l igual que Kafka no fue el creador del término kafkiano, Charles Darwin no es el responsable de la palabra darwinitis. Lo kafkiano nació y crece sin cesar por la necesidad que tiene el lenguaje de dar forma a realidades no descritas en las épocas en las que se inventaron los idiomas. Lo mismo sucede con la darwinitis: doscientos años después de su nacimiento las ideas de Darwin siguen vigentes per se y como atalaya frente a los creacionistas y su instrumento, el diseño inteligente (que nada tiene de diseño ni de inteligente).
Si bien ignoro quién creó el término kafkiano, sé que fue el profesor de genética Steve Jones, del University College de Londres, el creador del vocablo darwinitis.
Charles Darwin sufría con frecuencia de problemas digestivos y, al igual que otros victorianos, fue víctima del demonio de la dispepsia
. Sus problemas gastrointestinales no se contagiaban, pero, por fortuna, sus ideas sí. De ahí la idea de Jones: La darwinitis es una condición contagiosa que se ha diseminado fuera de la ciencia y ha infectado la sociología, la política, la literatura y más
. Desconozco por qué el profesor Jones no enlistó a las religiones, pero entiendo que el más
que cierra la oración permite agregar otros términos: historia –su vida ha motivado diversos estudios biográficos–, geografía –viajó durante cinco años, tres y medio de los cuales los pasó en tierra, en el famoso barco
HMS Beagle– y, por supuesto, religión: sus ideas son blanco de los creacionistas.
La darwinitis, como se sabe, se ha diseminado ya que este año se celebran el 200 aniversario del nacimiento de Darwin y los 150 de la publicación de El origen de las especies. Aunque parezca irrisorio, la fama del científico inglés y de la epidemia suscitada por sus estudios se debe, no sólo a su famosa teoría de la evolución de las especies, sino a las corrientes religiosas, sobre todo en Estados Unidos, que han tratado de denostar a toda costa sus investigaciones. Más irrisorio resulta el hecho de que los argumentos de los creadores del diseño inteligente son casi idénticos a los expresados por el reverendo británico William Paley.
En su libro Teología natural: evidencias de la existencia y atributos de la deidad recogidas de la apariencia de la naturaleza (1802), el ministro atribuye la necesidad de un ser supremo para explicar la presencia del ser humano y otras especies en la Tierra. La idea de la selección natural, suscrita por Darwin y por Alfred Wallace, con quien firmó un primer artículo (1858), es la refutación más inteligente a las teorías de Paley.
La idea de Darwin es la siguiente: los seres vivos tienen una gran capacidad reproductiva, pero, en un mundo donde los recursos no son suficientes, sobreviven quienes están más dotados. Este proceso genera una serie de mecanismos biológicos que se adaptan al entorno biológico y que permiten que las especies sobrevivan. Esta adaptación es el meollo de la selección natural y de la evolución. Poco a poco la ciencia le ha dado la razón a Darwin. Se sabe que los seres humanos compartimos con las bacterias, las ratas y los abetos la mayoría de nuestros fundamentos genéticos y bioquímicos, lo que significa que la vida tiene un origen común.
Darwin era católico practicante y buen padre; tuvo 10 hijos, de los cuales tres murieron cuando niños. Dejó la Biblia a un lado cuando su trabajo chocó con el argumento de que la Tierra y sus criaturas fueron creadas en seis días y olvidó su cristiandad debido al prolongado sufrimiento de una de sus hijas. Para él, era incompatible que criaturas inocentes sufrieran por la voluntad de Dios. No en balde Francis Collins, creyente cristiano y director del Proyecto Genoma, ha señalado: “Las similitudes de los genes humanos con los de otros mamíferos, gusanos y hasta bacterias son impresionantes. Si Darwin hubiera tratado de imaginar una forma de probar su teoría, no podría haber encontrado nada mejor, salvo una máquina del tiempo. Pedir a alguien que rechace todo eso para probar lo mucho que ama a Dios… ¡qué horrible elección!”
La filosofía de los creacionistas, entre ellos George W. Bush y su compañera de partido Sarah Palin –¿la recuerdan?–, está muy arraigada en Estados Unidos: más de la mitad de la población cree en el diseño inteligente. La idea es la siguiente: Dios diseñó cada una de las especies que existen. El integrismo católico defiende a ultranza el creacionismo. Para ellos, la existencia de una misteriosa intencionalidad o una inteligencia sobrenatural es la que determinó la aparición del ser humano y de las especies animales.
La darwinitis no es gratuita. Darwin es uno de los grandes genios de la humanidad. Su teoría, a 150 años de distancia, sigue vigente. Y no es gratuita porque muchos religiosos siguen aferrados al poder que se cosecha gracias a la ignorancia que ellos siembran y perpetúan.