ice un modesto viaje de pisa y corre a Guadalajara, invitada por el programa de verano de la Universidad de Middlebury. Es una ciudad tranquila, no hay casos de influenza porcina y los narcos viven allí en paz, me comenta el chofer de taxi que me conduce a mi hotel. Imparten los cursos varios profesores mexicanos, algunos nacidos en Jalisco, enseñan en Estados Unidos y regresan a la patria, nostálgicos, durante el verano: cada vez hay mayor número de braceros culturales.
Hablé sobre el viaje como autobiografía –work in progress, como se dice en gabacho–; el punto de partida son mis artículos sobre ese tema en La Jornada, un libro que cada vez crece más y que, si alguna vez llego a terminar –siempre hay un nuevo viaje en mi futuro–, distribuiré en varios volúmenes: el texto crece y se deforma como charamusca.
La conferencia tuvo lugar en la bella y espaciosa librería del FCE, en el salón llamado la Joseluisa, en honor de José Luis Martínez, gran polígrafo, funcionario, bibliógrafo, erudito y muy querido amigo mío y a quien recuerdo con nostalgia a varios años de su muerte.
De regreso a México, cómodamente sentada en clase Premier –tengo millas a granel–, hojeo una revista intitulada Sky Mail, centro comercial del aire. Allí se anuncian todo tipo de productos, me maravillan. En la portada leo: mejore su Putt
, ¿será el Putt un albur? Leo con más atención y advierto que se trata de un juego de golf a domicilio, perfeccionable en casa, excitante, divertido, útil; permite competir contra uno o una mismo(a) y además se puede utilizar como si se tratara de dos productos a la vez. Sigo hojeando la revista, en la primera página se anuncia un piano liliputiense –muchas cosas lo son–, ligero, esbelto con 11 tonos y 128 notas de polifonía, la marca es Casio, como los relojes anunciados en la página contigua, cronógrafos autoajustables, no necesitan cuerda y caminan con la energía solar: me parecen tan complicados como los instrumentos que manipulan los pilotos en los aviones. Otra página muestra los resultados espectaculares de una terapia láser contra la caída del pelo, capaz de cambiar en segundos el grosor del cabello, y como prueba se ostentan las consabidas fotos de hombres y mujeres antes y después de usar el producto. Aprendo luego que es posible ahorrar cientos de dólares con una máquina accionada a vapor que en un santiamén limpia los muebles y el tapete de la sala así como se fabrican zapatos especiales contra la ley de la gravedad (Newton debe estarse removiendo en su tumba). Para las fiestas se ofrecen productos extraordinarios por lo cómodo y barato, un refrigerador portátil –todo se vuelve portátil–, que puede enfriar a la vez 48 botellas de cerveza; también mesitas plegables de madera comprimida de todos los tamaños y recipientes especiales para desechar latas y botellas.
Las casas pueden pertrecharse contra lo sucio o lo mojado, el orín de los gatos, la caca de los perros o los zapatos enlodados gracias a varios tipos de alfombras que mágicamente se apropian de los desechos o a distintos equipos que operan contra el polvo y repelen a los insectos. Una cinta metálica protege las puertas de los estacionamientos privados: impide que se cuele el agua, la nieve o las hojas secas del jardín. Hay distintas maneras de combatir el ruido excesivo: diferentes tipos de ingeniosos aparatos que amortiguan el ladrido de los perros; el descanso se propicia con hamacas transportables o con camas transformables y, para las mascotas, más importantes que los niños para quienes casi no hay ofertas –¿existen?–, se ofrece una cama de lona que simula un palafito o unas escaleras transformables en rampas.
Se puede ser bella usando fajas que reducen las lonjas; usar aditamentos para mejorar el trasero, aparatos para abultar los labios a lo Angelina Jolie; parches para borrar las arrugas; cremas para quitar las pecas y las manchas de edad, maletas para transportar a los perros.
No cabe duda, los viajes ilustran.