i acaso la palabra alma puede aplicarse a los políticos, creo que a muchas personas les gustaría ejercer ese oficio. La razón es simple: no tendrían que cuestionarse las implicaciones de ese modus vivendi. Aunque la ética es la mejor invención de la condición humana, sus derroteros no suelen gustar a todos, amén de que sus interpretaciones suelen variar enormemente. Basta recordar, dentro de una miríada de ejemplos, el reciente affaire de la Iglesia católica cuando aseveró que abortar es peor que ser sacerdote pedófilo, o bien, las vejaciones llevadas a cabo en el centro de tortura de Guantánamo por George W. Bush, avaladas por su gabinete y buena parte del pueblo estadunidense.
Con frecuencia repito que la ética debería ser la cara de presentación de todo ser humano, a lo cual agrego que los médicos deben encabezar el listado. Los médicos y lo que tiene que ver con ellos, entre otros, la industria farmacéutica. En el rubro ética la industria farmacéutica es dual. Recibe incontables alabanzas por las aportaciones que hace para mejorar el bienestar del ser humano, muchas críticas por sus conductas mercantilistas –sería exagerado hablar de darwinismo social– y por las presiones que ejerce para someter a los médicos –sería triste decir que los galenos son tontos o inopinados. Las muestras médicas gratuitas forman parte de esa dualidad.
Sectores médicos afirman que distribuirlas no viola ningún precepto ético; otros lo cuestionan. Las muestras médicas son fármacos distribuidos de manera gratuita, usualmente en pequeñas cantidades, por representantes médicos, ya sea en hospitales, congresos o consultorios, muchas veces van acompañadas de alguna publicación médica o folletos muy vistosos en los que se explica cómo recetar la medicina, contra quiénes compiten y las razones por las cuales debe prescribirse.
Quienes aprueban la distribución de las muestras médicas aseguran que muchos pacientes sin recursos económicos se ven favorecidos al recibirlas; agregan que mejoran el cuidado de los enfermos, fomentan su uso adecuado y sostienen que son una vía para que los doctores conozcan nuevos productos (una investigación en México demostró, tristemente, que muchos médicos estudian
a partir de esos folletos). Quienes argumentan lo contrario exponen, basándose en estudios publicados en revistas médicas, otra realidad.
De acuerdo con los doctores Susan Chimonas y Jerome P. Kassirer, buena parte de las muestras médicas se distribuyen a pacientes ricos
, son utilizadas por los propios médicos o por los representantes, o son destinadas para el uso de sus familias. Señalan también que muchas veces, cuando el paciente es pobre, no podrá comprar posteriormente el mismo medicamento, por lo que el tratamiento quedará inconcluso. Otra observación crucial: la mayoría de las medicinas que se reparten son nuevas, por ello es muy probable que sus efectos adversos no se conozcan, lo que significa que quienes las utilizan no serán advertidos de los posibles efectos colaterales.
Es evidente que las muestras médicas son una de las mejores vías que tienen las compa-ñías farmacéuticas para promover sus productos nuevos. Los médicos que cuentan con ellas suelen recetarlas con más frecuencia que productos similares. Por eso, entre 1996 y 2000, las muestras médicas representaron más de la mitad de las erogaciones de las industrias farmacéuticas en gastos promocionales; añado: muchas muestras médicas son fármacos muy caros. Para remediar esa situación algunos hospitales en Estados Unidos y Canadá han remplazado las muestras médicas por certificados gratuitos que son transformados en medicinas en las farmacias de los hospitales.
La triste fama que se ha granjeado la opinión médica la retratan bien los representantes médicos: Si quieres saber si son médicos, avienta un hueso. Si se junta un montón, seguro son médicos
. Críticas similares se ejercen desde el arte. Sobran ejemplos. Las películas El Jardinero Fiel (2005, dirigida por Fernando Meirelles a partir de la novela de John Le Carré), o Sicko (2007, de Michael Moore), así como las devastadoras críticas del novelista Henry James, quien en el siglo XIX denominó a las personas encargadas de promover medicinas Nostrum mongers –nostrum (panacea), monger (comerciar con)– son voces que exponen algunas de las caras negativas de la industria farmacéutica. En su defensa, debo resaltar que algunas farmacéuticas ofrecen programas de asistencia a pacientes pobres.
Los vínculos entre médicos y farmacéuticas tienen todas las aristas posibles. La dependencia entre ambos es idéntica a la relación que se establece a través del cordón umbilical entre madre y feto. En el de la maternidad siempre es obligada y casi siempre positiva. En el de médicos y farmacéuticas deja de ser positiva cuando los galenos no cuestionan o no estudian lo que se les ofrece.
Las farmacéuticas tienen razón al distribuir muestras médicas gratuitas: generar ganancias es su consigna. Los médicos tienen la obligación de reflexionar en las bondades y en las trampas de esas muestras.