■ El impulsor de la música contra la marginación también fue aclamado en Nueva York
Rindieron homenaje al maestro José Antonio Abreu con un concierto en la cárcel de Soto del Real
Madrid. La cárcel de alta seguridad de Soto del Real se convirtió por un día, por unas horas o, inclusive, por un instante fugaz en un alborozo musical, en el que confluyeron al menos tres milagros: el de la música, gracias a una orquesta juvenil formada ex profeso; arrancar la sonrisa más sincera y arrebatada a los presos y, por último, la propagación, en otro rincón, de la filosofía que hace más de 30 años inició el maestro José Antonio Abreu en Venezuela.
La música portó el “lenguaje infinito de lo invisible” y penetró en el “alma, el corazón y el intelecto” de las más de 300 personas que atestiguaron el prodigio hace unos días.
La gira homenaje al maestro Abreu tenía una escala muy especial: el concierto en una de las cárceles que guarda tras sus muros a algunos de los presos más peligrosos del país, donde lo mismo coinciden jóvenes mexicanos o colombianos que fueron detenidos en el aeropuerto mientras hacían de mulas para los clanes del narcotráfico que reconocidos ladrones de cuello blanco, represores de las dictaduras militares del cono sur o integrantes de la organización armada vasca ETA.
Por otra parte, el pasado miércoles José Antonio Abreu estuvo presente en el concierto homenaje que se le rindió en el Carnegie Hall de Nueva York.
En la cárcel de Soto del Real, con temperatura de cinco grados bajo cero y con las copas de la sierra bañadas suavemente de nieve, más de 80 músicos jóvenes y decenas de técnicos y periodistas desembarcaron a las puertas del centro penitenciario.
El objetivo era tocar la Quinta sinfonía de Chaikovski, ante más de 200 presos, sólo que había muchísimas cosas más detrás: como la propagación del espíritu de vocación social y humanitario del maestro Abreu, que lo conocieron tanto los internos que escucharon por primera vez que la “música puede ser un instrumento para luchar contra la marginación”, como los noveles artistas, sobre todo los más jóvenes, que vivieron una experiencia inédita.
Un mexicano en la orquesta
Tras pasar los controles de seguridad, tanto músicos como invitados y periodistas fueron llenando un austero, pero cálido auditorio de la cárcel. Con las paredes color ladrillo, un escenario algo pequeño, para una orquesta de este tamaño y un gran cartel de la Virgen de Guadalupe –icono poco habitual por estas tierras–, presas y presos, periodistas y funcionarios se fueron mezclando para escuchar el concierto.
Ana María S. es una joven colombiana presa desde 2005. Su vida cambió cuando abordó aquel avión que la trajo de Bogotá a Madrid, aunque ella prefiere no hablar de “eso” y concentrarse en su primer concierto de música sinfónica. “Aunque estemos aquí dentro, nosotras también sentimos y ya ves, nos hemos puesto hasta a bailar y a cantar de la alegría que nos da este tipo de cosas. Es como recuperar la normalidad por un momento”.
Unas filas atrás de Ana María se sentó Darwin P., un preso ecuatoriano que entró el primero para encontrar una butaca cercana a la de su novia. “Al menos vamos a poder estar una hora juntos, por eso había que aprovecharlo”. Durante el concierto incluso se besaron de manera furtiva, desafiando el reglamento.
Ángel R. asistió al concierto con una camisa blanca impoluta y un saco azul marino sin una sola arruga. Es mexicano y lleva apenas unos meses en prisión. No quiere hablar de su “asunto”, un poco por “vergüenza” y otro tanto porque todavía no se efectúa el juicio y teme que le pueda perjudicar. “Es la primera vez que voy a un concierto de éstos y la verdad que está muy bien. Ojalá que lo hagan más a menudo, pero a ver si también nos traen música de nuestros países.”
En el concierto también había otro mexicano: un violinista originario de Morelia, Ludwig Carrasco, el único músico de ese país que forma parte de esta orquesta juvenil creada para homenajear al maestro Abreu. “Creo que homenajear así al maestro Abreu es lo mejor que se le puede hacer, pues es la idea que él tiene de traer la música a todas las personas de la sociedad sin importar religión, condición social o educación.”
Al final del concierto, internos, directivos y custodios se hicieron cómplices en un instante fugaz de felicidad.