Opinión
Ver día anteriorLunes 18 de mayo de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¡Fuera los cubrebocas!
L

a imagen del país está muy enferma. México requiere urgentemente no una vacuna, sino un antiviral que lo cure y ponga en pie.

Los signos vitales que muestra la economía nacional son débiles y ciertos sectores, como el turismo, languidecen.

Sin desestimar las acciones preventivas adoptadas por el gobierno mexicano, que sin duda fueron eficaces en la contención del nuevo virus, es innegable que la autoridad sanitaria nunca reparó en el daño brutal que se provocaría a la imagen de la nación y terminó por vulnerarla.

A los lamentables mensajes sobre corrupción, narcotráfico, secuestros y ejecuciones que México lanza cotidianamente al mundo ahora se suman los de una epidemia, de cuyo origen los mexicanos no somos responsables, pero que logró activar las alarmas de varias naciones que ahora nos miran con recelo.

Por eso, una vez que ha sido superado lo más álgido de la emergencia sanitaria, los mexicanos necesitamos enviar al mundo ya, desde ahora, señales claras y contundentes de recuperación y vitalidad.

Se antoja indispensable que gobierno, sector privado y medios de comunicación se coordinen para diseñar y ejecutar estrategias conjuntas de corto, mediano y largo aliento, capaces de generar la sinergia que comience a erradicar la percepción internacional de que somos un país enfermo, para que comiencen a vernos como nación en vías de recuperación plena.

Pero también se antoja, al mismo tiempo, mayor sensibilidad y, sobre todo, sentido común de la autoridad sanitaria en la adopción de medidas tan simples como el retiro inmediato de los mentados cubrebocas.

Ese trapo –que a decir de las autoridades sólo resulta útil a las personas ya contagiadas– se ha convertido en una especie de moda, que en términos reales ha resultado mucho más dañina a la nación que el propio virus de la influenza, por el impacto tan negativo a la imagen y, por ende, a la economía nacional.

Y es que el uso del cubrebocas, que ciertamente tuvo su importancia al comienzo de la emergencia, cuando se estaba ante un riesgo de dimensiones desconocidas, terminó por constituirse en un abuso mediante el cual los mexicanos nos asumimos inconscientemente, entre nosotros y ante el mundo, como enfermos.

El hecho mismo de que en la cotidianidad convivamos y nos mezclemos quienes usamos el cubrebocas y quienes no –incluido el personal de servicio en restaurantes y bares– implica ya una serie de connotaciones particulares que derivan en vernos con desconfianza y considerarnos, inclusive, amenazados o amenazantes, según sea el caso.

Lo desconcertante, sin embargo, es la ambivalencia gubernamental. En tanto se admite que el cubrebocas carece de utilidad real en las personas sanas, el propio secretario de Salud lleva semanas apareciendo con el rostro cubierto en todos los actos públicos a que asiste, incluidas, por supuesto, las conferencias de prensa.

Es decir, el encargado de la salud de todos los mexicanos posa para la foto, sin que nadie lo alerte de que esa imagen, que se ha repetido una y otra vez, ha tenido un impacto altamente nocivo en la opinión pública internacional, pues significa el reconocimiento tácito de que el país continúa sumido en la emergencia sanitaria.

Y no sólo eso. Esas imágenes, que se reproducen por miles y viajan por todo el planeta, abonan en sentido contrario a la que es ahora la preocupación número uno del país y de su jefe, el Presidente de la República: avanzar en la contención de daños para evitar que la epidemia siga haciendo estragos en la economía.

Quizás a ello se debió –y no a otra cosa– que Barack Obama fuera más cauto al dictar las medidas sanitarias en Estados Unidos. No recuerdo haberlo visto con el rostro cubierto. Esa fotografía habría afectado su imagen personal; por supuesto, la del país más poderoso del mundo y, seguramente, habría costado muchos millones de dólares a su economía. Allá previeron el impacto económico de una imagen vulnerada; aquí, no.

El reposicionamiento del prestigio de México ante el mundo es urgente y deberá ser una prioridad del Estado. No será fácil, y lograrlo tomará años. El entorno nacional llama al pesimismo. Es previsible que las señales de recuperación se entremezclen con los comunes escándalos de corrupción, con el narcotráfico, con ejecuciones, con el horror que se padece en nuestro país.

La imagen es caprichosa y veleidosa. Una imagen positiva se construye poco a poco, muy lentamente, pero se pierde en un instante. Lamentablemente México ha sido perseverante, durante años, en el golpeteo a su imagen y a su prestigio internacional. Hoy hemos perdido mucho y pareciera ser el momento de iniciar la recuperación. Comencemos, pues, desde ya, por erradicar esos odiosos cubrebocas.