El tenor italiano encabezó una explosión democratizadora en el mundo de la ópera
Comienza el adiós a Luciano Pavarotti desde su natal Módena
Se multiplican por doquier los homenajes al legendario cantante
“Siempre admiré la gloria divina de su voz”, dice Plácido Domingo
Ampliar la imagen Imagen de Luciano Pavarotti en la portada de la edición extra de un diario de Módena, Italia, que informó sobre el deceso del notable tenor Foto: Ap
Ampliar la imagen Luciano Pavarotti durante el concierto que ofreció en Chichén Itzá, en abril de 1997. Foto: Fabrizio León
Ampliar la imagen El tenor italiano ataviado con un sombrero que usan los cantantes de ópera china, captado en Pekín, el 8 de diciembre de 2005 Foto: Reuters
Roma, 6 de septiembre. La capilla ardiente con los restos del tenor Luciano Pavarotti, quien falleció la madrugada del jueves, permanece abierta en la Catedral de Módena, ciudad donde nació el intérprete hace 71 años y en la que sus amigos, familiares y seguidores lo podrán despedir durante el funeral que se iniciará el sábado a las 15 horas locales.
A ello se suman los homenajes en el mundo de la música, las artes y la política que proliferan tras “la pérdida irreparable” del legendario cantante italiano.
En México, anoche, se le rindió homenaje con un minuto de aplausos en el Palacio de Bellas Artes, informó José Areán, director de la Compañía Nacional de Opera, durante la función de la ópera Diálogos de carmelitas.
Con la muerte de Pavarotti, el mundo de la ópera está de duelo, coinciden en señalar personajes de todos los ámbitos. Tras la pérdida de una de las mejores voces del siglo XX, sus amigos y colegas se mostraron consternados por la muerte del tenorissimo.
Plácido Domingo elogió desde Los Ángeles la “voz gloriosa” y el “maravilloso sentido del humor” del italiano. Pavarotti y Domingo, junto con José Carreras, contribuyeron a popularizar la música lírica mediante las actuaciones de Los tres tenores.
Domingo aclamó la calidad única de su canto. “Siempre admiré la gloria divina de su voz, ese timbre inconfundible, especial, desde lo bajo hasta lo más alto del registro de un tenor”, añadió.
Tributo en la Scala de Milán
José Carreras, quien prepara un concierto en la localidad sueca de Karlstad, comentó: “Estoy orgulloso de haber sido compañero y amigo de Pavarotti. El hecho de que esta muerte no llegase de forma inesperada no la convierte en menos dolorosa.
“Los mejores recuerdos son los de la intimidad. Tenía una personalidad muy divertida”, manifestó Carreras al diario sueco Expresen, desde Karlstad.
“Debemos acordarnos de él como del gran artista que era, un hombre de extraordinario carisma”, agregó.
Al borde de las lágrimas, la soprano española Montserrat Caballé lamentó la muerte de su “amigo del alma”, un “ser único”, poseedor de “inmensa bondad”, cuyo deceso significa una “pérdida muy grande para el mundo de la lírica”.
La titular del festival de Salzburgo, donde Pavarotti cantó en numerosas ocasiones, también habló de una gran pérdida; mientras que en la Scala de Milán, donde el tenor italiano actuó 140 veces en 28 años, todo el personal guardó un minuto de silencio.
También el Metropolitan Opera House de Nueva York (Met), donde el intérprete cantó casi 400 veces, calificó al tenor como “el mayor símbolo” de arte lírico.
“Pocos cantantes en la historia del Met han tenido tanta popularidad con el público, y fue enorme el impacto que tuvo Luciano Pavarotti durante su carrera de 36 años con la compañía”, indicó James Levine, director musical del Metropolitan.
“Pavarotti fue uno de los más grandes cantantes de nuestro tiempo y dio mucho placer al público, a los músicos y a los empleados de la Royal Opera House durante muchos años”, difundió en un comunicado el teatro de ópera de Londres.
Militante de causas humanitarias
Luciano Pavarotti, con su arte, desbordó el ámbito de la lírica para compartir escenarios con músicos de rock y pop. También fue recordado por Bono, el cantante del grupo U2, con quien interpretó un dúo en Miss Sarajevo, en 1995, para denunciar los sufrimientos del pueblo bosnio.
El presidente estadunidense George W. Bush recordó, en un comunicado, que “Pavarotti fue también un gran militante de causas humanitarias, utilizando su magnífico talento para concentrar enormes niveles de apoyo a víctimas de tragedias en todo el mundo”.
En el mismo sentido se manifestó el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, quien dijo que Pavarotti hizo una “gran contribución no sólo a la música y las artes, sino a la gente necesitada en el mundo”.
En Cuba, Adolfo Casas, director del Teatro Lírico, afirmó que la muerte del tenor italiano “es una pérdida irreparable”, por “todo lo que él representó para la lírica en el mundo. Revolucionó la ópera y no creo que vuelva a surgir un tenor tan grande”.
El mundo del cine, reunido en Venecia, se adhirió a los pésames por el fallecimiento del tenor, al “recibir con pena” la noticia, pues significa “una pérdida tan grave para la música y. en general, para la cultura italiana, de la que Pavarotti fue un representante extraordinario”, escribió David Croff, presidente de la Bienal de Venecia.
La fachada del teatro La Fenice, en Venecia, recinto donde Pavarotti debutó en 1961, amaneció este jueves con las banderas izadas a media asta y con franjas negras en señal de luto para recordar al cantante fallecido a causa de un cáncer de páncreas.
Al cierre de la edición, cerca de un millar de personas habían desfilado en la Catedral de Módena, donde la capilla ardiente con los restos de Pavarotti permanecerá abierta al público hasta este sábado.
Impronta cultural
Conciertos masivos
Pablo Espinosa
El tránsito terreno del tenor Luciano Pavarotti dejó una impronta cultural: un cambio de era. Encabezó la mutación del arte de la ópera de una expresión artística gregaria hacia una explosión democratizadora que incluye hoy a millones y millones en el mundo. En México, por ejemplo, inauguró la época de los conciertos masivos que antes de él eran impensables y hoy día son moneda de uso corriente.
La comparación que de él se entabla con otro tenor italiano, Enrico Caruso, no tiene que ver con la grandeza artística, pues la superioridad musical del napolitano es aplastante respecto de las capacidades que mostró el modenense. Los dos de corta estancia: el gran Caruso murió a los 48 años y aunque don Pava a los 71, su carrera fue celestial sólo unas tres décadas, y el resto fue obra de su maestría por el marketing: supo administrar el tesoro de su voz y pasar a la historia –gracias a la fábrica de estrellas en que se ha convertido la industria de los medios de comunicación y la “prensa del corazón”– cantando unos cuantos minutitos en conciertos de dos horas, eso sí, como los mismísimos y rubicundos ángeles. Don Caruso, en cambio, fue maestro de musicalidad perfecta toda su vida. (Imprescindible, para quienes no la conozcan, esa obra maestra de Werner Herzog, titulada Fitzcarraldo).
El parangón sí tiene que ver, en cambio, con la cualidad icónica y la capacidad de difusión que tuvieron ambos: Caruso fue prácticamente el pionero de la música grabada, mientras Pavarotti hizo de la industria del disco una mina de oro.
Las virtudes de Don Pava hicieron eclosión en nuestro país, donde puede distinguirse con claridad un par de conciertos como los inaugurales de lo que hoy es casi lugar común, donde ya cualquiera puede ocupar foros masivos sin picar piedra siquiera: el que rindió el poeta Bob Dylan el primero de marzo de 1990 en el Palacio de los Deportes y el que ofreció Pavarotti en el mismo sitio el 28 de noviembre de ese año (entre paréntesis y entre párrafos, reproducimos fragmentos de la cobertura que hizo La Jornada de aquella sesión histórica).
(“Grita, gime, da saltitos elegante dama:
–¡Luchiano, Luchiano, caro carísimo carisísimo, papacito, tu panza, tu panza Luchiano!
–Te lo compro, vieja, te lo compro, atina a decir su marido cómplice en el carísimo entusiasmo.
Palacio de los Deportes, la noche del miércoles 28 de noviembre. Los teléfonos celulares son la novedad de la patria: hay un concurso no declarado de ver quién trae el último grito de la moda: el mejor celular, cuando antes eran pieles, bolsas, vestidos, los oscuros objetos del deseo.
–Bueno, sí, habla la señora de Ramírez.
–Ay, hola, qué bueno que nos llaman, estamos aquí con Pavarotti.
–Y la señora le pasa el auricular a su marido, satisfecha de haber situado la conversación en este sitio igual que si estuviera en la sala de su comadre la Chachis”).
La nueva era, la de la saturación informativa, exige héroes como Don Pava: personalidad icónica vasta, con una dosis de calidad suficiente como para justificar las millonadas en inversión pecuniaria que rendirá fortunas que se repartirán los tiburones de la industria y será tan grande que salpicará por doquier. Mi maestro, el crítico de música Raúl Cosío Villegas documentó el debut de un joven tenor en Bellas Artes en 1969: fue fantástico, dijo el rigurosísimo crítico, decepcionado con las visitas posteriores, vapuleadas por críticos serios pero infladas por los del negocio de “la comunicación”.
(“Y así como entre el sillerío se oían las voces al otro lado de la línea y brillaban en la oscuridad los foquitos rojos de los celulares, cundía la cultísima, la inescrutable sapiencia operística de los asistentes: no había cantado ni la primera aria Pavarotti y ya la petición volaba desde todos los puntos: ¡O sole mío! (‘¿me podría complacer con una canción?’ dicen que es frase naca. Pero aquí no hablamos de nacos, hablamos, señores, de ó-pe-ra:
–¡O sole mío, Luchiano, per favore, Luchiano sole mío per caridá, plis, plisicito, porfis! Gritaban las damas cultas y los caballeros perfumados.”)
Consolidación de la era Pavarotti
La madrugada mexicana de ayer se consolidó la era Pavarotti: en cuanto empezó a circular la noticia, los medios electrónicos empezaron el griterío con su coro de locutores –dos excepciones honrosas: Carmen Aristegui y Jacobo Zabludowsky, que son maestros– y los cantaditos ridículos que quieren ser “estilo” a la hora de gritar las notas. Qué bueno: al morir Pavarotti desplazó la porquería del aire cibernético (pederastas, narcos, políticos cínicos, violencia, más violencia) y puso en su lugar belleza.
(“Ah, pero finalmente: una mole enfundada en esmokin se mueve pesada y trabajosamente desde el fondo y llega al podio y esto es enloquecer en masa: inicia el delirio. Pava abre los brazos, lanza las palmas hacia las alturas como para echarse un clavado de alto grado de dificultad o de a muertito hacia el mar de testas que lo aclama, toma aire del humidificador que todo el tiempo le funge de incensario a sus pies, abre los labios y lo que sale termina de enloquecer a esta masa cultísima y de alto poder adquisitivo. Transcurre el concierto. Don Pava de pronto parece medio aburridón ya de alzar los brazos, ensayar el clavado y sonreír a la masa. Marsupial canoro: ruge, tremola, se incendia. Y en esto Lucciano se transfigura: abre, ahora sí, la voz, la levanta, la levanta, la levanta, y ya en las alturas más inenarrables, latiguea, suelta el dulce, ardiente pathos, deposita una voz fuera de serie más lejos de donde flota la estación Mig y de los soponcios y ronqueras gritantes de una masa agradecida, satisfecha, multiorgásmica.”)
El periplo de Don Pava
Fervor popular. La muerte de Don Pava suelta también la creatividad poética de los negocios que se hacen pasar como periódicos (“El mundo llora a Pavarotti”, es el lugar común más visitado). La parte fidedigna de este culto no es el culto al dinero o al esnobismo sino el amor a la música. Una multitud ennoblecida aprecia el arte de Pavarotti. Más improntas: los miles y miles que pernoctamos afuera de Bellas Artes para comprar, hasta el mediodía siguiente bajo el sol, luego de una noche entera a la intemperie, nuestros boletos para el que fue el último concierto memorable en México de Don Pava; la peregrinación hasta Chichén Itzá, para verlo y escucharlo cantar unos cuantos minutitos.
Ah, qué Don Pava, qué periplo: de tenor celestial durante tres lustros a ilustre icono del negocio del espectáculo para la eternidad. De cantante increíble tres minutos en un concierto de dos horas, a tema de referencia que democratiza “la cultura” para siempre. Nos vemos al otro lado de la Luna, gordo gordísimo y panzón, muy entrañable Don Pava.
(“Ha terminado el concierto, vayamos al camerino: Luciano tras un ejército de guaruras: para traspasar el muro humano, simple mortal, para salvar esta serie de vallas y obstáculos guaruriles (como las pruebas de Parsifal) todo es cuestión de poner cara de importante, decir compermisito y llegar a la puerta del camerino de donde emerge el cetáceo y se monta, debidamente vestido de divo, en un carrito eléctrico de esos de golf y a su derecha una belleza, esbelta, rubia, minifalda negra, Nicoletta Mantovani en su rutilante juventud y atrás, como posando para Hola, su empresario Tibor Rudas, satisfecho de un espléndido bisne en tierras mexicanas.
–Jonc jonc jonc, foquea con la sua voche don Pava desde el volante del carrito como haciendo pip pip va el golpe y maneja su juguetito y transborda, a escasos 12 metros de recorrido, hacia un Lincoln negro que lo hace difuminarse, con su inmensa humanidad su inmensa voz su inmensa panza, en la noche mexicana.
¡Ah qué Don Pava tan chingón!”)