Charles Clements, médico estadunidense, conoció de primera mano el horror de la guerra
Parece que los políticos de EU entienden que ya no hay que temer a las izquierdas
Fue piloto en Vietnam y trabajó en hospitales de campaña del FMLN en la década de los 80
Martes 2 de junio de 2009, p. 20
San Salvador, 1º de junio. El médico estadunidense Charles Clements, con su increíble historia a cuestas –piloto de cazabombarderos en Vietnam, objetor de conciencia y médico que trabajó en los años 80 en los hospitales de campaña del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) en el frente de Guazapa– admite que su país nunca ha sido bueno para aprender las lecciones de la historia
. Pero al ver a la secretaria de Estado Hillary Clinton sentada entre los asistentes al cambio de poderes en El Salvador, cree percibir un pequeño cambio.
Ahora parece que los políticos en Washington están entendiendo que no hay que temer a las izquierdas que llegan al poder; que los gobiernos que tienen otras prioridades no deben ser percibidos como el enemigo
, dice.
Después de un año de vivir en campamentos rebeldes, huir en las famosas guindas (desplazamientos de población civil) bajo los bombardeos y estudiar desde las trincheras, y su experiencia personal en el movimiento de la aviación militar sobre Guazapa y sus alrededores, Clements salió de la zona guerrillera con una misión: fue el primero en denunciar que la fuerza aérea salvadoreña tenía asesores del Pentágono que operaban en el teatro de guerra; demostró que se usaba napalm y fósforo blanco contra la población civil y se involucró a fondo para convencer a la Casa Blanca de reducir al máximo su involucramiento en la guerra en El Salvador.
La lucha contra la ayuda militar
Fui tres veces al Congreso en Washington como testigo y logramos que se cortara la ayuda militar. Intentamos por años convencer a Reagan sobre la conveniencia de una salida militar. Estados Unidos siempre sostuvo que alentaría la negociación si el FMLN deponía las armas, lo cual es una fórmula inviable. Finalmente, 10 años y 4 mil 500 millones de dólares en ayuda militar después, logramos que el presidente George Bush (padre) entendiera que en una negociación no se pide la entrega de armas como condición previa, sino que ésta es el resultado del acuerdo. Y así se llegó a la firma de la paz en 1992
.
Esta historia está relatada en su libro Witness of war (Testigo de la guerra) de Bantam Books, que desde 1984 ha llegado a 12 reimpresiones.
“La primera vez que El Salvador entró a mi radar –cuenta– fue cuando, en mi calidad de presidente de la asociación de estudiantes de medicina en la Universidad de Washington, en Seattle, supe por mi contraparte salvadoreña que su universidad, la UES, había sido ocupada por el ejército. En 1982, siendo médico residente en Salinas, California, trabajó de voluntario en una clínica que daba atención a los migrantes indocumentados, muchos de ellos salvadoreños. Ahí conoció a una mujer con un seno cercenado a machete durante una matanza y tuvo muchas otras referencias de las atrocidades que cometían el ejército y las policías en esos años y que lo metieron de lleno a la realidad del conflicto armado.
Vio con preocupación que el gobierno de Ronald Reagan se encaminaba otra vez a una guerra de intervención, enviando armas y asesores militares, y se propuso poner un grano de arena para evitarlo. Conocía de primera mano el horror de las guerras que apadrinaba Washington, ya que a los 24 años, como piloto militar, había conducido aviones de caza que rociaban de bombas, napalm y agente naranja las aldeas vietnamitas.
En la ciudad de México contactó a elementos del FMLN que aceptaron su contribución pese a su precario español y a su condición de poder mantener el principio hipocrático de la neutralidad de los médicos. Me tuvieron confianza a pesar de que soy ciudadano de un país que perpetra invasiones militares. Yo sabía, además, que ante los ojos de mis compatriotas iba a perder toda credibilidad por involucrarme en un conflicto armado. Aun así, decidí que algo tenía que hacerse para detener los errores de Washington y lo hice desde Guazapa y luego fuera de El Salvador.
Con estas ideas se puso en camino. Listo para penetrar en el área de conflicto, esperaba un contacto en el bar de un hotel en Tegucigalpa mientras en la televisión daban la noticia de un ataque aéreo justamente en el cerro de Guazapa. Empezaba la Operación Fénix de la fuerza aérea salvadoreña. En ese momento me pregunté; ¿y por qué demonios quiero ir ahí? Pero ya no era hora de echarse para atrás.
Seis días después no era por la televisión, sino en vivo y a todo color, que viviría los intensos bombardeos a los que diariamente, durante más de un año, fueron sometidas las comunidades de la zona.