En impensable duelo de ganaderías, Xajay bañó a Montecristo ayer en la Plaza México
Fernando Ochoa malogró con la espada tres faenas
Miguel Ángel Perera: pundonor y celo
Lunes 16 de febrero de 2009, p. a38
Ya lo decíamos en la columna ¿La fiesta en paz? de ayer domingo: “…aficionados y ganaderos disminuyeron su exigencia de bravura –de emoción tauromáquica–, y se echaron en brazos de la diversión –el posturismo y las faenas predecibles–, a partir de un toro con trapío e incluso con la edad reglamentaria, pero anteponiendo la nobleza a la bravura y la docilidad al temperamento”.
En efecto, de echarle tanta agua al vino la bravura se diluyó en la inspidez del estilo pastueño –pasar y pasar delante del torero aunque casi no pase nada– y en los puyacitos de trámite, habida cuenta de que ahora la casta ya no se comprueba en el caballo sino en la repetitividad bondadosa en la muleta.
Así, el la decimonovena corrida de la temporada 2008-2009 en la Plaza México se lidiaron seis ejemplares bien presentados pero mansos de la ganadería tlaxcalteca de Montecristo más dos de regalo del hierro queretano de Xajay, igual de mansos pero con alegría y transmisión, en cuatro desalmadas horas de fiesta brava sin bravura, como no fuera la desplegada por el respectivo nivel de entrega de los alternantes Fernando Ochoa, Fermín Spínola y Miguel Ángel Perera.
El capitalino Spínola consiguió con el quinto de la tarde, manso y débil como sus hermanos, la única oreja del prolongado festejo. Siempre en la cara del toro, siempre erguido, pundonoroso y convencido de su valía, consiguió una faena casi imposible, llena de verdad y torerismo, no sin antes ser prendido al intentar una manoletina y luego de entregarse en una estocada en todo lo alto. Hubo pitos para el toro y reconocimiento al torero al dar la vuelta con el merecido trofeo.
Con su primero, Fermín había lucido en banderillas al dejar dos estupendos cuarteos, sobresaliendo el tercero, en el que colocó al toro a cuerpo limpio. Empeñoso, quieto, con hambre, sin posturas efectistas, logró buenas tandas con la diestra que no pudo coronar con la espada.
A Fernando Ochoa lo sigue acompañado la buena suerte, si no con la espada sí en los sorteos. Se llevó el lote menos malo y sin embargo tardó mucho en encontrarles la distancia y aprovechar las embestidas. En ambos toros sobresalió la actuación del subalterno Armando Ramírez, tanto al bregar a una mano como al banderillear. Ochoa empero tuvo el arrojo de brindarle al obispo de Ecatepec, demostrando que hay gente para todo.
Fernando recurrió entonces al expediente del torito de regalo, topándose con un astado alegre y claro de Xajay, al que llevó muy bien al caballo y medio estructuró una faena derechista, que tras un pinchazo coronó con una estocada en los medios como recibiendo, ya que no logró aguantar a pie firme la reunión. El juez Cardona volvió a confundir nobleza con bravura y ordenó ¡arrastre lento!, cuando al torito aquel apenas si le habían señalado el puyazo. De no creerse. El espigado diestro recorrió el anillo entre división de opiniones, seguro porque a su deficiente técnica añade una discreta expresión.
Y el joven extremeño Miguel Ángel Perera, en su segunda y última comparecencia en este coso, volvió a demostrar que, a diferencia de otros, es un torero para México, no sólo para la plaza México. Adelantando la muleta en cada cite, tirando de sus toros con temple y mando, consiguió tandas en un palmo de terreno, no por todo el ruedo. Como pinchara a su lote, regaló otro de Xajay, también con recorrido pero con menos transmisión que el anterior, al que pasó sin picar y no atinó a someter desde el principio.