asi sin excepción, todos los partidos verdes del mundo conforman agrupaciones de ciudadanos que buscan una opción alternativa o diferente a la de la política convencional (sea de derecha, centro o izquierda). Surgidos en la década de los 70 del siglo pasado, los partidos ecologistas se erigieron en la expresión política principal de los movimientos pacifista y ambientalista, pero no exclusivamente, de Europa. Hoy existen más de 80 partidos verdes en el planeta, los cuales por lo común se basan en principios tales como la defensa de la naturaleza, los ambientes limpios, la democracia participativa o de base, los derechos de los pueblos indígenas, y la lucha por la paz y por una política de no violencia. De acuerdo con los verdes la adopción de esos principios debe conducir a la salud de los individuos, las sociedades y los ecosistemas.
Muchos recordamos con emoción a las decenas de miles de ciudadanos tomados de las manos haciendo aquellas cadenas humanas de cientos de kilómetros en las carreteras de Alemania. Hoy, ese país ha abandonado todo proyecto nuclear, y con el resto de las naciones de la Unión Europea ha dicho no a los alimentos transgénicos, y exige mayor control sobre las miles de sustancias tóxicas diseminadas por el ogro industrial en cada rincón del mundo.
Por supuesto que de la idea a la práctica, hay un gran trecho, y hoy cuatro décadas después los partidos verdes, que muy rara vez han logrado el voto de más de 15 o 20 por ciento del electorado, han sido obligados a establecer alianzas con sectores indeseables, han sufrido divisiones y deserciones, y, lo que es más grave, han sido penetrados por gente sin escrúpulos hasta convertirse en membretes para ocultar negocios, canonjías y prácticas deshonestas e incluso ilegales.
Ocupa el sitio estelar de esto último el llamado Partido Verde Ecologista de México (PVEM). Fundado en 1993 bajo el amparo, poco discreto, de Manuel Camacho Solís, y el liderazgo y el capital de un mercader de las medicinas, el PVEM constituye un monumento a la inmundicia, que vino a certificar el ambiente de corrupción que ha caracterizado a la política en México. Su fundación coincide con un momento crucial en el que los ambientalistas mexicanos habíamos logrado una alianza amplia y una mínima organización de escala nacional, y entrábamos en una interesante fase de notoriedad política. Con su creación espuria desde el corporativismo, el PVEM ocupó de manera inmoral y artificial una posición en el espectro ideológico que sigue siendo peligrosa para el régimen dominante, no importa su color o tinte.
En estos 15 años, el PVEM ha hecho todo para mantenerse en el primer sitio mundial como una agrupación ilegítima, desde la violación a los más elementales mecanismos de la democracia interna de los partidos, hasta las alianzas más incongruentes y la corrupción de sus dirigentes. En su larga cadena de inmoralidades, destaca lo revelado por unos videos en febrero de 2004: ahí aparece su presidente, entonces senador de la República, negociando al estilo gangsteril 2 millones de dólares para conseguir a un conjunto de empresarios un permiso de inocuidad ambiental para construir hoteles y muelles de lujo en las riberas de Cancún.
Hoy, las propuestas del PVEM han rebasado el máximo nivel de incongruencia y ya transitan los laberintos de la demencia, al difundir como su consigna central la pena de muerte, idea repetida hasta la saciedad en miles de espectaculares colocados en todas las ciudades del país.
Hoy quienes voten por el PVEM deberán asumir que no solamente eligen una opción que no tiene nada que ver con la defensa de la vida, la naturaleza o el ambiente (no obstante su propaganda, discursos y sitios de Internet), ni con la paz y la no violencia, sino que arropan una posición siniestra, basada en la venganza del ojo por ojo
, que es un retorno a la barbarie del ser humano.
En el país más absurdo del mundo, el partido que debería prodigarse en la defensa de la vida hoy impulsa el asesinato como castigo. Por detrás de la apariencia, verde, natural y silvestre, se esconde en realidad un partido de tucanes sanguinarios y de bosques que ocultan corrupciones.
Votar hoy por el PVEM es votar por la muerte. Negarle el voto es acariciar la posibilidad de que le sea retirado su registro. Una decisión que sería por igual un acto de congruencia ideológica y moral, un acto de limpieza en el ominoso panorama de los partidos políticos de México.