or tercer día consecutivo, las calles de Teherán, capital de Irán, se poblaron con decenas de miles de personas que protestaron en contra de un supuesto fraude durante las elecciones del viernes pasado, en las que el actual presidente Mahmoud Ahmadinejad obtuvo, según cifras oficiales, 66 por ciento de los sufragios. Estas movilizaciones –las más numerosas que ocurren en ese país en las últimas tres décadas, desde la Revolución Islámica de 1979– culminaron ayer con escenarios de violencia alarmantes, que dejaron decenas de detenidos y al menos un muerto. La crispación social ha llegado a tal nivel que el propio el presidente Ahmadinejad se ha visto obligado a posponer viajes de trabajo al extranjero, mientras el líder supremo de Irán, el ayatola Alí Jamenei, quien en un principio avaló los resultados, ha pedido al Consejo de Guardianes de la Revolución Islámica que investiguen las acusaciones de fraude, al tiempo que ha exhortado al candidato opositor, Mirhosein Musavi, quien encabeza las protestas a conducir sus reclamos por la vía legal
.
La postura de la comunidad internacional frente a estos acontecimientos no se ha hecho esperar. El secretario general de la Organización de Naciones Unidas, Ban Ki Moon, pidió ayer respeto para la voluntad genuina del pueblo
iraní. En tanto, el ministro español de Asuntos Exteriores, Miguel Morantinos, señaló que los países miembros de la Unión Europea han aprobado un resolutivo en el que se solicita a Irán esclarecer y transparentar los comicios. Por su parte, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, manifestó sentirse profundamente preocupado
por los sucesos de violencia que se viven en Irán y pidió respetar el deseo y los derechos fundamentales de los ciudadanos
de la república islámica; no obstante, el mandatario advirtió que corresponde a Irán decidir cómo elige a sus líderes
y aseguró que Estados Unidos no intervendrá en la política interna iraní.
Ciertamente, no dejan de ser sorprendentes los resultados de las elecciones iraníes del viernes pasado –que colocan al actual mandatario con una ventaja prácticamente de dos votos a uno sobre su contendiente más cercano–, sobre todo a la luz de la información de encuestas y sondeos que sugerían un equilibrio de fuerzas entre Ahmadinejad y Musavi tal que habría hecho obligada una segunda vuelta electoral.
Esta consideración por sí sola no desacredita los comicios celebrados el viernes pasado en territorio persa, pero sí pone en perspectiva la pertinencia y la necesidad de transparentar la elección y de dotar de certeza a una ciudadanía que asistió a sufragar con gran entusiasmo (la participación electoral ascendió a más de 80 por ciento del electorado). A lo anterior debe añadirse el hecho de que las protestas ocurridas en ese país en los últimos días dan cuenta de un descontento social de tal profundidad que pudiera resultar problemático, no sólo para el actual gobierno iraní, sino también para el régimen teocrático de esa nación, y que abona, por tanto, a la necesidad del esclarecimiento, así sea para evitar escenarios mayúsculos de inestabilidad política y social.
Por lo demás, cabe advertir que, como dijo ayer mismo el presidente Barack Obama, la solución a la coyuntura que vive Irán pasa única y exclusivamente por las decisiones y los acuerdos que logren los habitantes de ese país y sus dirigentes, y que, en consecuencia, es imprescindible que tanto Washington como el resto de las potencias occidentales –y los aliados de éstas que, como Israel, mantienen serias diferencias con el régimen de Teherán– se mantengan al margen del conflicto poselectoral iraní. No es ningún secreto que Ahmadinejad representa a los sectores más reaccionarios y autoritarios de la revolución islámica; que incluso ha llegado a extremos discursivos lamentables y condenables como sostener que en Irán no hay homosexuales
, o instar a que Israel sea borrado del mapa
, y que se ha vuelto en años recientes uno de los villanos favoritos de Occidente: esto último se ha reflejado en una política de hostigamiento emprendida por el gobierno de Washington en contra del de Teherán desde 2002, en el que se le ha instado a abandonar sus programas nucleares y se le ha acusado de patrocinar terroristas
. Todo ello, sin embargo, no debe servir de pretexto para que naciones extranjeras intervengan en una crisis cuya solución corresponde única y exclusivamente a la sociedad persa.
Es alentadora, al respecto, la posición asumida por el mandatario estadunidense, en concordancia con el acento moderado de la política exterior que su administración ha practicado de enero a la fecha y que ha estado orientada, entre otras cosas, a lograr un acercamiento con la República Islámica de Irán. Cabe esperar, en suma, que el resto de las naciones occidentales actúen con la sensatez y la responsabilidad correspondientes y que contribuyan con ello a que el conflicto iraní se solucione por cauces pacíficos.