esde hace varias semanas se intensifica una ofensiva publicitaria con un llamativo mensaje: la recuperación está a la vista, lo peor de la crisis ya pasó. Detrás de esta campaña están los grandes representantes del sistema financiero, con Goldman Sachs al frente. La premisa central de esta narrativa es que estamos frente a una recesión como todas las demás. Lo que hace falta es recuperarnos
y regresar a donde estábamos, es decir, en el festín de la especulación financiera.
Son dos los principales indicadores que se presentan como clara señal de que la recuperación ya está en marcha. El primero es el repunte del mercado bursátil en Estados Unidos a partir de mayo. Pero es bien sabido que aún si la bolsa de valores comienza a redimirse, eso no necesariamente anuncia una recuperación económica. La historia de las recesiones estadunidenses de los últimos 20 años debería servir de lección. En algunos casos (por ejemplo, en 2001), la recesión ya se había terminado y el mercado bursátil marchaba a la zaga. Los humores de la bolsa de valores no son un buen indicador del final de la crisis.
La segunda señal positiva es que la contracción de la economía de Estados Unidos es ahora más lenta que en la segunda mitad de 2008 o que en el primer trimestre de 2009. Es cierto, la caída ya no es tan feroz y parece que la rápida y decidida intervención del gobierno estadunidense (y de otros países, como China) pudo evitar la deflación desenfrenada y una desvalorización todavía más dramática en activos financieros, una peor caída en las inversiones y mayor desempleo con el desplome de la demanda, etc. Se dice que se pudo evitar caer en el precipicio de la depresión.
Pero eso no significa que la contracción terminó. Puede ser más lenta, pero no ha regresado el crecimiento. Eso explica que el desempleo siga aumentando en las economías industrializadas (superará en algunos casos tasas de 11 por ciento), lo que significa no sólo una insuficiente demanda efectiva, sino menor capacidad de los hogares para resolver su situación de endeudamiento excesivo. Esto es particularmente grave en Estados Unidos, donde la relación entre endeudamiento e ingreso disponible creció hasta hacerse insostenible. Por eso las familias buscan reducir sus deudas en tarjetas de crédito y otros instrumentos, más que mantener su nivel de consumo. Así, una buena parte del estímulo fiscal se destinó al ahorro y pago de deudas, más que al consumo. Aún así, no se ha podido frenar el incremento de la cartera vencida.
Como los hogares van a seguir presionados para rehacer sus ahorros y salir del círculo vicioso del endeudamiento, el consumo no repuntará fácilmente. Una buena parte del consumo privado en Estados Unidos estuvo apuntalado por crédito contra el valor de los activos residenciales. Al desplomarse el valor de las casas, el consumo contra ese valor ha llegado a cero. Y no hay que olvidar que el precio de las casas sigue cayendo (y probablemente se reducirá otro 15 por ciento en los próximos meses).
Por el lado de las empresas, la crisis también estalla en el contexto de una sobreinversión colosal en muchísimas ramas de la industria. Y si a eso añadimos la contracción en la demanda, se observa que la capacidad de las empresas para manipular precios y aumentar sus ganancias se verá reducida. Por eso las inversiones productivas tenderán a mantenerse estancadas porque la rentabilidad va a seguir muy deprimida.
Las perspectivas de lento crecimiento de la economía estadunidense son normales: una crisis en la que se ha visto envuelto todo el sistema financiero y crediticio del país no se resuelve en unos 10 o 12 meses, aún con la inyección masiva de liquidez que ha realizado la Reserva Federal. La intoxicación del sistema financiero sigue siendo colosal y cuando el crédito regrese lo hará a cuentagotas. Es evidente que cuando la economía estadunidense vuelva a crecer lo hará a un ritmo muy por debajo de su promedio histórico, con tasas inferiores a uno por ciento. Con ese ritmo de crecimiento los altos niveles de desocupación van a mantenerse durante muchos meses en Estados Unidos.
En México la idea de que ya pasó lo peor de la crisis ha sido transmitida por viejos funcionarios como José Ángel Gurría. El objetivo es proteger el absurdo modelo neoliberal, justificar la inacción del gobierno y fomentar la generación de expectativas favorables. Como si se pudieran crear expectativas positivas, cuando todos los aspectos fundamentales de la economía mexicana están fracturados.
En el mejor de los casos, una recuperación robusta de la economía estadunidense apenas le permitiría a México retornar a las mediocres tasas de semiestancamiento de 2.5 por ciento anual, con todos los problemas que se acumulan día con día. Una recuperación letárgica del país norteño intensificará todas las contradicciones que ya pesan peligrosamente sobre la economía mexicana, hasta hacerlas estallar. El único camino es un viraje estratégico y un cambio de modelo económico.
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