La trampa de la democracia de mercado
Listo, el caldo de cultivo para la abstención
a trampa está tendida. No se necesita mucho para caer en ella. Apenas un poco de coraje mal encaminado, otro tanto de frustración y un buen cúmulo de horas deradio-tv.
Con esos ingredientes, y otros más, se podrá llegar el próximo domingo hasta la urna a depositar un voto en blanco, o bien se podrá utilizar cualquiera de las formas que permite la ley para anularlo. Hay razones, tal vez demasiadas, para que la gente desconfíe de la limpieza e imparcialidad de quienes tienen como tarea resguardar la voluntad que se expresa en el sufragio. Por ahora todos sabemos que por encima del voto está la decisión de los jueces de la elección, y eso es tan grave o peor que cuando los diputados contaban los sufragios.
Además, es evidente la desconfianza de que los políticos que pueden acceder a los puestos en juego sean los mejores para solucionar los problemas que enfrenta la población, y en un gobierno que ahonda los perjuicios hacia ellos, por lo que no habría, en general, un motivo importante para ir a las urnas y escoger a quien mejor nos pueda representar.
En pocas palabras, el caldo de cultivo para la abstención está en su punto. Si no existe garantía de que los votos se cuenten bien ni confianza en aquellos por quienes se va a votar, ¿por qué ir a las urnas? No parece, desde ninguna lógica razonable, que esta democracia de mercado pueda seducir a los ciudadanos comunes.
Por eso, frente a lo innegable, se lanza el salvavidas del compromiso que los políticos en contienda tendrían que firmar, ante notario, para darles confiabilidad. Desde luego nadie se atreve a pedir que los magistrados o ministros de los organismos electorales se comprometan, de alguna manera, a respetar la voluntad popular, porque hasta allí no llega la cosa.
Está claro que para el panismo en la ciudad de México, y seguramente en todo el país, el voto es un acto de fe, una inversión que sólo necesita de simulaciones, como la mentada firma para convencerlos de que las cosas van a estar bien. El asunto no es muy diferente para los priístas. Entre los militantes de ese partido, como para una parte del perredismo, se crearon las formas, el acarreo entre ellas –ya no son tan ajenas al PAN–, para hacer del día de la votación una especie de fiesta en la que lo que menos importa es el voto.
Y entonces, podría preguntarse cualquiera, ¿hacia dónde?, ¿hacia quién está dirigida la campaña de la abstención? –hay que recordar que el voto en blanco o el que se inutiliza, aunque se cuente, no sirven de nada, es decir, es como no ir a la urna. Bueno, pues todo hace pensar que el blanco de toda esa propaganda es la conciencia de ese grupo al que se llama los indecisos
, que en las elecciones intermedias, sobre todo, hacen mayoría y pertenecen a las clases medias no cooptadas por la derecha, o bien a gente de izquierda que no se siente representada o se halla en la franja de los decepcionados.
Anularlos políticamente por todas las razones que ya hemos expresado es la idea. Dejar las cosas como están, con los aparatos electorales –feligreses, tribus o huestes– como única forma de elegir, parece ser la meta. Que nadie más acuda a las urnas, que nadie más vote, que nadie se atreva a descarrilar el tren de la democracia de mercado.
Y ya visto eso se puede descubrir la trampa completa: la relección, es decir, perpetuar en el poder a los que hoy tienen arruinado el país. Cerradas las posibilidades de que se respete el voto, enquistados los políticos ineficaces en los puestos de poder, el pastel será sólo para ellos. ¡Ah, pero eso sí!, van a rendir cuentas a la ciudadanía. ¡Qué alivio!
De pasadita
Y usted, defeño atolondrado, ¿qué es? ¿católico o drogo? Piénselo bien porque, si se equivoca, mañana pueden ir los verdes a sacarlo de su casa? Que conste.