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HUGO GUTIÉRREZ VEGA
EN EL SAN LUIS DE OTHÓN
Con Marco Antonio Campos, maestro, amigo, hermano mucho más joven, recorrí las calles del centro de San Luis Potosí. Pasamos por la casa de Manuel José Othón y nos ganó la risa al leer una placa conmemorativa que a la letra dice (sin puntuación alguna): "En esta casa vivió el poeta Gustavo Diaz Ordaz." Supongo que la intención era dejar constancia del homenaje presidencial al gran poeta, pero la ausencia de puntuación les jugó una mala partida y nos dio una ocasión de regocijo, pues si hay un presidente alejado por completo de la poesía es el masacrador de Tlatelolco. Otros hay de la escuela de Margarito Ledesma (invento del Licenciado Leovino Závala de San Miguel de Allende), particularmente el que nos acaba de dejar huérfanos de sus dislates e insensateces y que ahora pernocta en un rancho no tan alejado de Chamacuero de Comonfort.
Los cuarenta y los cincuenta hicieron mucho daño al Centro de San Luis Potosí al construir edificios al lado de las casonas señoriales de los siglos xviii y xix. Sin embargo, se imponen las "antiguallas" (así les llamaba un desorbitado arquitecto tapatio) que, combinadas con algunos edificios de un muy estinable art déco, dan a San Luis una fisonomía señorial y una personalidad de ciudad fundada por agricultores y ganaderos, comerciantes y financieros y, por lo mismo, respetuosa de la cuadrícula castellana y de un trazo urbano que, por desgracia, ha sido dañado (como el de Querétaro) por el crecimiento teratológico y por una mal entendida idea del progreso.
En la Casa de la Cultura, hermoso edificio con aires franceses y, sobre todo, sureños de Estados Unidos, Marco Antonio Campos, Evodio Escalante y este bazarista, recordamos a Manuel José Othón en el centenario de su muerte, e incluimos sendos homenajes a los padres Montejano y Peñalosa, othonianos distinguidos y, a lo largo de su no corta vida, figuras imprescindibles en el panorama de la cultura potosina. Con Armando Adame hicimos los recuerdos de Chayo Oyarzun, Lila López, Raúl Gamboa, Tere Caballero, Luis Chessal y otros distinguidos potosinos. Me pregunto donde habrá quedado el epistolario cruzado entre Chayo y Concha Urquiza. Nadie me lo supo decir porque un velo de misterio cubre esas cartas en las que debe estar presente la tensión espiritual que dio forma a sus intercambios sobre temas literarios y a los avatares de su bella amistad.
Los cuadros de Raúl Gamboa, yucateco potosino, muerto a los noventa años de edad, quedaron en manos de sus hijos. Valdría la pena organizar una muestra de ese notable artista plástico y promotor de cultura. Recordamos con Roberto Vázquez Martínez y Eduardo Vázquez que en 1970, siendo este bazarista consejero cultural de nuestra embajada en Londres, recibió la visita de una hermosa muchacha escocesa, pintora y maestra, que tenía como proyecto vital radicarse en México. Me puse a buscarle colocación en la capital, Jalapa, Guadalajara y, al fin de mis pesquisas, le encontré un trabajito de maestra en San Luis Potosí gracias a la solidaridad y al afecto de Raúl Gamboa. Fiona Alexander, madre del joven y talentoso actor Diego Luna, pintaba hermosas mujeres de blancura deslumbrante que contrastaba con sus medias negras y paisajes relacionados con el arte gótico. Se instaló en San Luis Potosí y empezó su periplo mexicano por tierras del centro del país. Su hermoso rostro de prerrafaelista y su alta figura embellecieron las calles de la capital potosina. La veo al lado de la pequeñita Tere Caballero caminando por la plaza de armas o recibiendo al público en las exposiciones del entonces bisoño Instituto Potosino de Bellas Artes. Fiona se vino a México, hizo escenografía, vestuario, siguió pintando, trabajó con un entusiasmo inagotable y con risueña bondad en el teatro universitario; parió a su hijo Diego y, cuando se encargaba del vestuario de una película poco recordable, murió en un absurdo accidente de tráfico en las inmediaciones de San Luis, su primera ciudad mexicana.
Comimos en la casa de Roberto Vázquez y de la cantora Ana Terán un arroz de concurso gastronómico y unos peneques acompañados de chiles rellenos. Ana me regaló su último disco y Roberto nos obsequió con su bonhomía, su gran cultura y su hospitalidad. Nos acompañó Déborah Chenillo, promotora cultural ahora dedicada a un interesante programa de apoyo artístico para la comunidad transexual.
En el viaje de regreso a Querétaro (hermosa ciudad conocida como Cabletaro), cruzamos por una pequeña zona desértica y, de repente, vimos a las águilas serenas de Othón incrustándose en el rotundo azul del cielo "como clavos que se hunden lentamente".
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