Piedad, compasión, misericordia
El caso de Benjamina
ástima, conmiseración, merced, clemencia, socorro, beneficencia... La proliferación de sinónimos totales y parciales hace pensar en la mala conciencia de una cultura regida más bien por antonimias que denotan la condición de inmisericorde, de inclemente, de implacable y, por extensión, la impiedad, la indiferencia, la insensibilidad, la avaricia, el rencor y la dureza. La flor de los significados se expande sin límites conforme un vocablo de carga semejante lleva a otro, y a otro, y a otro. Hace muchos años que mucha gente se dedica a aclarar las diferencias entre amor y caridad, pongamos por caso, y en ese afán suele adentrarse por unos laberintos memorables que se remontan a los orígenes griegos y hebreos de vocablos polvorientos para explicar que el amor a Dios no debía traducirse como Eros
(¡Dios nos libre!) y que más valía emplear ágape
, o philía
, o qué sé yo.
El cristianismo, que pregonaba la compasión y la clemencia (pero también, y según las palabras atribuidas a su fundador, la intolerancia, la exclusión, la venganza y toda otra sarta de malas ondas, como lo expone Bertrand Russell en su opúsculo Por qué no soy cristiano), se apañó esas palabras y otras semejantes y pretendió tomarle el pelo a la humanidad pregonando que era poseedor del copyright, hasta el punto de que amarró el término piedad
a dos cosas muy diferentes: virtud que inspira, por el amor a Dios, tierna devoción a las cosas santas, y, por el amor al prójimo, actos de amor y de compasión
, apunta la RAE, y da como primera acepción de caridad una de las tres virtudes teologales, que consiste en amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a nosotros mismos
y, como cuarta, actitud solidaria con el sufrimiento ajeno
. El chanchullo semántico es inocultable: los que no aman a Dios tampoco son caritativos con sus semejantes.
De hecho, no se necesita profesar religión alguna, y ni siquiera creer en cualquiera de los dioses propuestos en el menú, para experimentar el deseo de ayudar a los demás en la forma que sea, por más que las fórmulas verbales varíen en forma notable de unas a otras causas. Hace muchos años, en uno de los peldaños de mi noviciado en una organización marxista (no recuerdo si se trataba de ascender de simpatizante a ayudista o de ayudista a militante raso), mi responsable me inquirió, en una ceremonia informal pero severísima, la razón por la que yo deseaba pasar a lo siguiente. Porque no quiero que haya pobres
, aventuré.
–Ésa no es una motivación válida –atajó. Con esa, igual entras a cualquier partido burgués, o al Ejército de Salvación.
–¿Entonces...?
–Pues, por ejemplo, tu compromiso con el advenimiento histórico del proletariado...
–Porque me siento comprometido con el advenimiento histórico del proletariado –repetí como loro. Pero, habida cuenta de mi torpeza para la declamación precisa y exacta de consignas, no avancé más en la organización, y ya fue que me quedé réfor, pequeñoburgués y menchevique.
La capacidad humana (y animal, según algunos estudiosos de otros bichos) de apiadarse del prójimo es muy anterior al cristianismo e incluso previa a las religiones organizadas que se disputan el mundo contemporáneo. El sitio tradicionalista Panorama católico internacional reconoce en Abraham, Moisés y David a los pioneros de la piedad. Un texto del budismo moderno archicolgado en Internet habla de los sucesivos Dalai Lama como una bella historia de compasión
, cuyo punto culminante estaría en la historia de un señor Avalokiteshvara quien, cuando estaba a punto de alcanzar el nirvana, “vio a millones de seres que sufrían de diferentes maneras, pero sobre todo a causa de su ignorancia y su falta de instrucción espiritual y pensó: ‘¿Cómo puedo abandonar a esos seres? ¿Cómo puedo fundirme en este océano de luz y salvarme sólo yo cuando en el mundo hay tantos que necesitan ayuda?’ De esa forma Avalokiteshvara regresó al mundo”.
Unos 300 años antes de Cristo, Hiparquia de Maronea, filósofa procedente de una familia aristocrática de Tracia, ejerció una singular opción preferencial por los pobres
: se hizo amante de Crates el Cínico (y de varios más de la banda) y se fue a vivir, junto con su pareja, entre los más miserables de los miserables atenienses; les lamía las llagas en signo de amor y en las noches frías dormía abrazada a ellos. Y más atrás: en La Odisea se puede hallar cantidad de ejemplos de ayuda desinteresada y de hospitalidad gratuita y generosa, y eso hace inevitable suponer que entre los griegos de la Edad de Bronce –que es en la que se sitúa ese libro de aventuras–, unos milenios antes de que apareciera Jesús y exigiera amar al prójimo como a sí mismo, había gente buena onda que echaba la mano sin más recompensa que la de sentirse bien.
Pero estábamos en que cosas como la Cristiandad y el Islam han pretendido monopolizar esta clase de actitudes, tan abundantes (o escasas) entre los creyentes como entre los infieles, los apóstatas, los escépticos, los librepensadores, los agnósticos, los ateos y los herejes. La asistencia a los necesitados ha sido una ocupación preponderante a lo largo de los milenios, pero hubo que esperar a tiempos posteriores al Renacimiento para que a alguien se le ocurriera algo mejor que el deber moral individual de ayudar a los desfavorecidos y a los que sufren: el derecho de todos a disponer de los bienes y servicios que su entorno social considera básicos e indispensables. Aunque, pensándolo bien, es posible que esa noción del derecho a lo indispensable sea mucho más vieja de lo que nos atrevemos a suponer.
Hace 530 mil años, en lo que hoy se denomina la sierra de Atapuerca, Burgos, España, vivió una niña discapacitada a la que los arqueólogos han dado el nombre de Benjamina. Según lo han revelado los fragmentos de su calavera, la muchachita padeció craneosinóstosis, un cierre prematuro (antes del año de vida) de las suturas craneales que, como se sabe, vienen sueltas de nacimiento (compruébenlo, con toda la delicadeza del mundo, palpando la mollera de un bebé: sientan una especie de concavidad antes de la coronilla). Tal condición provoca malformaciones del cráneo y, derivadas de éstas, deficiencias psicomotoras en diversos grados. De hecho, es el caso documentado más antiguo de craneosinóstosis con deformidades neurocraneales, cerebrales y, muy posiblemente, asimetrías en el esqueleto facial
, indica el reporte publicado en la revista estadunidense Proceedings por Ana Gracia Téllez y Juan Luis Arsuaga.
Benjamina murió a una edad temprana, cerca de los diez años, y lo más probable es que no haya sido capaz de valerse por sí misma. Para llegar a una década de vida hubo de ser asistida de alguna manera por los miembros de su tribu, un grupo desconocido de cazadores recolectores. A pesar de sus desventajas, el individuo sobrevivió más de cinco años, lo que sugiere que su condición patológica no fue un impedimento para recibir la misma atención que cualquier otro niño del género Homo del Pleistoceno Medio
, concluyen los estudiosos. O sea que, más allá de caridades y de misericordias, los usos de la solidaridad llevan, cuando menos, medio millón de años entre nosotros.
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De lo contrario: algunos de los convocantes de la iniciativa Adopta a un niño muerto
han venido sufriendo, desde entonces, presiones, hostigamientos y agresiones familiares, empresariales, laborales, académicas e institucionales, por parte de otros integrantes de la comunidad judía. ¿Se hará necesario contar al detalle esas historias vergonzosas?
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