or primera vez estoy de acuerdo con Norberto Rivera: “El diablo existe, es un ser pervertido y pervertidor –y tengo la sospecha de que además es mexicano–; en toda la historia humana se extiende una dura batalla contra los poderes de las tinieblas, la cual durará hasta el último día, según dice el Señor”: aquí dudo que sea el mismo señor al que yo me refiero.
Nunca antes había pensado que México es la sede actual del infierno; lo de actual
es con la ilusión de que sea una sede alterna, aunque no me queda claro dónde se asentaba con anterioridad.
Bebés calcinados, masas de jóvenes violadas y asesinadas, trabajadores enterrados en vida, mujeres que mueren de parto y aborto, jóvenes con sida, secuestros y asaltos, a ricos y pobres, nacionales y extranjeros. Crímenes de Estado contra activistas, periodistas y defensores de derechos humanos. Ejecución de líderes de la inteligencia ciudadana, de policías, de agentes federales. Corrupción de políticos, narcos y tráfico de apellidos, aquí, allá y en todas partes.
Nomás faltaba que el PRI, amarrando la mano del PVEM, tomara la mayoría del Congreso, y que la segunda fuerza sea el PAN: victoria aplastante de las derechas.
Quisiera que alguien me convenciera de que el PRI no es el diablo ni es eterno, tan sólo llevamos 80 años bajo sus garras. En esta era el PRI ha demostrado el manejo de estrategias múltiples para sostenerse en el poder: Concentrar los recursos para colocarlos al servicio de funcionarios y candidatos electorales, sumar el gasto social con las ganancias privadas desde tiempos de Miguel Alemán; participar en el narco desde hace 20 años, según versión de Miguel de la Madrid; y la más maquiavélica, simular derrotas mientras se siguen controlando todos los hilos. Apoyaron la alternancia partidaria del PAN en el Poder Ejecutivo, desde 1989 en Baja California, y en 2000 en el ámbito federal.
El PRI sobrevive frente a una ciudadanía que ha dado múltiples señales de rechazo; en la última contienda 63 por ciento votó en su contra, sin contar las abstenciones. El ¿nuevo? rostro del PRI lo demuestran sus dirigentes: Beatriz Paredes, quien hace 35 años ya dirigía una comisión en su Congreso estatal; Malio Fabio Beltrones y Emilio Chuayffet, quienes se iniciaron en el partido en los años 70 habiendo sido gobernadores en pleno salinato; el más joven es Enrique Peña Nieto, o Peña sobrino de Montiel, del Grupo Atlacomulco, fundado por Carlos Hank González en los años 50, y en cuyo círculo más cercano figuran Roberto Madrazo Pintado y Carlos Salinas de Gortari, entre otros.
Entre esos dirigentes hoy brillan especialmente y con mayor intensidad tres estrellitas: Beatriz Paredes, Enrique Peña Nieto y Carlos Salinas de Gortari. La primera mostró, el sábado pasado, un notorio esfuerzo para aparecer siempre entre el ahijado y el padrino, en lo que parecía la confirmación de un novicio, pero ¡no!, se trata de la reciente boda de Carolina Chuayffet. Hija del ex gobernador del estado de México, ex secretario de Gobernación con Zedillo y hoy flamante diputado electo que aspira a dirigir la bancada priísta. En el ritual de elevación de estatus, función simbólica que ejerce una ceremonia nupcial en toda mafia que presuma de alcurnia, quedó claro quién manda y a quién se obedece. Despojados de sus investiduras, como simples comensales que no son ni los novios ni los ministro del culto, los menos centrales en la ceremonia ritual, bajo un disfraz de humildad y pasividad se burlan, enmascaran su fuerza, y así restablecen, en voz baja, su jerarquía política.
Bien dice Elias Canetti que el momento de sobrevivir es el momento del poder (Masa y poder, Alianza Editorial, 1999). “El espanto ante la visión de la muerte se disuelve en satisfacción pues no es uno mismo el muerto. Éste yace, el superviviente está de pie […] La forma más baja de supervivencia es la de matar, así como se ha matado al animal del que uno se alimenta, así también el hombre quiere matar al hombre que se interpone en su propio camino, que se le opone, que se yergue ante él como enemigo. Le quiere derribar para sentir que él aún existe y el otro ya no. Pero no debe desaparecer enteramente; su presencia como cadáver es indispensable para lograr este sentimiento de triunfo”.
La situación es inversa en los estados de izquierda, en particular en el territorio capitalino, donde el PRI es el muerto y el PRD (en alianza con PT y Convergencia) el partido sobreviviente. Lo mantiene arriba una ciudadanía que vota por un proyecto alternativo de nación basado en candidaturas personales y por encima de dirigencias dudosas. “La sensación de fuerza, de estar en pie con vida en contraposición a los muertos, es en el fondo más intensa que todo luto… De alguna manera uno siente ser el mejor simplemente porque todavía está vivo” (Ibidem).
Coincido con otra afirmación de Rivera Carrera: Hay una crisis en cuanto al escaso número de exorcistas, a escala mundial
.