Opinión
Ver día anteriorMartes 16 de junio de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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José Emilio Pacheco: un mundo sin víctimas
D

urante años, en poemas, novelas, ensayos y artículos periodísticos, José Emilio Pacheco ha colocado, una a una, las piezas del rompecabezas que explica nuestra caída en una modernidad devastadora. Echando mano de las herramientas del historiador y de las enseñanzas de la historia, ha dibujado el mapa en el que se avista la ruta que conduce a nuestro país al borde del abismo en el que se encuentra. Con los recursos de la literatura ha nombrado la sensibilidad cotidiana de una sociedad que se vive crecientemente amenazada.

Sombra de la memoria, su poesía ilumina muchos de los momentos más dramáticos y atroces de las pasadas cinco décadas; también los más bellos y luminosos. Su palabra esclarece la perplejidad que marca nuestro fin de época. Su literatura anticipa la catástrofe que como país vivimos.

Cronista de la desolación, ¿es José Emilio Pacheco un pesimista? Sí, lo es, si se parte de la definición hecha por Antonio Mingote: pesimista es un optimista bien informado. ¿Nostálgico? De ninguna manera. Como él mismo precisó a La Jornada: objeto el término nostalgia. La nostalgia es la waltdisneyzación del pasado. Es muy distinta la memoria que no idealiza ni disfraza.

Pacheco deletrea las identidades de México a través de su historia reciente. Sus escritos navegan las turbulentas aguas de la memoria colectiva sin hacer concesión a los lugares comunes. En su escritura el pasado está vivo; es una herramienta formidable para el análisis del presente y el escrutinio del futuro.

Sus versos y relatos narran el espíritu de una etapa terrible, mucho mejor que multitud de libros académicos. Sus poemas nos emocionan, porque, como afirmaba T. S Eliot, significan algo. No obstante su escepticismo, su obra ejemplifica una de las enseñanzas del filósofo Richard Rorty: en la literatura es posible encontrar fuentes que sirven para inspirar moralmente.

Reconocido como uno de nuestros más grandes escritores vivos por sus más prestigiados colegas, José Emilio Pacheco es un hombre tímido, sencillo, humilde. Personaje de primera división en un medio dominado por egos robustos, no duda en burlarse de sí mismo. Advierte que procura no asistir a reuniones con políticos y funcionarios públicos porque es mexicano, y los mexicanos no podemos negarnos a complacer las solicitudes de un poderoso después de que nos ha dado unos golpecitos cariñosos en la espalda…

Sus textos están llenos de erudición, rigor y riqueza verbal, pero las palabras que utiliza son comprensibles. Su formación es enciclopédica pero su poesía habla lo mismo del olor de la sopa de pasta que de las obsesiones de lo que ya no está. Sus coplas son, simultáneamente, clásicas y modernas. Inconformista estructural, insatisfecho con su obra, la corrige y rescribe continuamente.

En 1987, José Emilio Pacheco impartió un curso de redacción en el Castillo de Chapultepec. Más allá de aprender cuestiones de sintaxis y ortografía, sus alumnos –la mayoría de ellos historiadores profesionales– conocieron el origen de la corbata y el croissant, escucharon las hazañas de los bandidos de Río Frío y de la Banda del Automóvil Gris, se enteraron de la etimología de decenas de palabras, escucharon narraciones en las que lo insólito atravesaba lo cotidiano. Poseedor de un oído privilegiado, atento y cultivado, el maestro era capaz de reconocer el origen geográfico del habla o la escritura de sus estudiantes. Sus clases fueron, en el sentido más amplio de la palabra, lecciones.

Tanto en su obra como en su vida diaria, José Emilio Pacheco recurre a la ironía y al buen humor. Se diría que son sus armas favoritas para exorcizar los maleficios de la adversidad. Algunos periodistas han sido víctimas de ella. Gabriel Zaid ha recordado cómo en el centenario de Oscar Wilde, entrevistan al poeta y le preguntan: ¿qué es lo que recuerda de su trato con él? “Al entrevistado –escribe Zaid– le parece absurdo aclarar que están conmemorando los cien años de su muerte, y se pone a contar que, cuando se vieron en París, visitaron juntos la gran Exposición Universal, donde Wilde se interesó muchísimo por el pabellón de México. La entrevista salió tal cual. Ni el reportero ni su editor se dieron cuenta del pitorreo.”

Sin ser un militante, impulsado por sus convicciones éticas, José Emilio Pacheco ha acompañado o apoyado muchas de las luchas sociales y políticas progresistas que con el paso de los años se convirtieron en parte del calendario cívico del país. Su firma puede encontrarse en muchos de los manifiestos en que los intelectuales han fijado posición ante lo que pasa tras la ventana, en la calle.

Su obra se alimenta de, recrea y nombra, de forma directa, algunos de esos episodios. Lo mismo marcha junto a Carlos Monsiváis, Sergio Pitol y José Revueltas en apoyo a ferrocarrileros y maestros a finales de los años 50, que participa al lado de escritores y pintores en una huelga de hambre para exigir la libertad de los presos políticos, a comienzos de los 60, o se incorpora como fundador del periódico La Jornada. Ese compromiso lo ha llevado a escribir: no quiero nada para mí:/ sólo anhelo/ lo posible imposible:/ un mundo sin víctimas.

Lector voraz, su casa de la colonia Condesa parece ser más una enorme biblioteca que una morada. Los libros se apilan en hileras interminables en cualquier espacio habilitado como improvisado librero. Amante de la vida, el escritor no se niega a sí mismo los placeres de la comida y del tabaco. Devora y saborea los más diversos guisos con el mismo gusto que engulle y estudia los más disímbolos escritos.

Este 30 de junio José Emilio Pacheco cumplirá 70 años. No obstante el tamaño de su obra (y de su vida), no abundarán las celebraciones oficiales para homenajearlo. Así se las gasta. Abundarán, en cambio, las muestras de reconocimiento que miles y miles de lectores anónimos le brindarán, como han hecho hasta ahora, leyendo, disfrutando y recomendando a otros los escritos de un autor que anhela lo imposible: un mundo sin víctimas.