La coreógrafa y bailarina cambió al mundo con su compañía Tanztheater Wuppertal
La vida misma es mi mayor influencia
, expresó en 1994 a La Jornada
Su arte enriqueció y reflejó nuestra época como ninguno otro, dice Wim Wenders
Vendría a México en 2010
Miércoles 1º de julio de 2009, p. 3
La coreógrafa y bailarina alemana Pina Bausch, renovadora del lenguaje del cuerpo y artífice de una revolución integral de la comunicación y la síntesis de lo humano desde el arte escénico, falleció por causa de un cáncer fulminante, a punto de cumplir 69 años.
Su muerte ocurrió de manera repentina y rápida, cinco días después del diagnóstico. El domingo estuvo al frente de su compañía, la Tanztheater Wuppertal, en una función ofrecida en la casa de ópera de esa ciudad alemana, donde hace 36 años fundó esa trouppe multinacional e hizo epicentro de una actividad telúrica por todo el mundo.
Estuvo en México por vez primera en 1978, cuando presentó su coreografía Cafe Muller en el Teatro de la Ciudad. Luego, en 1994, estrenó Nelken (Claveles) en Bellas Artes y en Guanajuato, como parte del festival Cervantino.
En esa ocasión concedió una entrevista a La Jornada. Dijo: “Lo que más me interesa son los sentimientos: más que el cómo se mueve la gente, me concentro en lo que mueve a la gente; todo lo que veo de la vida me interesa formularlo, plasmarlo, siempre tomando en cuenta las relaciones, los deseos y, por encima de todo, la formulación del nosotros.
“Cuando hablo del nosotros me refiero a mi propia persona y también al público. A veces hay obras en las que no hay música ni nada. Entonces me convierto en compositora y en muchas otras cosas a la vez.
La vida misma es mi mayor influencia. La vida es lo que da esa responsabilidad de hacer las cosas lo mejor posible. Es tanto lo que se ve y se escucha y lo que se aprende, es como se dan esas inspiraciones que nos alientan a seguir adelante.
Iba a rodar filme en 3D
En el Palacio de Bellas Artes, antes de la entrevista, Pina Bausch permitió a La Jornada presenciar su trabajo al frente de su compañía, durante un largo ensayo de la obra Nelken, uno de cuyos pivotes es el estado de inocencia pura de la infancia como motor de la vida cotidiana adulta.
Durante ese ensayo, en el proscenio, la coreógrafa fumaba y se movía, entonaba indicaciones y fumaba, corregía matices. Su peinado, sus gruesas gafas, el humeante cigarrillo espejeaban otro icono: Virginia Woolf.
Tres lustros atrás, cuando presentó Cafe Muller en el Teatro de la Ciudad, vimos crepitar sillas por los aires, enarboladas por sus 21 bailarines, de distintas nacionalidades. En Nelken también vuelan las sillas junto al músculo del alma. Todo el escenario está estaqueado por claveles y una mujer cruza el escenario en diagonal en el esplendor de su desnudez.
Ese estado de gracia, la libertad del cuerpo, es una de las muchas aportaciones del trabajo de Pina Bausch. Integró de manera afortunada el movimiento natural de los cuerpos, los sentimientos como se manifiestan en la vida cotidiana, a sus coreografías. De hecho en aquel 1994, cuando presentó Nelken en Guanajuato, ocurrió una escena íntima que espejea su forma natural de ser artista. Después de la función, a la medianoche, sus bailarines festejaban en una pequeña alberca en el hotel, entraban y salían desnudos del agua en ese rincón de intimidad, como un reflejo cabal y espontáneo de la profunda intimidad que está en todas y cada una de sus obras.
La muy original corriente estética que construyó Pina Bausch tiene sus raíces en la escuela Folkwang de Essen, epicentro del eclecticismo creativo desde los años 50 del siglo pasado. Las ideas de uno de los fundadores del movimiento Ausdrucktanz (Danza de expresión), Kurt Joss, mentor de Bausch, tuvieron eco en su estilo, que se apuntala en el anhelo de materializar los sentimientos, que es la misma meta creativa que se trazaron antes sus ancestros alemanes y austriacos Johann Sebastian Bach, Anton Bruckner y Gustav Mahler.
Después de Martha Graham, Pina Bausch consolidó un lenguaje, un estilo, nos transformó la vida para bien, nos otorgó nuevos ojos para ver el mundo. Su influencia es notable en las muchas compañías dancísticas en el planeta que incorporaron los elementos Bausch a sus trabajos personales, en particular dotaron de palabras a los bailarines, nuevos gestos, intervenciones artísticas que conformaron lo que ella aceptó en nombrar como danza-teatro, desde el mismísimo nombre de su compañía, Tanztheater Wuppertal.
Su celebridad se extendió a otros terrenos cuando participó en el filme Hable con ella, de Almodóvar, aunque su actividad fílmica se remonta a un documental de su colega Peter Lindbergh, pero antes a Die Klage Der Kaiserin (El lamento de la reina, de 1990), que ella dirigió, y un registro fílmico de Cafe Muller. Como actriz, hizo el papel de La Principessa Lherimia en 1983 en el filme E la nave va, de Federico Fellini.
Su amigo Wim Wenders no hallaba consuelo ayer: “la muerte súbita de Pina es un gran shock para su familia, sus bailarines y colaboradores, para sus amigos y todas las personas que se sentían conmovidas y animadas por su danza. Su arte enriqueció y reflejó nuestra época como ninguno otro. No tengo consuelo por el hecho de que hayamos tardado tanto en comenzar nuestra película juntos, planeada durante tanto tiempo”.
Wenders, director de filmes sobre ángeles, se refiere a una película en 3D que empezarían a rodar en septiembre.
También quedó en el aire la nueva visita de Pina Bausch a México, que ocurriría en 2010.
Ahora vuela, danza, comparte, nos enseña de maneras, otra vez, diferentes.