as recientes elecciones para renovar el Parlamento de la Unión Europea (UE) arrojan nuevos elementos que orillan a nuevas interpretaciones del existente en el llamado viejo continente. El primer dato que es apremiante señalar es la influencia que tuvo la actual crisis económica global en lo que es la escasa afluencia a las urnas –que registró un mínimo histórico de 43.3 por ciento nunca visto– y en los que son resultados electorales.
El primer dato denuncia lo que cada vez resulta ser más claro, no solamente en la UE, es decir, la profunda crisis de la representación política institucional. La actual clase política, mas sobre todo el actual sistema organizado de representación de la ciudadanía (partidos políticos, coaliciones, etcétera), está evidentemente en su fase más alta de precariedad existencial. Nos estamos acercando rápidamente al momento en el que una extrema minoría de la ciudadanía pueda elegir a los representantes de la mayoría. Una contradicción aparentemente banal, mas que sin embargo pone en una seria encrucijada a la legitimidad del sistema entero. El segundo dato, aunque pierde importancia a la luz de lo anterior, resulta útil a manera de sondeo
de posibles tendencias en el espectro global, en este caso el contexto europeo. Porque aunque las elecciones europeas no son la expresión social de un proceso que en ese espacio se pueda convertir en organización integral de la vida real, lo cierto es que hay elementos dignos de nota. Por un lado la territorialización de la crisis económica que descubre la ausencia de un efecto Barack Obama
en territorio europeo. Por el otro lado, y profundamente ligado al anterior, la victoria de las fuerzas más reaccionarias, euroescépticas y con franco corte xenófobo y racista. La crisis económica ha abierto el camino a las propuestas de la derecha xenófoba en varios países de Europa, soluciones que pasan por la completa cerrazón política y cultural. La búsqueda de una vía de escape, aunque sea solamente sicológica, a la crisis le dio el triunfo a quienes ubicaron en los migrantes, en los excluidos, en los de abajo, a los culpables de todos los problemas. En cambio perdieron las posibles soluciones que centren la solución en las vías de la solidaridad, la inclusión, la cooperación social. Ganaron las soluciones territoriales, que privilegian el destino propio aunque sea al precio de sacrificar a los vecinos. Las oleadas racistas que se abatieron sobre la Unión Europea no encontraron freno alguno, sobre todo por parte de quienes hubieran podido representar una visión distinta. Éste quizás sea el otro dato fundamental de estas elecciones europeas: la derrota definitiva de la opción socialdemócrata y reformista, anclada en visiones pertenecientes al siglo pasado y sin nula capacidad de renovación.
Así las cosas, la pregunta que surge desde abajo es cuál sea el escenario que se presenta para los movimientos sociales en el futuro inmediato y de mediano plazo. La respuesta no es sencilla, pues en el Parlamento Europeo se irán diseñando las próximas políticas continentales que presumiblemente tendrán un corte aún más xenófobo por lo que tiene que ver con los asuntos migratorios, más represivo por lo que son las normas de control social, más precarizantes por lo que tiene que ver con el entorno productivo y laboral, más identitarias por lo que son las políticas culturales. De no ser suficiente, la opción expresada en las elecciones revela también la posibilidad de que el Estado-nación, en cuanto organización territorial, recobre en parte la función antaño perdida frente a la organización imperial global. Por como los ámbitos locales se han expresado, la preocupación es que después de algunos años de vacas gordas
en los que los movimientos lograban conseguir cierto consenso precisamente a escala territorial, hoy se prefigura la posibilidad de que el conflicto social se desplace justamente a esos territorios, a ese entorno local. El mensaje implícito que la crisis económica global está dejado es claro: los efectos inmediatos, en términos de precariedad, pérdida de puestos de trabajo, ausencia de perspectivas, se miden a escala territorial, en los antiguos nichos de estabilidad económica, mas también en los viejos espacios de convivencia solidaria y cooperante. El optimismo que en la UE algunos expresan al decir que otra salida a la crisis es posible ya no resulta suficiente a la luz de la victoria de los partidos xenófobos que tienen presencia territorial, la que se expresa en números reales de personas organizadas, ya sea en bandas ilegales de golpeadores, en patrullas de vigilancia antimigrante legalizadas, en redes productivas esclavizantes, en círculos de estudio reaccionarios o, simplemente, en administraciones locales represivas.
Quizás sea pronto para decirlo, pero lo que se perfila parece ser un escenario en el que los movimientos tendrán que ir probando, experimentando, proponiendo opciones que recojan el consenso cada vez más difícil de reunir alrededor de la justicia, la solidaridad y la cooperación social. Por otro lado, los movimientos tendrán que construir opciones reales de resistencia prácticas y concretas que sirvan apara apuntalar lo mucho que se tiene y se ha conquistado en los últimos ciclos de lucha, y para ir a la conquista de la independencia y a la libertad que resultan, hoy más que nunca, cada vez más apremiantes.