urante años, tecnócratas y sátrapas de toda estirpe viajaron por el mundo, con sus maletines y trajes bien planchados, desparramando la noticia: la globalización era imparable. El mito era fuerte: desde los centros comerciales en Shanghai, hasta las vitrinas de Manhattan se estaba construyendo una economía mundial única, bien integrada y prometedora.
Mucha gente lo creyó. En esta leyenda el libre mercado salía como campeón de la eficiencia, la democracia y hasta del medio ambiente. En adelante, la política económica tendría sólo dos ejes dominantes: fomento de las exportaciones y liberalización financiera.
Hoy el personaje central de la leyenda ha muerto. No va a resucitar. La crisis no será el fin del capitalismo, pero sí de la infame globalización neoliberal. Aquí está la oportunidad para replantear el futuro. La ironía es que en Washington todavía no se enteran. Parece que Obama perdió su brújula el día de la toma de posesión.
La última noticia lo confirma: otros 30 mil millones de dólares (mmdd) al hoyo negro de la aseguradora gigante AIG. Ya se le habían inyectado 152 mmdd y, sin embargo, sus pérdidas siguieron creciendo. La nueva inyección de recursos se justifica diciendo que AIG es clave para el sistema financiero internacional. La verdad es que AIG respaldó las operaciones irresponsables de los bancos y se metió de lleno en la especulación con derivados de sus créditos locos.
El secretario del Tesoro, Tim Geithner, sólo alcanza a pensar en los síntomas de la crisis, no en las raíces. Los rescates
parciales ya suman cantidades astronómicas y ya no se necesita más para demostrar que no funcionan. Si se quiere que el crédito vuelva a fluir y que la gente retome su adicción al consumo y endeudamiento, aventarle carretadas de dinero a entidades como Citigroup, Bank of America o a AIG no es el camino.
Por cierto, quizás el presidente Obama recuerde al candidato Barack, cuyos apoyos principales en el mundo corporativo fueron precisamente Goldman Sachs (con una contribución a los gastos de campaña de 847 mil dólares), JP Morgan/Chase, Morgan Stanley y Citigroup. Qué raro que estén entre los principales beneficiarios en los rescates de Geithner.
A estas alturas, sólo con una intervención gerencial centralizada podrá regresar algo de transparencia sobre el contenido en los libros y estados financieros de los bancos. Y sólo así podrán reiniciarse las transacciones interbancarias que ahora están congeladas por la desconfianza y la incertidumbre. Lo que se necesita es tomar el control de los bancos insolventes para hacer una disección de cada uno y examinar sus cuentas, separando los activos buenos de los malos. Hay que aplicar la regla de oro para los bancos: en caso de insolvencia, los primeros que pierden son los dueños y accionistas. Sólo así podrán volver a funcionar los bancos en lo que es su negocio normal (depósitos y préstamos).
Las cuentas demuestran que los rescates parciales no funcionarán. Si las hipotecas de segunda clase sumaron 1.4 billones de dólares, los bancos utilizaron esos créditos como garantía para emitir títulos y obligaciones por otros 12 billones de dólares. Encima de eso, bancos y fondos en Wall Street utilizaron esos títulos y obligaciones para endeudarse hasta por otros 140 billones de dólares. El balance es claro: la crisis financiera tiene dimensiones bíblicas.
Por su parte, el paquete fiscal de Obama se anunció con una cifra de 789 mmdd, lo que puede parecer una cantidad respetable. Hay que insistir: la triste realidad es que si lo que se quiere es estimular la demanda, ese remedio es insuficiente. La parte de ese paquete que son créditos fiscales (116 mmdd) no se va a gastar porque los beneficiarios viven hoy en el mundo de la incertidumbre y la amenaza (o la realidad) del desempleo. El beneficio fiscal será ahorrado o servirá para pagar algunas deudas y va a regresar al sistema bancario. No tendrá un papel en el multiplicador de empleo.
Es cierto que una parte de los créditos fiscales también sirve para dar un pequeño respiro a la población más golpeada, pero lo importante es que no va a ir directamente a promover la demanda efectiva. Lo mismo se puede decir de otros componentes del paquete: salud (141 mmdd) y educación (87 mmdd). Lo que queda para obras de infraestructura y energía (175.9 mmdd) no es suficiente para generar ni la tercera parte de los empleos que ya se han perdido. Una buena porción de este monto sólo comenzará a fluir hasta finales del año, así que no sólo es poco, también es tarde.
Aquí no cabe la menor duda. Si Obama sigue este camino sin rectificar, la recesión va a ser mucho más larga de lo que se imagina. Por lo menos va a durar unos dos años y la economía estadunidense podría salir tan lastimada que podría permanecer en el semi-estancamiento durante una década. Para cuando volteen la cara en Washington para ver cómo es que extraviaron el rumbo, ya será demasiado tarde.