Ismael Vargas
uede decirse que somos de la edad. La apertura de su primera exposición y mi primera lectura individuales fueron progamadas para la misma noche en el mismo lugar, entonces mágico (perdonarán lo algo new age adjetivo, pero aquéllos eran otros tiempos): el Patio de los Ángeles, en el barrio de Analco de Guadalajara, cuya leyenda en parte recuerda a la de la catedral de Puebla: Los trabajadores de la cantera (secretamente ángeles) desaparecieron sin cobrar. Al centro del patio había una fuente que espero aún subsista (sobre los arcos de piedra florida levantaron un edificio sede de oficinas de cultura) y cuyo armonioso fluir y murmurar aún siento que escucho y veo.
Me refiero al pintor y escultor Ismael Vargas, quien entre finales del año pasado y principios de éste fue doblemente homenajeado, con una muestra en el Museo de Arte de Zapopan y la edición de un libro sobre su obra editado por el grupo Cydsa y en el que el artista se presenta a sí mismo mediante un texto que no tiene desperdicio y permite entrever su algo más que afición por la lectura y algunas de sus diversas pasiones (Pasión intacta fue por cierto el nombre de su exposición). Citémoslo aunque un tanto, por razones de espacio, cicateramente: “(,,,) teníamos un radio Zenit que sintonizaba estaciones francesas, italianas y cubanas. Pasaba horas escuchando desde Bola de Nieve y Edith Piaf, hasta mis predilectas: las óperas. Estas últimas despertaron en mí el deseo de ser cantante sin darme cuenta de que carecía de facultades. Mientras oía el radio recortaba las tapas de las cajitas de cerillos La Central, que traían reproducciones de los grandes maestros de la pintura, las extendía sobre la cama, las acomodaba en un caprichoso orden y luego empezaba a copiarlas. El esfuerzo que requería aquello producía en mí la dulce fatiga de haber toreado, cantado, amado… y ahora quería ser pintor.” Pero en mi casa no había libros ni discos, ni lugar para un artista sin ingresos; no me quedó otro camino que salir de ella acompañado de mis catorce años.
La muestra estuvo ilustrada con breves comentarios de Elena Poniatowska, Carlos Fuentes, Fernando Gamboa y Alberto Ruy Sánchez, entre otros. En el libro colaboran Tomás González Sada, Carlos Monsiváis, Xavier Moyssén, Edward J. Sullivan y, ya qué, quien esto escribe.
Animado por el propio Ismael me lancé a apropiarme de algunas de sus obras para desde la subjetividad traducirlas
al lenguaje de las palabras. Quizá vecinos algún tiempo, ambos vivimos en San Juan de Dios, nos marcaron las glorias y miserias del oficialmente llamado Mercado Libertad, donde acaso (y no nada más para el Día de Muertos en el Parque Morelos) también vendían las aún famosas muñecas mexicanas de cartón.