esulta difícil imaginar un cuadro más ilustrativo de la persistencia de alianzas políticas impresentables entre el gobierno federal y las expresiones más descompuestas, arcaicas y antidemocráticas del sindicalismo, así como de la insensibilidad, compartida por autoridades y liderazgos sindicales, ante las necesidades de los trabajadores y de la población en general en la presente coyuntura, que la ceremonia de investidura de Joaquín Gamboa Pascoe –secretario general de la Confederación de Trabajadores de México– como nuevo presidente del Congreso del Trabajo, celebrada el pasado miércoles en Los Pinos.
Durante esa reunión, que remitió inevitablemente a los besamanos tradicionales de las presidencias priístas –y que han encontrado continuidad, por lo que puede verse, bajo las siglas del blanquiazul–, el titular del Ejecutivo federal, Felipe Calderón Hinojosa, reiteró inverosímiles pronósticos en torno a una rápida superación de la actual crisis económica, convocó al llamado sindicalismo oficial a cerrar filas
y reclamó unidad y colaboración
ante los problemas que enfrenta el país, elogió el sentido nacional y patriótico
del dirigente cetemista y manifestó que su gobierno es y será respetuoso de las conquistas de los trabajadores y de la autonomía sindical
. Por su parte, Gamboa Pascoe ratificó su solidaridad, respeto y afecto
hacia la presente administración, alabó la actitud valiente y viril
de Calderón y se declaró admirado por la agilidad
y la urgencia
con que el político michoacano ha respondido, a su parecer, ante el desorden económico mundial.
De tal forma, el líder cetemista dejó en claro su obsecuencia ante un gobierno que ha mantenido intacta la aplicación de una política económica de corte antipopular y lesiva para amplios sectores de la población –incluidos los asalariados, a los que Gamboa dice representar– y demostró, con ello, que su propósito no es la defensa de los trabajadores y el mejoramiento de sus condiciones de vida, sino el empeño por mantener privilegios, prebendas y posiciones de poder en el actual ciclo de gobierno.
De su lado, Calderón Hinojosa, además de reiterar su característica indolencia y su propensión a edulcorar la realidad, refrendó su disposición a legitimar, en razón de la conveniencia política, a cúpulas sindicales charras corruptas, así esto implique ir en contra de las inercias ideológicas en las que el gobernante se formó y, por supuesto, en contra de los principios que debería observar el jefe de un Estado que se reclama democrático. La más acabada expresión de estas actitudes se refleja en la alianza del calderonismo con la dirigente vitalicia
del magisterio, Elba Esther Gordillo, quien ejerce, ya sea de manera personal o a través de sus operadores, una amplia influencia en las decisiones políticas del actual gobierno.
En suma, durante la ceremonia del pasado miércoles quedó en evidencia que la estructura corporativa que caracterizó al régimen priísta se mantiene, al día de hoy, intacta en lo esencial, de espaldas a las necesidades del país y a la realidad misma. A pesar de la disminución que los sindicatos han sufrido en sus filas, los elementos rectores de tal relación son los de antaño: la connivencia, el buen trato y el otorgamiento de prebendas para los liderazgos que acepten compartir complicidades en el poder; represión, persecución y hostigamiento político para quienes no lo hagan. Ante ello, queda en entredicho la transición democrática que supuestamente tuvo lugar en el año 2000 y, en cambio, pareciera que el recambio de siglas y colores en la Presidencia de la República fue sólo eso: una simulación.