n el futuro, casi nadie recordará el nombre Neda Aga Soltán. Lo harán sus padres, lo harán quienes dijeron no al régimen fundamentalista de Irán que impuso sus reglas y desoyó los reclamos de la población en busca de una nación libre. La recordará también Arash Heyazi, el médico iraní que intentó salvarla. Su esfuerzo duró un minuto: la bala de un francotirador de la milicia basiyí, fundamentalistas iraníes vestidos de civil, entrenados para matar a quienes disientan del oprobio religioso, segó la aorta de Neda.
La aorta es la arteria más grande del cuerpo. La sangre fluye con fuerza y rapidez a través de sus paredes. En menos de un minuto la sangre de Neda anegó su cuerpo y la tierra iraní. Ése fue el tiempo que le tomó morir. La imagen de su asesinato, por una bala no perdida de los basiyí, fue fotografiada. La foto es borrosa: el poder ciego prohíbe la claridad.
Un cuerpo yace en el piso. Dos hombres hincados a su lado intentan auxiliarla. Uno es el doctor Heyazi. Sus manos, colocadas sobre el pecho de Neda, intentan reanimarla. Heyazi no mira el cuerpo tendido. Mira hacia otro sitio, quizás busca ayuda. Su mirada se topa con la nada. El otro hombre parece observar a Neda. Repito: la foto es borrosa. No alcanzo a ver su cara, pero infiero que la ve. Neda eleva su cabeza. La inclina un poco hacia la izquierda. Pienso que mira al médico. Aunque es imposible afirmarlo, quizás sabe que intenta ayudarla.
Es muy probable que Neda no se haya percatado de que la bala revolucionaria de los fundamentalistas iraníes acabaría muy pronto con su vida. La aorta es la mayor arteria del cuerpo. Cuando se le perfora, la muerte no avisa. Mata. Mata en un santiamén. Esas balas asesinan. Poco importa que la víctima sea fuerte. Nada que tenga 26 años. Neda tenía esa edad. Como todas las otras Nedas, y como todos los hombres que llevan su nombre, acudió a manifestarse en contra de la brutalidad de los dueños del poder en Irán. Deseaba explicar su descontento, no por ser iraní, sino por su desacuerdo ante la actitud de los jerarcas iraníes y la interpretación que de la vida hacen Alí Jamenei y Mahmud Ahmadinejad.
El médico Heyazi comentó que vio a una mujer desplomarse. Segundos antes oyó lo que parecía un disparo. Un amigo lo tranquilizó diciéndole que seguramente eran balas de goma. Al voltear vio a Neda en el suelo. Giró la cabeza para mirarse la herida y puso la mano en el pecho. Sólo vi sorpresa en su cara. Y enseguida perdió el control. Presioné la herida. Por lo que vi, la bala alcanzó la aorta y los pulmones. Cuando la aorta se ve afectada, la sangre se escapa del cuerpo en menos de un minuto. No se puede hacer nada. No dijo ni una palabra. Murió en mis manos.
Añade: Estaba asombrado y furioso y preocupado y triste. Como médico ya había visto la muerte antes, muchas veces, y gente herida de bala, pero nunca tuve estos sentimientos. No era sólo por su muerte, sino por la injusticia y por la mirada penetrante de sus ojos mientras se le iba la vida
. Por lo que vio e hizo Heyazi, la policía iraní ha dictado una orden de búsqueda y captura internacional en su contra.
Neda falleció en menos de un minuto. Murió sin el pañuelo que debía cubrir su cabeza. Murió sin buscarlo. Acudió a la marcha harta del ideario de su presidente Ahmadinejad y de la cerrazón del ayatola Jamenei, líder supremo de la República Islámica. En Irán, las leyes dicen que la vida de las mujeres vale la mitad que la de los varones. A pesar ser mujer, quería ser una persona completa.
Muchas de las fotografías que han salvado el cerco iraní son de mujeres como Neda. Las fotografías no mienten. Se les ve protestando. Diciendo no. Con pancartas en las manos. Con la esperanza en la mirada. Con la indignación en los labios. Huyendo de los basiyís. Protegiendo a los hombres que yacen en el suelo. Enfrentando a la milicia disfrazada con ropa de paisano para que nadie sepa, salvo su Dios, que son basiyís. Diciendo no: pensar diferente es válido. Son heroicas y valientes. La brutalidad de los fundamentalistas no tiene límites. No tiene límites porque en nombre de su Dios todo se puede. Se debe matar a todas las Nedas. El Paraíso aguarda.
A Neda la asesinaron. Fue una bala cobarde. Un obús de la sinrazón religiosa de los jerarcas iraníes. Las fuerzas represoras expulsaron a los familiares de Neda de su propia casa e impidieron que se celebrara un funeral en su memoria. Cuando Neda estaba viva, bregaba por la justicia. Neda muerta se convirtió en el símbolo gráfico de la revuelta en Irán. Su cuerpo, desangrándose, es el retrato de Jamenei, de Ahmadinejad y del fundamentalismo iraní.