l igual que muchos no entendemos cuál es el papel que juega Dios en un mundo tan injusto, es muy probable que Benedicto XVI no comprenda la magnitud y los significados de la epidemia del sida. Yo, como parte de esos muchos, no me desgasto analizando las razones por las cuáles Dios ha dejado de impartir bondad en vez de sufrimiento: sé que es inútil buscar en sus designios o en las recetas de las religiones los motivos de tanta maldad y de tanta inhumanidad. Asimismo, lamentablemente entiendo, como parte de esos muchos, que poco, o quizás nada, podemos hacer para revertir las injusticias y aminorar el trauma que implica el trámite de sobrevivir para millones y millones de personas humilladas y vejadas por ser pobres.
Lo que en cambio sí debemos hacer es sugerir. Benedicto XVI mejoraría su misión y credibilidad en el mundo si tuviese asesores adecuados. Temas tan ríspidos como la decisión de revocar la excomunión a los cuatro obispos lefebvrianos –entre ellos su estrella, el negacionista Richard Williamson–, así como el asunto de los preservativos cuando se habla de sida en África requieren expertos inteligentes y bien informados. Para impedir la muerte de más inocentes, sobre todo en África, al Vaticano le convendría cambiar a sus estudiosos en materia de salud, y de ser necesario, en las disciplinas relacionadas con la moral, es decir en todas.
En Yaundé, la capital de Camerún, Ratzinger dijo, la semana pasada, que el sida no se puede resolver con eslóganes publicitarios ni con la distribución de preservativos
, y que éstos, al contrario, sólo aumentan los problemas. La única vía eficaz para luchar contra la epidemia es la humanización de la sexualidad
. Y añadió, una renovación espiritual
, destinada a sufrir con los sufrientes
.
Con profunda preocupación leo el mensaje del Vaticano: no a la publicidad, no a la prevención, sí a la abstinencia, sí a la oración. Los noes del Vaticano son los síes de la ciencia y de la ética médica laica que busca proteger las vidas de las personas. Los síes del Vaticano son los noes de la realidad, de las tumbas y de las fosas comunes de millones y millones de personas, la mayoría brutalmente pobre, contagiadas por el virus de la inmunodeficiencia humana.
La falta de aplicación de los noes pronunciados por el Papa han devastado poblaciones enteras en África y disminuido en algunos lugares la esperanza de vida a menos de cuarenta años. Esos mismos noes son la causa para que muchas mujeres se contagien y mueran jóvenes, dejando huérfanos a incontables niños y niñas, no sólo por su muerte, sino por el deceso previo del padre o por su ausencia.
Los noes del Vaticano contradicen la razón fundamental de cualquier religión: pensar en el valor de la vida del otro como la propia. Los noes del Vaticano ignoran que el VIH desconoce las reglas de la religión y que los hombres, sobre todo en África, viven y practican el sexo con muchas mujeres de acuerdo con sus costumbres y a sus tradiciones. La labor titánica de las organizaciones encargadas de cuidar la salud, en este caso de los africanos, ha demostrado que preservativos y eslóganes pueden más que los síes del Papa. La sexualidad no se tiene que humanizar como sugiere Ratzinger. La sexualidad es una bendición humana. Quienes sí requieren lecciones de sexualidad, de moral y de todo lo que predica la religión son los sacerdotes pederastas.
Los síes del Vaticano deben aplicarse a la realidad contemporánea del mundo y a la versatilidad del VIH. Predicar abstinencia y oración no sólo atenta contra los muertos y contra los millones de personas infectadas por el virus en todo el orbe: atenta contra el cuidado profundo y el amor que todos los dioses predican. Los síes del Vaticano, pronunciados en África, donde las muertes por sida y la falta de dinero para atender a los afectados asaltan la razón y maltratan la moral.
De acuerdo con algunas cifras, cada minuto cinco personas contraen el virus del sida, sobre todo en África y en Asia. Se calcula que si la epidemia no se frena en los próximos años unos 40 millones de niños habrán quedado huérfanos en esos continentes. Esos huérfanos son hoy, después de la irresponsabilidad y peligrosidad de los comentarios del Vaticano, más huérfanos que nunca.