o estoy de acuerdo con el país en que vivo, esta es la esencia del pensamiento que me ha llevado a escribir esta serie de artículos para proponer un cambio estructural y de sus formas de conducción; quisiera tener un país diferente, en el que la corrupción, la impunidad y la sospecha convertida en norma dejen de ser la raíz de todos los problemas que enfrentamos día a día, en el que los niveles de burocratismo que lo dificultan todo y la explicación de que no se puede hacer nada por mejorar dejen de ser parte de lo cotidiano, en el que la única opción para una parte creciente de la sociedad mexicana sea estirar la mano para recibir una dádiva como sustituto a la falta de empleo y de ingresos.
Estoy harto de los gobernantes que luego de prometer espejismos se la pasan diciendo que las cosas están mejor que nunca, ignorando la realidad de la nación; estoy harto de los partidos y de los líderes de éstos, cuya estrategia es gastar el dinero en campañas huecas y en mentiras para obtener los votos que necesitan para obtener el dinero y seguir haciendo lo mismo; lo estoy también de saber de la existencia de diputados electos una y otra vez, dedicados a establecer y cuidar normas y leyes que violan la Constitución, las cuales están hechas para asegurar grandes ganancias a los bancos, a los monopolios y a otros organismos depredadores de la economía. Estoy harto de los jueces y funcionarios cuyo único quehacer es beneficiar a los ricos y a los poderosos, fallando en su favor o entregándoles contratos, concesiones y beneficios sin límite.
Para cambiar todo esto, estoy convencido de que necesitamos un país bastante distinto, porque en el actual, luego de soportar a un gobierno corrupto llega el siguiente igualmente corrupto; porque cuando se descubre algo que está verdaderamente mal, se modifica para dejarlo peor; porque cuando se lucha por eliminar una falla que está dañando a la sociedad, se logra multiplicarla; porque cuando se intenta corregir lo que no funciona, se crea algo que tampoco funciona, pero que cuesta más (el caso del IFE es un ejemplo).
Estoy convencido de que los esfuerzos aislados de la sociedad civil o de hombres y mujeres visionarios para resolver determinados problemas no logran sus objetivos, porque el país está mal concebido de origen, mal estructurado, mal diseñado para funcionar en el mundo actual, empezando por sus gobernantes, que simplemente no entienden ni a quién gobiernan, ni para qué. Seguramente, al leer este artículo, algunos deben creer que soy un pesimista sin remedio y un amargado, pero resulta que no, soy un mexicano más como cientos de miles que saben que esto es cierto, pero que piensan que realizar un gran cambio es tan posible como necesario.
Pienso en un país en que sus gobernantes estén cerca del pueblo y deban rendir cuentas de sus acciones, que entiendan los problemas de la gente, que hagan suyas sus aspiraciones, en el que la producción y el trabajo sean la preocupación central de la sociedad toda con el objetivo de vivir mejor, en el que los hombres y las mujeres con visión puedan concretar sus proyectos de vida, con el apoyo legítimo de los organismos establecidos para ello, y que nadie necesite vivir esperando una dádiva del sistema, porque los frutos de su esfuerzo serán reales y suficientes.
El gobierno central de la República debe reducir sus funciones a todas aquellas que permitan darle a la nación la estructura y la imagen de un país moderno y soberano, dirigido por un Congreso que asegure los derechos y las obligaciones de todos los mexicanos, la relaciones de unidad, solidaridad y colaboración económica entre los estados, y la integridad misma de la nación. En este esquema, el aparato central del gobierno deberá incluir exclusivamente una guardia nacional surgida del actual Ejército, a la Armada, al banco central, órgano regulatorio de las transacciones monetarias y depositario de las reservas nacionales, un ministerio de relaciones exteriores encargado de las representaciones del país ante otras naciones, una oficina estadística, un tribunal de justicia para dirimir las diferencias entre los estados y un pequeño aparato administrativo destinado a recabar las contribuciones de los estados y distribuirlas para cubrir los requerimientos del aparato central y de la deuda pública.
Para coordinar las acciones entre los estados autónomos en sus diferentes ámbitos, el Congreso nacional establecerá los mecanismos necesarios (comisiones del Congreso) y será responsable de su funcionamiento. Los representantes del Congreso serán electos en sus estados en virtud de sus conocimientos, experiencia, solvencia moral y capacidad de decisión. Sus responsabilidades serán no más, pero tampoco menos, que el buen funcionamiento del país en la consecución de sus objetivos.
Los gobiernos de los estados tendrán cada uno las demás atribuciones que hoy se ubican en el gobierno federal, incluyendo la recaudación de impuestos y la distribución de los recursos necesarios para el cumplimiento de sus compromisos y responsabilidades, siendo fundamental el cumplimiento de sus pagos al organismo central. Para este fin los gobiernos dirigidos por una persona con funciones y responsabilidades indeclinables serán los encargados de conducir y fomentar el desarrollo económico, utilizando los recursos naturales de manera responsable e inteligente. Los mexicanos podrán moverse libremente de un estado a otro sin que autoridad alguna pueda impedirlo, las concesiones y negocios que hoy operan a escala nacional deberán ser refrendadas y reguladas en el ámbito estatal, o en su caso por los organismos de coordinación estatal establecidos para ello.
Esta es la esencia de mi propuesta, estoy convencido de que tarde o temprano su necesidad y factibilidad será reconocida, con las modificaciones que sean pertinentes; lo que ya no es posible es mantener las cosas como están, perdiendo el tiempo en buscar y exigir solución a problemas puntuales en medio de un océano de mugre.