a semana pasada pudimos ver dos estilos de conducir la banca central. Pero más que estilos son dos concepciones políticas enmarcadas en estructuras muy distintas de la sociedad. No se trata del ámbito restringido de lo que se llama la institucionalidad social, sino de política pura, sin más, sin necesidad de añadir ningún eufemismo u adorno conceptual.
El Banco de la Reserva Federal estadunidense publicó, como acostumbra, un comunicado de prensa sobre la situación económica. El 18 de febrero pasado, sin embargo, fue más allá de lo acostumbrado. Además de ofrecer sus proyecciones de corto plazo sobre la economía, tal como lo hace desde 2007 para un periodo de tres años (2009 a 2011), ahora incluyó proyecciones de largo plazo sobre el crecimiento del producto, del empleo y de los precios.
Esto se refiere a la necesidad de crear expectativas que vayan acomodando el comportamiento esperado de los agentes económicos, sean éstos públicos, privados o sociales. En el caso de la inflación, variable clave del desempeño general del mercado, la Fed expone aquella que considera consistente con la consecución del doble objetivo de alcanzar el máximo nivel de empleo de la capacidad instalada y de la fuerza de trabajo, así como la estabilidad de precios. Precisamente lo que en medio de la crisis se ha roto.
Así, para el largo plazo las expectativas de la Fed son un crecimiento de entre 2.5 a 2.7 por ciento de crecimiento real (descontada la inflación) en el producto; entre 4.8 y 5 por ciento del empleo, que, por cierto, en el corto plazo se estima que puede llegar a más de 8 por ciento y, finalmente, entre 1.7 y 2 por ciento de inflación, medida por el índice de precios al consumidor y que ahora se reduce hasta niveles tan bajos que hay quienes no descartan el fenómeno de la deflación.
Cuando menos hay un cuadro planteado de manera abierta, con transparencia, que es una de las responsabilidades más grandes de las agencias públicas, en cualquier circunstancia política, pero mucho más en el marco de la fuerte crisis económica y financiera actual.
No debe olvidarse que este esfuerzo de proyección del desempeño de la economía se genera en un entorno de fuerte incertidumbre. La economía aún no responde a los estímulos aplicados, el programa de Obama apenas empezará a operar y no se sabe la efectividad que tendrá; el sistema financiero no se estabiliza y no se reinician los créditos a la producción y el consumo, los empleos se siguen perdiendo a un ritmo alarmante y no se descarta la nacionalización de diversos bancos, entre ellos aun los de mayor tamaño.
Así que el esfuerzo de la Fed, a pesar de la fragilidad del escenario actual, cumple con una función de hacer política como le corresponde a una entidad pública de tal envergadura y que tiene un amplia capacidad de intervención en el curso de la crisis, ya que emite dinero y controla los flujos del crédito entre los bancos. No se trata aquí de hacer un panegírico de la Fed, sino sólo de mostrar las formas en se actúa en un determinado entorno político en el que la autonomía no se confunde con la asepsia política injustificable en una sociedad moderna y democrática.
El contraste con la actitud del Banco de México no podría ser más grande y elocuente en cuanto a cómo se concibe la institución del banco central y sus responsabilidades políticas. En este caso el Banco de México parece mutilado, amparado en una autonomía cómoda sobre todo para sus perennes funcionarios, escondidos en la sombra de sus grandes privilegios económicos y su falta de rendición de cuentas.
El 20 de febrero el banco central publicó un anuncio de política monetaria que no podía ser más insulso. Anuncia, con la gravedad que le caracteriza, como el brujo bajado de la colina para ilustrar a la tribu, que ha decidido reducir en 25 puntos base el objetivo para la tasa de interés interbancaria a un día, a un nivel de 7.50 por ciento
. Lo mismo sucedió con el anuncio de intervención en el mercado de cambios del 2 de febrero en el que ni siquiera se ofrece la cifra comprometida. Vaya transparencia.
Lo que sigue es un refrito de los diagnósticos que todo el que lea un periódico, auque sea nacional, ya sabe sobre las condiciones de la crisis económica internacional. Luego afirma que los componentes del balance de riesgos para la economía mexicana se han acrecentado, especialmente por la fragilidad derivada de su dependencia de los mercados de Estados Unidos, cosa que todos saben y que está claramente indicado en las más recientes cifras del INEGI. La inflación dice el banco no es por ahora el problema, pues claramente se está cayendo el gasto.
Pero de ofrecer un panorama del comportamiento esperado de la economía en el corto y mediano plazos no hay nada, al igual que fijar algunas líneas probables de acción que orienten a empresarios, trabajadores, consumidores y deudores. Y así se deja en una mayor incertidumbre a todos los participantes de los mercados. Se renuncia a un papel clave que tiene el banco central, sobre todo ante las enormes deficiencias de los ministerios de Hacienda, Trabajo, Economía y Comunicaciones y Transportes.
La acción pública del gobierno marcha en el vacío y con una renuncia total a hacer política, como le corresponde y es su responsabilidad. No entiende el papel esencial de la política estatal debilitada desde hace 20 años. En el caso del Banco de México, entidad pública con carácter de autonomía, la carencia es aún mayor e indica no sólo los arreglos entre las cúpulas políticas del país, sino que cada vez muestra una mayor incapacidad para ejercer las diversas tareas de gobierno en una sociedad cansada y con cada vez más restricciones. Los cambios de concepciones políticas, de los modos de gobernar, de las enormes restricciones del sistema democrático deforme que se ha creado son ya impostergables y con ellos el de los personajes que representan todo este desgaste.