l Estado mexicano enfrenta un caso de aritmética política. En efecto, no se trata sólo de cuadrar las cifras del presupuesto público en un entorno de franco deterioro de los ingresos y de una necesidad de cuando menos no seguir reduciendo el gasto productivo y social.
Al mismo tiempo no se puede recargar sobre la gente más impuestos que afectan de modo directo el nivel de vida, tan precario en la mayor parte de la población.
El gobierno se revuelve, pues, ante demasiadas variables, escasos recursos de dónde disponer, y muy poco espacio para maniobrar. Esa es la situación que enfrenta Hacienda para poner un poco de orden a las finanzas públicas y contener su efecto adverso en la actividad económica, el empleo y la cada vez más frágil estabilidad macroeconómica.
Aritmética política, así se llamó el libro de un médico inglés, William Petty (muerto en 1690), en el que proponía al rey Guillermo III diversos argumentos para alcanzar la grandeza del reino.
El asunto está en el adjetivo que acompaña a la aritmética y que no puede desvalorizarse en ningún momento tratándose de las finanzas públicas y, mucho menos todavía, en el momento actual de una seria crisis económica con un fuerte efecto negativo en términos sociales.
Arreglar las finanzas del Estado es siempre un proceso conflictivo puesto que repercute en la distribución del ingreso, la riqueza y la asignación de los recursos. Más aún cuando se trata de una sociedad con tan alto grado de desigualdad.
Componer las finanzas públicas en medio de tan severa crisis no puede sino agravar los conflictos. Esto ocurre, sobre todo, puesto que se trata mucho más que de sumas y restas para ajustar las columnas del debe y el haber en la contabilidad pública. La exigencia es de imaginación, mucha sensibilidad y capacidad de negociación por parte del conjunto del gobierno y del Congreso.
La pregunta que está a flor de boca es si habrá la imaginación y sensibilidad requeridas y la responsabilidad política para hacerlo con una visión realmente de Estado. También más allá del muy corto plazo que hoy alcanza sólo unos cuantos meses y llega cuando mucho a las próximas elecciones de 2012, para las cuáles ya todos están atrincherados.
Ante esas condiciones no cabe esperar que se echen a andar modificaciones estructurales que empiecen a cambiar la forma en que opera el gobierno, cómo se comportan las grandes empresas, la forma en que se legisla y las ambiciones políticas ya muy rancias en este país. Vaya, el horizonte para los ciudadanos se ve bastante gris y nebuloso para decir lo menos.
La eficacia del gobierno y del sector público en su conjunto en relación con los recursos que utiliza es sumamente baja. En ese campo hay sin duda mucho que arreglar para que se justifiquen los impuestos que ya se pagan y la inefectividad para cobrar los que no se pagan.
Esta misma situación alcanza al Congreso y a la cúpula del sistema judicial. Todo esto es una parte considerable y arbitraria del gasto corriente que ejerce el gobierno federal, los de los estados y muchos municipios.
En el campo productivo, la subsistencia de una estructura monopólica y oligopólica ya no se puede sostener más, sobre todo mientras se insiste en seguir manteniendo la apertura de la economía –comercial y financiera. Eso lo saben bien quienes han promovido y siguen promoviendo las políticas liberales a ultranza. No se engañan, sino que fingen porque es parte de la misma aritmética política vigente.
Así, es claro, no se puede provocar el crecimiento interno y alcanzar un poco de independencia económica y capacidad de gestión en las finanzas públicas. La abrupta caída de las exportaciones, que es un componente clave de la demanda total de esta economía, es una muestra de la fragilidad productiva que se ha creado en los últimos 25 años.
No le queda mucho que hacer a Hacienda más que buscar cómo elevar los ingresos, y para eso es que se van a aumentar los impuestos por donde se pueda, y los precios de los bienes y servicios públicos. Van a tratar de acomodar como puedan los gastos pero en un esquema de apropiación de rentas por todas partes, y de mantenimiento de privilegios que juntos constituyen el meollo de la organización política del país y que nadie ha osado confrontar.
Queda claro que las concepciones defendidas desde hace años en México de la manera en que funciona una economía de mercado están rotas. Capacidad para imaginar e instrumentar cómo hacer más eficientes los mercados, no hay mucha a la vista. Más sumas y restas que no darán un resultado provechoso y duradero es lo que puede esperarse. En este momento de hacer mucha política (incluyendo la aritmética de las finanzas) con claridad y visión de Estado ella escasea en serio.
Tratándose del control monopólico en las empresas y los derechos del consumidor (parte central del liberalismo económico) permítaseme un comentario. Telcel suele imponer su poder sobre sus clientes molestando e interrumpiendo con mensajes absurdos que llegan a los celulares de manera inesperada. Ocurre también a media noche. Ésta es una irrupción a la privacidad que debería estar penada. Pero ¿quién regula la industria? No pagamos las tarifas que nos cobran para eso. Más aritmética política, señor Petty.