ario Vargas Llosa cuenta una anécdota en su ensayo publicado en Letras Libres de este mes. Un reportero de El País relata que en Nueva York los tabloides andan como locos buscando la imagen de un broker que se aviente al vacío desde alguno de los rascacielos. Sería la imagen símbolo que resume lo que Vargas Llosa llama la civilización del espectáculo. ¿Qué es la sociedad del espectáculo? Entre otras cosas, dice el escritor, una fijación por la catástrofe en diversas manifestaciones sencillamente porque entretiene.
Tres eventos recientes, que entrañan temas de la mayor importancia, se han deslizando por la ruta del escándalo evitando una deliberación matizada y serena, que es quizás lo que más se necesita en estos momentos. Las declaraciones de Carlos Slim, el escándalo generado en torno al secretario Luis Téllez y las declaraciones del secretario de Economía.
Está claro que el país sufre de una estructura fuertemente distorsionada por los monopolios económicos que lo pueblan, como también lo es, que los reguladores de los mercados han actuado con debilidad e ineficiencia. Pero lo que planteó Slim lo habían dicho antes analistas, organismos internacionales e incluso consultoras financieras. Que la crisis (mundial) será profunda, que durará un buen tiempo, que afectará gravemente los flujos comerciales y el empleo, y que el efecto será mayor sobre países como México por su alto grado de integración a la economía estadunidense. La respuesta del gobierno pareció desproporcionada, aunque para algunos analistas la razón de ésta estuvo más que en el mensaje, en el mensajero.
A partir de esta idea, que no importa lo que diga Slim, sino que lo diga Slim, la respuesta gubernamental se deslizó más bien hacia el lado de cuáles eran sus motivaciones. Algo así como sentar en el diván del terapeuta al hombre más rico de México. Pero la discusión que verdaderamente importa no es sobre sus motivaciones, sino sobre la naturaleza de la crisis ecónomica y cómo va a seguir afectando a la gente.
La telenovela alrededor de las declaraciones informales del secretario Téllez y después la retahila de conversaciones grabadas, se deslizó primero en el peligroso terreno de la vida privada y después en indiscreciones con fuertes tintes de deslealtad institucional. Pero lo relevante del asunto era y es: cuáles son los conflictos de interés que juegan como telón de fondo y que sin duda afectan y afectarán al estratégico sector de telecomunicaciones. Además, nuevamente se pone en el tapete de la discusión la legalidad de las escuchas telefónicas y su uso político.
Finalmente, en el contexto de la crisis de la seguridad pública, ha sido muy lamentable la declaración del secretario de Economía sobre la eventualidad de un presidente narco, sobre todo porque, además de reñirse con la más elemental lógica política, se dan en el marco de las declaraciones surgidas desde Estados Unidos que tratan de encasillar a México en el rubro de estados fallidos. No estaría de más para los ayunos de memoria histórica que recordaran el contexto en el cual se dio la intervención estadunidense a Panamá en los 90 y el arresto del presidente en funciones acusado de haber establecido un narco-estado. Por lo demás, en relación con este tema, lo relevante han sido las manifestaciones orquestadas por el crimen organizado en contra de la presencia del Ejército en las calles. Ahí se juega un aspecto central de la política contra el crimen organizado: la legitimidad de las acciones del Estado.
En los tres casos encontramos una combinación de torpeza gubernamental, desenfrenado rejuego suicida de las elites políticas y económicas alrededor de sus intereses más inmediatos, y una ciudadanía que observa con resignación, cuando no con morbo, como dirimen las clases dirigentes los grandes temas nacionales, a cubetazos. Todo esto presagia una terrible tormenta.