo: echarle la mano a los polleros a la hora de brincar a los migrantes, conectar a los que buscan chavas o chavos para favores sexuales, o tumbar al fuereño que se descuida con todas sus pertenencias, muchas veces con la ayuda de las trabajadoras sexuales. Se mueve con soltura por los callejones y los moteles de la calle Coahuila, conoce todos los puntos de venta de droga —aquí tan abundantes como las farmacias— y saluda a todas las jóvenes que deambulan a medio día con cara aún adormilada. Como la mayoría, consume cristal, la droga sintética de moda junto con la tradicional cocaína y la heroína o chiva. Las trabajadoras transexuales no cuentan con una organización como la de las Magdalenas. Para Ricardo Dueñez, activista de la Clínica Alianza contra el Sida (Acosida), el transexual es el sector más vulnerable a la infección por VIH/sida ahora. Reconoce que la comunidad gay ha ganado mucha visibilidad en los últimos años que se ha traducido en una práctica sexual protegida, aunque lamenta que la participación sea social, pero no política. “Los jóvenes gays están muy despiertos, pero no políticamente, quizá porque no ha sido tan necesario: el acoso contra varones homosexuales ha disminuido. Ahora no hay activistas gays en Tijuana, están todos jubilados o muertos”. En septiembre último falleció Emilio Velásquez, uno de los activistas contra el sida más aguerridos de la ciudad. Lo cierto es que los hombres que tienen sexo con otros hombres son los que corren más riesgo de contraer VIH. Según la investigadora Gudelia Rangel, del Colegio de la Frontera Norte, la prevalencia de la infección en este sector de Tijuana podría estar entre 14 y 20 por ciento, cuando la tasa general a nivel nacional es apenas de 0.3 por ciento. Carlos Alberto Delgado es jefe del Departamento de Medicina Preventiva del ISESALUD de Baja California. El funcionario considera que el VIH/sida es una situación grave de salud pública: con casi cinco mil casos de sida acumulados, la entidad es la cuarta en número de casos de VIH a nivel nacional —mil 708 infecciones entre 1995 y 2005—, con un subregistro que hace estimar que por cada caso conocido hay tres que no se han detectado aún. Los 338 nuevos casos de VIH registrados en 2005 permiten calcular que ese año se infectaron alrededor de mil 200 personas; y Tijuana es el principal foco de alerta, señala, con 60 por ciento de los infectados de la entidad. La lucha institucional contra la epidemia, dice Delgado “apuesta a la prevención”, a través de la educación y la “promoción de los buenos hábitos”, además de impulsar la detección temprana. Según el funcionario, Tijuana es la ciudad del país donde se hace el mayor número de pruebas de detección de VIH. Con los trabajadores del sexo comercial —hombres y mujeres— el trabajo institucional es complicado, asegura Delgado. Aunque “la epidemia ya no está concentrada en esta población, pues ya rebasó lo que pensábamos”, el ISESALUD realiza trabajo constante en las zonas de trabajo sexual de Tijuana. “No siempre somos bien recibidos, a veces tenemos que ir acompañados de la fuerza pública”, dice, pero tratan de ganar su confianza, primero con una labor de convencimiento por parte de trabajadores sociales y consejeros que abren el camino hacia el personal de salud para darle seguimiento a los pacientes. “Ha habido buena respuesta y la gente regresa a los servicios de salud”. Para Gudelia Rangel, la población está ávida de aprender y las instituciones tienen poco que ofrecer, sobre todo a los grupos más vulnerables. “Hacen falta programas, capacitación para la gente. No ganamos nada solamente informando, hay que ir con los grupos específicos y apoyarlos. Por ejemplo, en el estado no hay programas para combatir la homofobia”. Gabriela se despide, porque comienza a oscurecer y “luego lo molestan a uno”. El camino es largo hasta la colonia periférica en la que vive. La calle Primera y la Coahuila comienzan a verse animadas. Los muros ya están llenos de mujeres jóvenes en atuendos breves. Los bares de la avenida Revolución se llenan de gente y de músicas que compiten entre sí. Más al norte sigue la fila eterna de autos en espera de cruzar la garita de San Isidro. Es otra Tijuana, que tampoco se parece a la de Playas de Tijuana con sus zonas residenciales y su apacible estilo de vida. La fuerza del estigma de la Tijuana sórdida deja poco margen para la realidad de una ciudad próspera y deseosa, siempre mirando hacia su ciudad hermana detrás de la barda de láminas oxidadas. Este texto forma parte de la “Estrategia de comunicación e información de combate a la homofobia y discriminación para crear climas favorables para la prevención del VIH”, proyecto apoyado por el CENSIDA. |