En el Foro Sol regaló sus mejores piezas a sus acendrados fans
Martes 9 de junio de 2009, p. a10
Ritual de tribu la despedida de Metallica en su tercera noche, la mejor, la más intensa de su gira mundial hasta el momento. Cerca de 60 mil cuerpos vestidos de negro y luego semidesvestidos al fragor de esta salvaje ceremonia de música de nivel extraordinario y desbordamiento físico brutal, una fiesta absolutamente carnal. A la medianoche del domingo la expresión de placer en todos los rostros completaba el devastamiento físico natural de las bacanales.
El concierto del domingo se anunciaba ya como el mejor de los tres en México por razones concéntricas: siempre las últimas sesiones de serie sirven para echar el resto, agotar la última gota de energía, cerrar a tambor batiente; además, ya no hay nada que perder, no hay sorpresas y todo se concentra en hacer buena música, pasarla bien.
Y la razón fundamental: un concierto de thrash metal necesita siempre del público adecuado y el de las últimas horas que vivió Metallica en México jamás la olvidarán los asistentes, porque estuvieron presentes los fans más acendrados, los especialistas irrebatibles, los aferrados, los fieles, los exquisitos y los del lado moridor, pues ya se habían matado unos contra otros por conseguir boletos, que fueron los primeros en agotarse en unos instantes porque originalmente el grupo angelino iba a ofrecer solamente este concierto, pero hubo necesidad, ante el éxito de taquilla, de programar los dos que ocurrieron jueves y sábado.
De manera que la tarde del domingo se congregaron los oficiantes curtidos, los rudos sin los cursis, los malencarados, porque los metaleros se sienten obligados a mostrar colmillo y garra cuando piel adentro son gatitos que maullan y lloran desde los primeros riffs.
Lloran de emoción. Apenas había comenzado la refriega y el rostro de felicidad de los fabulosos fans metálicos denotaba una suerte de éxtasis, como si tuvieran pintada la frase en la frente, con la boca semiabierta: ¡no lo puedo creer, regresó Metallica!
y como la banda tocó como nunca y sus integrantes se entregaron como solamente lo hacen entre sí Daphnis et Chloé en pleno bosque, como La Sulamita y el Rey Salomón en El cantar de los cantares, muchos sencillamente soltaban el llanto ante tanta belleza.
Intenso y estridente
Porque James, Rob, Kirk y Lars no dieron un concierto, se dieron, cedieron, sedientos, al público. Esto era que se juntaran las guitarras soprano y mezzo para que sonara algo más intenso y estridente que el aria de ópera más exquisito y luego se uniera el bajo, brutalmente virtuoso, absolutamente fidedigno, y los tres bajaran las testas y subieran sus mástiles bajo el trono de tambores del Marqués de Sade. Las guitarras, esas intensas valquirias cabalgando.
Entre el cúmulo de privilegios que colmó el concierto postrero del domingo, el track listing cambió radicalmente. Tomó como eje el reciente disco, Death Magnetic, que es magnífico, pero se concentró a una selección exquisita de sus obras maestras, ahora convertidas en clásicos que en vivo despertaron el anhelo ancestral de tribu de una masa enfebrecida de placeres.
Abajo del proscenio, a unos metros de los músicos, se vivió el mismísimo epicentro de este movimiento oscilatorio y trepidatorio que se expande como una onda en el estanque, pero este recipiente es gigantesco. Desde aquí, donde los cuerpos se embarran sudorosos y estalla el slam, hasta la puntita de la última butaca, que se ve desde aquí como una cáscara de nuez en el océano, todo trepida y tunde. Conmovedor, alucinante seguir el acompasamiento de 60 mil brazos izquierdos desnudos marcando el ritmo bestial de esta música megatónica, multiorgásmica, poseída por una decisión ineludible de placer.
Fue por eso que enmedio de ese océano de sudor y solfas en que se convirtió durante casi seis horas el Foro Sol, muchos lloraron, de tantísimo placer. Música de prodigio y ceremonia atávica, telúrica, volcánica, esdrújulamente apoteósica.
Casi seis horas de heavy metal, loquísima, venturosa la aventura. Privilegio de mortales.
Acuérdate que eres heavy metal y en riff te has de convertir, casi rezaban los laiquísimos, irreverentísimos fanáticos.
Y lloraban, expertos degustadores de buena música, de tantísimo placer.