oy defino bien acompañada la bicicleta que hace año y medio adjetivé solitaria. Desde el 9 de septiembre de 2007, cada vez que he coincidido aquí y allá con Elena Poniatowska, ella se refiere al artículo que en aquella fecha publiqué en estas páginas y en el que conté un sueño que tuve de una bicicleta que me salvaba de caer al abismo. Como a Elena le gustó mi texto, me propuse encontrarle una bicicleta que lo representara y que hiciera las veces de amuleto.
Aunque la primera que localicé tuviera sentido para mí pero no me pareció que lo pudiera tener para Elena, la compré y, en espera de dar con una más adecuada, la conservé envuelta para regalo sin decidirme a dársela a su verdadera destinataria. Es una pieza de cerámica que encarna a un búho encajado debajo de un moderno casco de ciclista y montado en una bicicleta de manubrio amarillo. Por su peso liviano y su tamaño de monedero, puede pasar por amuleto, sólo que ambiguo y por desgracia feo.
Un par de semanas previas a toparme en una tienda en México con este búho ciclista, me había encariñado con un búho de piedra que, desde el rincón del patio de mi habitación de hotel en Nueva York, había sido mi muda compañía cuando, después de unas pláticas que fui a dar allá, me retiraba a dormir, así como cuando, por la mañana, descorría las cortinas y lo saludaba al prepararme para regresar a la universidad. Horas antes de localizar la bici amuleto que el búho de cerámica protagonizaba, el especialista que me entrenaba para hacerme recuperar la voz, que había perdido quizá tras haber hablado demasiado en Nueva York, en un óleo que colgaba de la pared señaló un búho amarillo y cantarín para indicarme de qué manera amplia debía abrir la boca y tratar de vocalizar. Por estas cosas el búho ciclista podía ser significativo para mí, pero no para Elena.
Así que continué buscando una bicicleta que concretara el artículo que le había gustado a Elena. Sobre una mesa en el vestíbulo de entrada a la casa de Carmen Boullosa, en Brooklyn, en noviembre había visto la pequeña escultura de una bicicleta ideal para el regalo que yo buscaba para Elena. Carmen me informó que era obra de Manuel Felguérez.
Pero de regreso a México seguí buscando la bici amuleto en jugueterías, tiendas de deportes y entre joyas de fantasía sin encontrarla. Llegué tarde a los quioscos de periódico en los que se acababa de promover una colección de bicicletas de adorno, y estaba por resignarme a llevarle a Elena el búho ciclista hasta que me topé con Felguérez y pude preguntarle si seguía haciendo aquella serie de artesanía que incluía bicicletas. Me dijo que él ya no, pero que cuando se retiró acordó que su hermano la continuara haciendo. Sin embargo, al morir su hermano, quien retomó el negocio es su sobrino, ya sin la firma original.
Comoquiera que fuera, fui al Bazar del Sábado. Al entrar, pedí a un artesano que me dirigiera hacia el puesto que buscaba, y cuando me indicó que lo encontraría al fondo del pasillo, al lado del puesto de las bicicletas
, no lo podía creer. Después de año y medio de buscar una bicicleta que materializara un artículo que yo había publicado en La Jornada y que a Elena Poniatowska le había gustado, estar ante un puesto de artesanía dedicado específicamente a bicicletas, del diseñador Jorge Díaz, me impresionó al grado de que al agradecer la orientación tartamudeé.
Aun cuando después me acerqué al puesto que había sido de Felguérez, compré la primera que vi, de Díaz. Es una bici de metal dorado montada en una vitrina de vidrio y latón de 50 centímetros de largo, 30 de alto y 10 de fondo. En mi elección, el elemento decisivo fue que la escultura figurara una bicicleta repartidora de periódico, y que el altero apilado en el asiento de atrás fuera del diario La Jornada.
Desenvolví el búho ciclista y lo arrinconé, antes de envolver la bici amuleto de Elena Poniatowska y desprenderme de ella al llevársela a su casa.