Viernes 6 de marzo de 2009, p. 5
Tú en mi paseo, y otra acompañante
por un valle; el césped susurrante,
adivino silencio por los dedos,
Y a nuestros pasos los árboles frescos
regalaron un claro a los errantes.
El candor de la luz pasmó al instante.
Sobre el deseo hablamos y los celos,
nuestra charla una suelta toga al viento.
Blanco mantel de día de campo abierto,
como un manual de etiqueta completo.
“Dame gusto –le dije a la invitada–,
muéstrame el astro malva de tu pecho”.
Ay, amor, ni la prudencia ni estos versos
podrán curar la herida en tu mirada.