ue espléndida belleza había en el torear de Curro Romero cuando desmayaba los brazos en un veroniquear marcando los tres tiempos y el remate con la media de milagrería y vivía la muerte en cada lance con los ojos abiertos hacia adentro y los sentidos despiertos!

¡Que ritmo del sevillano en esos lances vagos, suaves, débiles, lejanos, hasta volverse imperceptibles y que dejaban en el aficionado el drama de la vida-muerte! ¡Como dejar de sentir ese trincherazo, desmayado, caído en el vacío que era aire, aire que era tiempo, tiempo que no acaba de irse! ¡Como se desdibujaba en el ruedo el quehacer torero del diestro nacido en Camas, intenso y penetrante al flotar en el vacío y remover recuerdos, rumor de pases naturales y recodo de pausas, en el remate de los pases, dándole a su toreo la magia andaluza heredada.

Delicioso en su torear. Curro Romero fue la joya del toreo sevillano que no encuentra heredero. Al verlo desplegar su capote, la vida se intensificaba y la belleza vestida de capotillo, nos embriagaba y escondía el dolor, en la emoción gustada de instantes fugaces. ¡Esos que conformaban la vida! La que se va, como se iban sus trincherazos, ese torear con el espíritu dilatado, fuera del tiempo y el aficionado abierto a una mayor ponderación de goces, los palpitos de la piel acelerados en la diabólica ensoñación de placeres desconocidos, deseos de morenas sedientas de amor y erotismo encantador.

En los prolegómenos de la feria de Sevilla que se inicia el domingo de resurrección, los sevillanos siguen añorando a su Curro. Curro se fue del toreo en ese desmadejamiento convaleciente similar al de su torear. En su retiro seguramente el torero evocará las tardes de triunfo con la Maestranza enloquecida o las nieblas de esas noches en la enfermería de las plazas, la ropa torera sudorosa y fría, la carne deshilachada y los jugos vitales resecados. Con Curro se fue el último referente del auténtico toreo sevillano.