Capetillo, una charla/II
l toreo de arte –agrega Manuel Capetillo mientras recostado en su cama se reacomoda la reductora faja de lodo en la cintura– gusta a los públicos de todas las plazas, pero el toreo con sello propio, más. La técnica que aprendí y apliqué aquí, me sirvió para cortar orejas en España, por lo que en ese sentido no veo diferencias.
Ahora, en lo que somos distintos, y mucho, es en la expresión y el sentimiento delante de los toros. Allá el toro es más fuerte y más conformado, pues en general tienen mejores tierras. Acá hay que hacer verdaderos milagros para criar toros. Nuestros ganaderos las crían donde no se crían ni las lagartijas. Por eso el toro de aquí es menos agobiante que el de España pero no menos peligroso. Hablo, claro, del toro definido. En ambos países, a más edad y peso en los toros, menos muletazos.
El torero con estilo hace las cosas porque las trae de nacimiento. Lo que yo traía adentro determinó mis actuaciones, tanto en México como en España. En mi confirmación de alternativa en Madrid corté una oreja, y en mi última temporada, con Diego Puerta y El Cordobés, le corté las orejas a un toro de Samuel Flores, en San Sebastián.
Donde las diferencias no tienen límite es en las condiciones y cláusulas que imponen aquí las figuras españolas, que allá nunca tienen equivalente para los toreros mexicanos. Pero es una cuestión de organización más que de reciprocidad. En España no necesitan importar toreros, y en México no tenemos voceros ni promotores; de apoyos gubernamentales y estímulos a nuestra fiesta, ni hablar.
No fui más veces a España como torero porque me dediqué al cine y al canto. En esta actividad volví varias ocasiones. Allá gustamos artísticamente pero no nos estimulan comercialmente. Son muy listos para el dinero y más organizados, por eso aquí siempre seremos su colonia, aunque nos ganan en Sudamérica, donde son totalmente hispanistas y, salvo dos o tres nombres, todo está a la disposición de los toreros españoles.
En México el medio taurino es raquítico, pero hoy probablemente más pobre que nunca, y lo peor: con una pobreza aceptada como si fuera natural. Cuando más hay un padrinaje sospechoso. Es un desmadre en el que se improvisan empresarios, apoderados, ganaderos y periodistas. No hay nada que administrar y pareciera que tampoco nada que defender. En mi mejor momento tuve que poner de apoderado a mi banderillero. Oye, mejor vamos a echarnos un tequila.