No taurinos y antitaurinos
S
ólo cuando el hombre haya superado a la muerte y lo imprevisible no exista, morirá la fiesta de los toros y se perderá en el reino de la utopía, y el dios mitológico encarnado en el toro de lidia derramará vanamente su sangre en la alcantarilla de un lúgubre matadero de reses.
Esto no lo dijo un aficionado, sino el prestigiado investigador y protector de la fauna marina, Jacques Cousteau.
Carlos Hernández González, mejor conocido en el medio taurino como Pavón, novillero en su juventud, ganadero en su madurez, escritor, maestro pensante siempre y autor del perspicaz y polémico libro Sin sangre Pajarito, donde propone festejos taurinos incruentos como alternativa a esta deliberada crisis de la fiesta en apariencia irreversible, comenta lo siguiente en relación con la entrevista al antropólogo francés Gerald Selubski publicada en la página de Toros de La Jornada el 3 de agosto pasado:
“La palabra clave debe ser ‘además’”. Es decir, según Pavón, además de la corrida tradicional, debe haber corridas al gusto de todos.
Hay que leer el epílogo de la novela Sin sangre Pajarito. El pensamiento de Selubski concuerda con las ideas de Don Bull, Pedro Haces, que en este momento parecen innovadoras, pero que no lo son tanto, pues se dieron funciones incruentas en el Astrodome de Houston, en tiempos de Paco Camino y El Cordobés.
Hace dos años el rejoneador Pablo Hermoso lidió cinco corridas allende la frontera, en las que no se hizo sangre al toro y sólo se fijaron las banderillas con velcro; fue todo un éxito de asistencia.
“Lo fundamental –prosigue Pavón– es que 99.9 por ciento de la humanidad no sabe de toros, y muchos de ellos repudian ver las heridas y la muerte del animal, si bien el doctor Carlos Illera del Portal, tras muchos años de estudios serios, sostiene que el toro bravo no sufre durante la lidia. Yo también lo considero así porque creo en la ciencia y en las betaendorfinas, y nunca he oído a un toro bravo berrear de dolor, como lo harían un perro o un puerco.
“Ahora, cuántos antitaurinos, por virtud de esas investigaciones del doctor Illera del Portal, se han pasado de aquel bando al nuestro. Ellos simplemente detestan ver las heridas y la muerte violenta de un toro.
Esos no taurinos y antitaurinos, ¿no tienen derecho a conocer la magia que contiene el arte del toreo incruento? Sería magnífico que después de Las Vegas este tipo de corridas se dieran en Italia, Inglaterra, Brasil o Argentina. Los taurinos que rechazan esta modalidad ignoran que entonces ni el más modesto de los toreros quedaría sin torear y en las ganaderías faltarían animales para abastecer ese atractivo mercado de festejos taurinos sin sangre
, concluye, entusiasmado, Pavón.